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Asprilla, la patada

Desde luego, había la otra posibilidad, la de haberle creído a Asprilla el cuento de la botella coca-cola litro

Semana
17 de mayo de 1993

Asprilla, la patada
Por María Isabel Rueda
ElL PAIS QUEDO IMPACTADO CON EL INcidente de Asprilla. Yo quedé más impactada con la reacción del país ante el incidente de Asprilla. Porque a pesar del entendible dolor que ocasiona el derrumbe de un ídolo para un pueblo en desesperada búsqueda de ídolos, la hazaña de Asprilla en Europa no debe ser, ni muchísimo menos, la disculpa para otorgarle inmunidad a su comportamiento antisocial.
La pregunta es: ¿se debe ser menos drástico con Asprilla por ser quien es, o más drástico, precisamente por serlo? La primera escuela es la de la inmunidad de Asprilla, por ser Asprilla. Una semana larga, después del incidente, esta inmunidad ha dejado una larga cadena de hechos irregulares, que de alguna manera los colombianos resolvimos tolerar: Asprilla continúa mintiendo. El bus sigue desaparecido.
El chofer continúa silenciado. Los informes policiales originales se esfumaron. Todo, con tal de que el futbolista no pierda su contrato con el Parma, y pueda seguir proporcionándonos el único espectáculo que por estos días saca la cara de Colombia ante el mundo.
Los argumentos de los simpatizantes de Asprilla hacen sonrojar al código penal. "Cualquiera tiene derecho de tomarse unos tragos y de embarrarla", dicen unos. "Cogió el bus a patadas pero fue porque se le cerró", dicen otros. "Dejen en paz ese negro divino... ¿Por qué será que los medios de comunicación destruyen así a la gente?".
Ni aun el editorialista del periódico El Tiempo, al que debe pedírsele mayor madurez en sus opiniones, se escapó del síndrome Asprilla. Mientras en la edición del jueves pasado, en su columna Contraescape, Enrique Santos ponía las cosas en su sitio con el argumento de que "la solidaridad con el drama de Asprilla es comprensible, pero no cuando se traduce en una complicidad complaciente", arribita de la misma página, en Cosas del Día, algún bárbaro escribía: "Esto (sus glorias) es lo que no hay que olvidar en estos momentos, cuando de todos lados se lo fustiga y critica, dedicándole la persistente atención que no se le aplica a ninguno de los verdaderos problemas nacionales. Todos los medios de comunicación, incluyendo algunas referencias nuestras, han tenido esa morbosa complacencia. Cometió un error esto, y lo está pagando caro ".
Interesante caso para las facultades de comunicación social, donde enseñan tanta bobada: la culpa de que Asprilla se emborrache (se ha dicho que no estaba embriagado, pero varios periodistas le sintieron el tufo a las tres de la tarde de ese mismo día. Entonces, ¿por lo menos enguayabado) y agarre a patadas un bus, no es de Asprilla, sino de los medios de comunicación que contaron la verdad. Dicho en un tono de realismo mágico, la verdad del incidente de Asprilla era mentira, hasta que los benditos medios de comunicación la volvieron verdad, en perjuicio del pobre futbolista.
La cosa es tan absurda, que escuché a Asprilla culpar a los periodistas de que su madre se hubiera agravado. Nadie le preguntó, sin embargo, qué hacía de rumba mientras su madre estaba grave en el hospital. Aquí vuelve y juega el realismo mágico: el disgusto de la madre de Asprilla no se debe a que su hijo se hubiera cortado al darle una patada al vidrio de un bus, sino a que los medios hubieran contado que Asprilla, borracho, le dio una patada al vidrio de un bus.
Pero revelado el misterio de su accidente, él mismo tiene que haber aprendido una lección que le servirá la próxima vez que se pase de copas. Al parecer es la primera lección de este tipo que recibe, pues según cuenta El Tiempo, los viajes de Asprilla a Tuluá siempre han estado acompáñados de comportamientos antisocíales que nadie, hasta ahora, le había reclamado.
Pero pienso que más importante que la lección de Asprilla, es la lección al país. Aprendió que nadie, por más Asprilla que sea, tiene derecho a acudir a la violencia bajo ningún pretexto. Y que entre más importante se sea, más aun cuando se es símbolo de lo bueno, de lo puro, de lo heroico, de lo sano, más se debe exigir a sí mismo en cuanto a su comportamiento social. Un resbalón en esta línea, como el de Asprilla, hace más daño que la patada al bus en sí misma, porque arrasa con la ilusión de todo un país, y se destruye un buen ejemplo quizás el mejor del momento de toda una nueva generación. Detrás de Asprilla viene todo un ejército de nuevos futbolistas que tendrán sus mismas oportunidades y sus mismas tentaciones.
Haber visto cuál es el costo de ceder ante ellas es mejor que peor para el deporte colombiano.
Desde luego, también existe la otra posibilidad. La de haberle creído a Asprilla el cuento de la botella de cocacala litro.
Nadie habría notado que el futbolista mintió, ni que un bus desapareció, ni que un chofer se silenció, ni que unas autoridades fueron complices, ni que un país tiene los valores tan trastocados que prefiere perdonar la violencia según sea de quien viene.
Sí. Si le hubiéramos creído a Asprilla, y los medios hubieran callado, el futbolista hubiera regresado a Italia a seguir haciendo felices a los colombianos a punta de patadas.
Hasta que muy seguramente habría terminado, tarde o temprano, bajándonos del curubito, de otra patada. -