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Samuel David

El asesinato de uno de los “bebés de la paz” representa todo lo que está mal en nuestra sociedad. El día que dejemos de normalizar la muerte y de pensar que hay vidas humanas de primera y de segunda categoría habremos dado el paso definitivo hacia la paz.

Lucas Pombo, Lucas Pombo
18 de abril de 2019

La muerte de un menor de siete meses por cuenta de un atentado contra sus padres, dos excombatientes de las Farc, tiene que prender las alarmas no solo del Gobierno, sino de toda la sociedad. Hoy, el asesinato de Samuel David pone a prueba el talante moral de los colombianos, en un momento en el que hay que probar que el tránsito hacia la paz no es solo un discurso sino una actitud.

Aún más grave es la indignación deslactosada, la indiferencia de algunas personas frente a un hecho que debería tocar las fibras más profundas de cualquier ser humano. Todos queremos que los exguerrilleros de las Farc respondan por sus delitos, especialmente aquellos que fueron cometidos contra menores de edad; sin embargo, no puede haber justificación alguna para un hecho atroz que no debe tener cabida en un país que dice estar avanzando hacia el posconflicto. Se acabaron las excusas, ni un asesinato más.

En materia de seguridad de los excombatientes de las Farc, se han hecho esfuerzos desde el Estado. Los esquemas de seguridad personales y colectivos se cuentan por centenares y el Gobierno hace un esfuerzo sobrehumano por seguir financiando a la Unidad Nacional de Protección que, año a año, requiere más y más recursos. El problema hoy radica en los grupos armados organizados que se han concentrado en acabar con los reinsertados. Si no se descifran y desarticulan los sistemas criminales detrás de esos asesinatos y no se hace un esfuerzo pedagógico porque las muertes de los exguerrilleros y sus familias nos duelan a todos los colombianos, las tragedias se seguirán repitiendo.

La cifra no es anecdótica. El Gobierno reconoce que, desde la firma del acuerdo de paz, 128 excombatientes han sido asesinados. Claro, la vía fácil es minimizar la muerte de esos exguerrilleros porque delinquieron, porque seguramente dispararon y mataron, porque la sangre se paga con sangre. Por eso, hoy más que nunca, se pone a prueba la fibra moral de la sociedad colombiana para salir de la espiral de violencia, abandonar la ley del talión y pasar la página a una en que la vida vale más que cualquier otra cosa.

Más allá de la faceta humana, si la cifra de excombatientes y familiares  asesinados sigue aumentando y el Estado lleva a un segundo plano la implementación de los acuerdos de paz, nos exponemos a un caldo de cultivo perfecto para el surgimiento de nuevos grupos armados organizados, dispersos y difíciles de combatir, como ya ha sucedido en el pasado. Cada muerto que se suma al conteo es un paso más hacia el punto de no retorno, a donde no podemos llegar como sociedad comprometida con la paz.

La muerte de Samuel David tiene que convertirse en el símbolo de lo que no puede pasar en el país. Ni hijos de exguerrilleros, ni desmovilizados, ni militares, ni líderes sociales, nadie; el día que, como sociedad, dejemos de normalizar la muerte  y de clasificar la vida en categorías, daremos el paso definitivo hacia la paz.

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