Home

Opinión

Artículo

EN CONTEXTO

Autorretrato de Colombia

El caso del soldado de las piernas amputadas nos muestra cómo somos en realidad.

Armando Neira, Armando Neira
8 de mayo de 2015

El joven soldado bajaba por un sendero que atraviesa tres humildes barrios de un municipio de Colombia por donde han transitado todos los grupos armados. El muchacho, padre de una niña de 8 años, prestaba seguridad desde el área rural a varios compañeros que construían un parque infantil en el casco urbano. No estaban edificando un búnker ni instalando una base antimisiles, nada bélico, sino sencillamente un rodadero, un columpio, un pasamanos. En este país existen personas a las que les disgustan las risas de los niños, y pueden iniciar una matanza si alguien osa llevarles juegos. Por eso, el soldado estaba en esa estratégica misión.

Descendía vigilante, con la mirada atenta para repeler la emboscada, cuando pisó una mina antipersona puesta en el camino. Si no hubiera sido él, otro inocente habría caído. Los compañeros angustiados corrieron a socorrerlo. Pidieron refuerzos y en cuestión de minutos lo llevaron a un hospital con sus muñones cubiertos de esparadrapo para evitar que muriera desangrado. Pese al dolor nunca se desmayó; mantuvo la conciencia todo el tiempo y los ojos bien abiertos.

Alguien levantó los jirones de su pie. Los llevó a 20 minutos de distancia y los colgó, de manera meticulosa, en la malla de una escuela. Dejó allí el trozo a la vista de todos, como una instalación del horror. Los pobladores fueron llegando uno a uno. Muchos se persignaron, otros lloraron. También varios niños -cuyos maestros estaban en paro- fueron hasta su escuela a ver de qué se trataba. Todo a la luz del día.

El ministro de Defensa alzó la voz ante los micrófonos: “Son unas ratas, son unas ratas”. Los periodistas en la radio maldijeron a los responsables. Otros se preguntaban indignados que en dónde estaba el presidente de la República, que por qué no había ido rápido a buscar a los autores para matarlos. Algunos describieron con detalle quién y por qué había sido. Nadie vio quién hizo eso ni por qué pero, todos ya tenían las respuestas.

La oposición clamó para que no hubiera más diálogos con esos bárbaros. ¿Entonces? Matarlos, matarlos a todos, respondieron. Uno de los periodistas con mayor sintonía del país dijo en la radio que no, que había que hablar porque él creía que era la mejor solución para “sacar a esas ratas de las madrigueras”. Otro que se atrevió a preguntar "¿Y qué tal que no hayan sido ellos?" fue señalado de “cómplice de las ratas”. Todos se armaron de valor en el Twitter para exigir más sangre contra los malos. A estas alturas, ¿alguien sabe quiénes son los buenos?

En este instante el joven soldado recibe el abrazo de su hija, que lo felicita porque cumplió 26 años de edad. Él le responde que está feliz de que ella ya sea grande, porque ahora será quien tendrá que llevarlo por la vida. En el pueblo, los niños se quedaron sin parque. Al contrario, recibieron una imagen que jamás en el resto de sus existencias olvidarán.

Picasso pintó El Guernica para en lienzo exhibir todo el horror de la guerra civil española, que duró tres años. Aquí acabamos de hacer un retrato más de un conflicto que lleva 60 años, y que nadie sabe cuándo terminará.


Guernica. Pablo Picasso, 1937.

* Director de Semana.com.
Twitter: @armandoneira

Noticias Destacadas