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Columna de opinión Marc Eichmann

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Aprendamos de los cátaros

Si queremos que esta bella tierra les dé a los colombianos mejores condiciones para vivir más sabroso, debemos desarmarnos y asumir una gran cuota de catarismo.

5 de julio de 2022

En el suroeste de Francia, cerca de la frontera catalana, los habitantes de la provincia del Languedoc vivían apaciblemente en el siglo XIII, en plena edad media. Profundamente cristianos en su forma de vivir, diferían en algunos aspectos de la doctrina de la iglesia católica de Roma, como sobre la creencia de que un ser humano se va reencarnando en múltiples vidas hasta que logra la santidad y alcanza la paz eterna en el paraíso.

A esta comunidad pertenecían los caballeros cátaros, quienes se caracterizaban por seguir al pie de la letra las enseñanzas del evangelio. No participaban de las cruzadas de los europeos a Tierra Santa por negarse a enarbolar las banderas de la violencia. Para los cátaros, el camino al cielo provenía de una vida ascética y espiritual, alejada de lo que hoy identificamos como el consumismo.

La falta de unidad en el pensamiento europeo que generaba el pueblo albigense con sus creencias provocó la reacción del papa de la época, Inocencio III que, cobijándose bajo la figura de la herejía y con la complicidad de los reyes del norte de Francia, desencadenaron una cruzada contra el pueblo del sur de Francia. Fieles a sus creencias, los caballeros cátaros se rehusaron al combate y muchos de ellos murieron en el incendio provocado por los cruzados en su cerco a la ciudad de Carcasona.

Una vez los cruzados impusieron su ley, la iglesia romana estableció, en cabeza de Domingo de Guzmán, fundador de la orden dominica, posteriormente canonizado, la institución de la Inquisición, mal recordada por infligir la tortura a quienes se consideraban herejes o no adoptaban la doctrina católica de la época.

La más relevante característica de los caballeros cátaros fue que asumieron su realidad. No se cobijaron en la culpabilidad de terceros para vivir su vida coherentemente, hicieron propias las consecuencias de sus creencias y de su destino personalmente.

En nuestra sociedad colombiana hace falta una inmensa proporción de catarismo. Mientras infligimos la culpa de nuestra realidad personal al partido con pensamiento opuesto, la corrupción del gobierno, la policía, los empresarios, la guerrilla, los paras, nos olvidamos de que los gestores de nuestro propio destino somos cada uno de nosotros.

En vez de quejarnos de los defectos que tiene nuestra sociedad, de que los guerrilleros de las Farc están en el congreso, de que los políticos son corruptos, de que la clase dirigente no ha hecho más, cada colombiano debiera enfocarse en lo que puede aportar: como lo expresó John F Kennedy, “no te preguntes qué puede hacer tu país por ti, pregúntate qué puedes hacer tú por tu país”.

Esa mentalidad de encontrar la causa de nuestros males en los demás es también en gran parte la causa de la polarización rampante que tenemos en el país. Como colombianos nos queda grande asumir, y sobre todo actuar para mejorar nuestra realidad, todo lo malo les corresponde a aquellos que demonizamos. Desde la derecha, la culpa de nuestra insatisfacción la tiene la guerrilla, que cohibió el desarrollo atentando contra nuestra infraestructura y la institucionalidad por décadas, la tiene el castrochavismo y el grupo de Sao Paulo, que busca implementar un progresismo que acaba con la producción y el sector privado, la tiene una juventud que no construye sobre lo construido.

Desde la orilla opuesta, la culpa de cada realidad personal la tienen los Estados Unidos, las multinacionales, los gobiernos genocidas, la policía. Desde la sociedad civil la culpa la tienen los políticos, los ilustrados consideran que la tienen quienes venden sus votos y quienes venden sus votos consideran que la tienen los ilustrados que con sus privilegios hacen una pésima labor orientando el país.

La manifestación más diciente de ese “no soy yo el culpable” se encuentra en las redes sociales, donde se pasa de culpar a insultar, sin contexto ni sensatez, la expresión más pura de hiel en contra de quienes atribuimos, por nuestra falta de compromiso, nuestras responsabilidades individuales. Resulta entonces que los expresidentes son el bojote, el genocida, el farsante y el cerdo. Al poder subirán el ojibrotado y King Kong. Todas expresiones del odio irreflexivo provocadas por la necedad de no asumir nuestros propios destinos, de buscar en los terceros la causa de nuestras desavenencias personales.

Nuestro nobel, Gabriel García Márquez, describió esta manera de abordar el mundo con su realismo mágico en Cien Años de Soledad, en donde la falta de pragmatismo y de autorreflexión lleva a una sociedad a una guerra sin sentido y con una advertencia que debería ser repetida miles de veces: “las estirpes condenadas a cien años de soledad no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra”.

Si queremos que esta bella tierra les dé a los colombianos mejores condiciones para vivir más sabroso, debemos desarmarnos y asumir una gran cuota de catarismo. Debemos preocuparnos por poner nuestro grano de arena en lo que podamos mejorar y no endilgar en el prójimo nuestros males por medio de historias fantásticas.

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