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Asimetrías de la "negociación" del TLC

¿Está Colombia en la capacidad de negociar el TLC en igualdad de condiciones con Estados Unidos? Ricardo Buitrago, consultor internacional, responde esa y otras preguntas que deberán ser contestadas antes de la cuarta ronda de negociaciones.

Semana
8 de agosto de 2004

Culminada la tercera ronda de negociaciones del Tratado de Libre Comercio -TLC- entre los países andinos y Estados Unidos, quedan algunos sinsabores y preocupaciones latentes. Las posiciones de veto y la falta de respeto frente a los negociadores de los países andinos (las 'ofertas' de negociación no fueron entregadas a tiempo por Estados Unidos) dejan ver la tonalidad que va a tomar la negociación en la medida que ésta avance; los acercamientos amistosos de la primera y segunda rondas fueron reemplazados por posiciones pragmáticas en las que Estados Unidos empieza a salvaguardar sus propios intereses.

El equipo negociador norteamericano actuó como si lo que se buscara fuera un acuerdo entre economías iguales (y no asimétricas, como lo son), sin tener en cuenta que el texto que eventualmente se pacte reemplazará a las preferencias unilaterales en el vigente Atpdea (régimen de privilegios que facilita el acceso al mercado norteamericano de los productos de países andinos que combaten el narcotráfico).

Se han presentado posiciones distintas de cada país en materia de casi todos los temas en discusión en el TLC, ya que las necesidades de los tres países andinos son desiguales frente a diversos sectores. Los ejemplos abundan. En propiedad intelectual: Colombia tiene una industria farmacéutica que defender, Perú y Ecuador no tanto. En privatizaciones, Estados Unidos quiere que Colombia y Ecuador privaticen los servicios de telefonía estatal y en el caso de Colombia, una apertura del sector de comunicación celular; Perú ya privatizó casi todo. Las ofertas de desgravación arancelaria de Estados Unidos son criticadas por Colombia, calificadas de "bastante conservadoras" y "proteccionistas", no así por Perú y Ecuador, y podríamos seguir mencionando otros casos.

Se plantea entonces un interrogante: ¿cuál será la estrategia de negociación de los países andinos? El marco negociador común para los andinos es la decisión 598 de la CAN, firmada en Quito hace pocas semanas: "Los países podrán negociar acuerdos comerciales con terceros, prioritariamente de forma comunitaria o conjunta, y excepcionalmente de manera individual". También dice la 598 que, en estas negociaciones, los países se comprometen a "preservar el ordenamiento jurídico andino en las relaciones entre los miembros de la CAN". Esto no sucedió en el TLC entre Centroamérica y Estados Unidos (Cafta), puesto que se firmó un acuerdo multilateral que, de hecho, creó un nuevo ente jurídico supranacional que se llevó de encuentro al Mercado Común Centroamericano (Mcca).

Las declaraciones hechas por Robert B. Zoellik en el marco de la OMC el año pasado dejan entrever la posición de Estados Unidos frente a las negociaciones de los TLC (divide y vencerás) -"Cualquier decisión de la OMC requiere un consenso entre sus 144 miembros. Cualquier país (por cualquier razón política o económica) puede paralizar la Agenda de Doha. No Aceptaremos pasivamente un veto al avance de Estados Unidos hacia la apertura de mercados.", palabras un tanto preocupantes para unas economías como las andinas, que no han tenido, ni tienen, ni tendrán la capacidad de negociación que se necesita para poder establecer políticas de integración que permitan una inserción internacional y un crecimiento económico acorde con las necesidades de los países.

¿Negociación o imposición?

La posición de Colombia en el contexto internacional no ha sido de relevancia; por el contrario, salvo lo hecho en la administración de López Michelsen, el país ha estado relegado a la hegemonía norteamericana. Los planteamientos políticos y económicos en materia de relaciones internacionales de Colombia han estado y estarán sujetos a las necesidades de Estados Unidos ya que somos un país con una posición estratégica, geográficamente hablando, pero sin capacidad de negociación geopolítica, ni geoeconómica, perdidas a partir de la secesión de Panamá -auspiciada por Estados Unidos- en 1903.

El crecimiento económico colombiano y su comercio internacional no han reflejado, ni reflejan, los flujos de inversión extranjera recibidos. Esto, en gran parte porque los flujos se han dirigido a sectores productivos que son de interés para los países desarrollados (hidrocarburos y minería) y no para nuestra economía interna. Pareciera ser que se nos olvidó el escarmiento de la anterior apertura hacia dentro, y ahora gracias a la necesidad de Estados Unidos de un mercado ampliado ha llegado la hora de profundizarla, ampliarla y realizar su segunda fase, y ¿cómo será esta vez?, ¿ahora sí estamos preparados?, ¿somos competitivos?, sin preferencias arancelarias ¿qué exportaremos?, interrogantes que, creo, aún no hemos podido resolver.

Stiglitz, en el Malestar de la globalización, describe cómo los procesos de liberalización abruptos y sin estructuración interna degeneran en mayores asimetrías entre los países poderosos y aquellos en vías de desarrollo. El TLC se dará en el orden que establezca Estados Unidos para poder mantener la hegemonía, ahora decadente, que ha manejado hasta el momento. Colombia no puede, ni podrá, en el corto plazo poner condiciones frente a este proceso ya que de ninguna forma puede poner en riesgo la ayuda militar y económica proveniente de Estados Unidos (Plan Colombia).

Por fortuna, el proceso de reflexión de los últimos meses ha despertado las conciencias de varios 'tomadores de decisiones' en forma tal que no podrían llamarse a engaño. El presidente Uribe ha manifestado su preocupación sobre el debilitamiento, aún mayor, de la agricultura en Colombia, lo que equivaldría a inyectarle prosperidad al tráfico de droga y por consiguiente, estímulo a la violencia. A su vez, el ex subdirector de Planeación y asesor presidencial Alejandro Gaviria ha indicado que, lejos de resolver el problema social y de erigirse en panacea, una liberación sin alivios, salvaguardias compensatorias y prudentes escalonamientos entrañaría enormes pérdidas de producción, empleo e ingresos en el campo, no susceptibles de contrarrestarse con las ganancias en las ciudades.

La conclusión es que la liberalización debe hacerse en un plazo prudencial suficiente y que no se puede prescindir, bajo ninguna presión, del sistema andino de franja de precios (arancel reajustable en proporción a la baja de precios de los respectivos bienes agrícolas). Tampoco del complemento de una salvaguardia especial agropecuaria que opere en forma automática y contemple aranceles y cuotas. Ni de un fondo de reconversión y renovación tecnológica. Esto, mientras en Estados Unidos persista el régimen de ayudas internas y subsidios a la producción y la exportación.

La posición de los países andinos frente al proceso de negociación del TLC es pobre, carece de estructuración y, lo peor de todo, carece de poder; nuestras economías dependen del intercambio comercial con Estados Unidos. Como en tantos otros procesos terminaremos cediendo soberanía económica y política.

La próxima reunión de Puerto Rico en septiembre debiera encontrar a los andinos en una posición negociadora más sólida. Para lo cual hay que doblegar las posiciones unilateralistas, para minimizar el impacto de las imposiciones que seguramente empezarán a recibirse de los negociadores de Estados Unidos.

*Consultor internacional y profesor universitario

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