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¿Quién tuvo la culpa?

¿Está furiosa la naturaleza o las tragedias que enlutan a Colombia son culpa del hombre?

Armando Neira, Armando Neira
19 de mayo de 2015

Tras conocer la noticia de la avalancha de Salgar, que causó al menos 64 muertos y una treintena de heridos, el alcalde Gustavo Petro escribió el siguiente trino en su cuenta de Twitter: “Arrinconaron al campesinado sobre el agua a punta de fusil y masacres y el agua recupera su territorio”.

Se trata de una afirmación provocadora, que encierra una explicación posiblemente falsa en este caso pero que abrió un debate sobre la responsabilidad del ser humano en la tragedia: ¿Por qué millones de colombianos, especialmente en las zonas rurales, levantan sus casas en las márgenes de los ríos? ¿Quién autoriza edificar casas en terrenos tan vulnerables? Y, hacia el futuro, ¿quién será capaz de amarrarse los pantalones para ponerle coto a esto?

La situación en el caso de Salgar es triste. La gente dormía mientras llovía torrencialmente. A las 3 de la mañana la que parecía una mansa quebrada se creció y arrancó de cuajo las casas que encontraba a su paso, llevándose las vidas de los inocentes. Entre ellos niños que ni siquiera habían sido aún registrados. ¿Era posible imaginar que esto fuera a ocurrir? Sí. Sí y mil veces sí. En el Plan de Desarrollo Municipal de Salgar, firmado por la actual alcaldesa, Olga Eugenia Osorio, se advirtió del riesgo de la quebrada La Liboriana.

En efecto, en su página 80, en la sección 'Gestión del riesgo de desastres', el Plan de Saneamiento y Manejo de Vertimientos del año 2008: “consigna información detallada acerca del riesgo en el Municipio de Salgar… en términos generales, en el área urbana, presentan intermedio y alto grado de vulnerabilidad el costado norte, por su ubicación en la llanura de inundación de la quebrada; lo mismo que las viviendas asentadas sobre algunas coberturas de caños que atraviesan algunas manzanas antes de descargar sus aguas a La Liboriana”.

Asimismo, advierte de los tipos de amenaza que se “ciernen sobre el área urbana” y se menciona que en esta “las inundaciones y las avenidas torrenciales son los fenómenos naturales que presentan mayor probabilidad de ocurrencia, debido, por un lado, a la alta torrencialidad que caracteriza a La Liboriana (factor de amenaza) y por el otro, a la invasión de su cauce y llanura de inundación por edificaciones”.

Volvemos a la crónica de una muerte anunciada que repetimos con frecuencia y, por lo que se ve, no aprendemos. Ocurrió en Villatina, en Medellín, por allá a finales de los 80 cuando un deslizamiento de tierra mató a 500 personas, causó 1.500 heridos, destruyó 80 casas y dejó 1.300 damnificados. Y también en Girón, Santander, cuando se desbordó Río de Oro y arrasó con nueve barrios levantados en sus orillas. O en Belalcázar, Cauca, cuando una quebrada que atraviesa la población también se creció y arrancó de raíz 120 viviendas. ¿Se habría podido evitar tanto dolor?

La respuesta es, de nuevo, sí. Basta con echarle un vistazo a la distribución de la propiedad de la tierra en buena parte del país. Algunos tienen las mejores tierras, de las que obtienen riqueza dedicándolas a la ganadería o la agricultura, mientras hay millones que se hacinan en los pocos metros que quedan en las márgenes de los cauces naturales. Así es en la costa caribe, en el Pacífico y en cualquier punto del país. Es difícil imaginar que alguien escoja irse allí porque le encantó el paisaje. No. Casi siempre es porque le tocó.
Hay que echarle un vistazo, para citar un caso, a la cálida ciudad de Honda. Allá, más allá de su espléndida arquitectura, literalmente se juegan la vida decenas de personas que levantaron sus improvisadas casas a centímetros del río Magdalena. Es posible que en el plan de Desarrollo de este municipio también se lea que algo hay que hacer porque allí va a ocurrir una tragedia.

Así que esta lamentable situación de Salgar debería servir de lección para que los gobiernos nacional, departamental y municipal se tomen realmente en serio un urgente reordenamiento territorial. Se trata de una propuesta que en teoría puede sonar imposible por su envergadura, pero es la única posible para que a la gente no la sorprenda la muerte mientras duerme, llevados por las enfurecidas aguas en las que a su lado, sea por las razones que sea, nunca se debió construir. Debería ser un propósito de toda la sociedad. No sólo para ofrecer vivienda digna y segura, sino para aprender la lección de que a la naturaleza hay que respetarla.

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