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¿Arrasará Uribe en las elecciones al Congreso?

La activa participación del expresidente es benéfica para la democracia, pero no está exenta de riesgos.

John Mario
8 de enero de 2013

Con cierto desparpajo se especula sobre el número de curules que obtendría Uribe al lanzar una lista al Congreso para las elecciones de 2014. Se ha dicho que obtendría como mínimo 20 senadores; otros vaticinan que tendría 30 o 40, que controlaría el Senado y que cambiaría incluso la forma de hacer política.
 
Pero la suerte de su lista al Congreso tiene no pocos bemoles de aritmética política, en la dinámica de las elecciones legislativas, por su aún escaso éxito en minar la credibilidad del gobierno Santos y de posicionar un candidato presidencial.

Para empezar, de un potencial cercano a los 32.700.000 colombianos aptos para votar que habrá en el 2014, y con una participación de 44.5 por ciento, tres puntos por encima de lo que ha sido la concurrencia promedio al Senado desde 1990, Uribe necesitaría entre 2.700.000 y 2.800.000 votos para hacerse con 20 curules.
 
Ese es un número cuantioso que no le será fácil conseguir. Hablar entonces de 30 o 40 curules para su lista es mera ficción. La conjetura respecto de que su entrada en competencia atraería un alto voto de opinión y rompería la tradicional abstención en las elecciones legislativas no parece ser tan cierta.
 
Mientras que Andrés Pastrana ganó la primera vuelta en 1998 con un 52 por ciento de participación y Juan Manuel Santos con un 49 en el 2010, en los triunfos de Uribe hubo una participación de 46 y 45% en el 2002 y 2006, respectivamente. Así pues, el expresidente no es la tromba que atraería millones de nuevos electores como se ha hecho creer.
 
Otro referente pueden ser las propias votaciones de Uribe para las elecciones presidenciales y el referendo del 2003. En aquellos comicios obtuvo un promedio de 6.500.000 votos, con cientos de candidatos y decenas de parlamentarios brindándole su apoyo. En las legislativas del 2014 tendría que obtener casi que en solitario al menos el 43% de los resultados de entonces, con la dificultad adicional de que sería una elección plurinominal que dispersa la atención e inhibe la polarización.
 
Si Uribe pretendiera encabezar una lista como la de La U o pudiera llevarse todos sus senadores a la nueva formación, las cosas le serían relativamente fáciles. En ese caso, sería creíble que alcanzara 30 o 35 curules en la Cámara alta, aunque nada garantizaría que le fueran leales.
 
Pero lo que busca y tiene lógica para Uribe es impulsar una agrupación en la que tenga un poder hegemónico, un partido que defienda sus tesis, sin Roys Barreras o Armandos Benedetti, y es allí donde encontrará nuevas dificultades.

Si se la juega por figuras eminentemente jóvenes con probabilidad, el aporte en votos que hagan a su lista sea escaso y nada garantizaría que tengan el talante para descollar en el Congreso o incluso que le conserven lealtad.

Si se centra en los Félix Lafaurie, Obdulios Gaviria, Migueles Gómez o Juanes Lozano, la revolución política que pretende se habrá quedado en el anuncio, con el inconveniente de que sería una lista de los mismos bomberos pisándose las mangueras de la derecha radical.
 
Quizás el único antecedente contemporáneo al escenario que busca Uribe es el de Andrés Pastrana en las elecciones al Congreso de octubre de 1991. Allí, la Nueva Fuerza Democrática, de un potencial electoral de 20 millones, obtuvo 436.000 votos y 9 senadores. En aquel entonces Pastrana se la jugó por hombres de empresa, jóvenes intelectuales, algunos destacados juristas casi sin ninguna actuación política. La diferencia, no obstante significativa, es que el dirigente conservador era una figura que se proyectaba como serio aspirante presidencial, que había terminado pocos meses antes con buena imagen su gestión como alcalde de Bogotá.
 
En el caso de Uribe, sus posibilidades de una nueva presidencia son por ahora nulas. El atractivo de su lista al Congreso puede no ser tan llamativo cuando se trata de reivindicar una gestión ya pasada, la que se confunde en ocasiones con la simple vanidad e intransigencia política.
 
Un problema extra que deberá sortear Uribe es que no ha podido posicionar una figura que seduzca como candidato presidencial y en esas circunstancias una campaña al Congreso es más difícil.
 
Así pues, si bien la fortuna de la lista al Senado encabezada por Uribe se puede alterar por algún serio traspié que sufriera el gobierno actual en los próximos meses, es posible anticipar que el grueso del Partido de la U o del Conservador no se irá con él como muchos arguyen ni será el coco electoral de las 30 o 40 curules.    
 
El liderazgo de Uribe de cara a las elecciones al Congreso será sin duda muy atractivo y benéfico para la democracia criolla y pudiera con alta probabilidad obtener entre 12 y 15 curules de devotos suyos.
 
Su apuesta, sin embargo, no está exenta de riesgos. Al competir con otros candidatos al Congreso, está arriesgando perder la influencia que ejerce en colectividades como la Conservadora y la de La U y a arrinconar cada vez más la esfera de su liderazgo. Además, de obtener menos curules sería el indicador más claro de su paulatino declive desde cuando partiera cobijas con el gobierno Santos y una de cuyas balizas ha sido la pérdida de su imagen favorable en 27 puntos.

*En Twitter: @johnmario

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