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Atracos por doquier: ¡No más!

Aquí un relato de cuando fui testigo de una modalidad de atraco que ocurre, de la misma forma y en el mismo lugar, desde hace varias décadas.

Eduardo Behrentz, Eduardo Behrentz
11 de febrero de 2020

No es noticia para ningún habitante de la capital que vivimos en una ciudad peligrosísima. Y no solo estamos mal, sino que hemos empeorado. Según el boletín de indicadores de la Secretaría Distrital de Seguridad, Convivencia y Justicia (SDSCJ), durante 2019 se registraron más de 127.000 casos de hurto (¡un robo cada cuatro minutos!), lo que además representa un escandaloso incremento del 20% en comparación con el año anterior. Y todo esto sin contar el subregistro que es característico en estos temas, en donde las cifras reales seguramente son muy, muy, superiores.

De acuerdo a la más reciente encuesta de convivencia y seguridad ciudadana del Dane, la sensación de inseguridad en Bogotá es cercana a la impresionante cifra del 85%. Y tales guarismos son evidencia de lo que sentimos. En los últimos seis meses, ¿qué lector de esta columna no ha sufrido, en carne propia o a través de un familiar cercano, la zozobra impune de haber sido víctima de alguna forma de atraco?

Todos tenemos una historia que contar. Aquí está una de la que fui testigo de primera mano: en cierta tarde del último trimestre de 2019 circulaba yo en sentido sur-norte por la avenida circunvalar a la altura de la calle 32, en el temido extremo oriental del barrio La Perseverancia. En medio del trancón usual de la hora pico de la tarde, el vehículo que transitaba enfrente mío fue atacado por dos jóvenes que, en cuestión de segundos y combinando destreza y sangre fría, rompieron la ventana del copiloto y extrajeron elementos de diversa naturaleza.

La víctima, por supuesto, era una mujer joven que iba sola en su carro. Su reacción, de esas que son imposibles de prever, fue no ejercer resistencia alguna e incluso entregar su teléfono celular que estaba en un lugar no visible para los antisociales. Como efecto colateral, en medio del siniestro, ella perdió el control y se estrelló con el vehículo que se encontraba adelante. Un par de conductores nos detuvimos a socorrerle. Otros usaron sus bocinas de forma vehemente para quejarse de la nueva causal de trancón.

El carro que recibió el impacto accidental era una camioneta blindada en la que se transportaba “una doctora magistrada” cuyos escoltas presenciaron el hecho, y dos de ellos emprendieron la debida persecución. Los jóvenes ladrones huyeron con cierta facilidad, mostrando superioridad atlética y conocimiento del sector. “Menos mal no los alcanzaron” les dije yo a los valientes escoltas a su regreso. ¿Se imaginan el lío si le llegan a romper una uña a uno de los asaltantes? En tal caso si actuaría la justicia con todo el peso de la ley, mientras los hampones serían liberados por enésima vez para volver a cometer el mismo crimen, de la misma forma, en el mismo sitio.

Versiones similares de esta historia ocurren casi a diario en este preciso lugar desde hace varias décadas. Y considerando que nuestro macondiano sistema judicial estima que la reincidencia es irrelevante al momento de juzgar, a lo mejor seguirán ocurriendo, casi a diario, por otras tantas.

Alguno de los policías que llegó a atender el siniestro, mientras mostraba fotos desde su celular de sospechosos conocidos por actos similares, me dijo “esto se puso peor desde que instalaron los reductores de velocidad”, indicando que es de pleno conocimiento de las autoridades que en este punto de la ciudad los conductores están a merced del hampa local.

Este es tan solo un ejemplo del tremendo desafío que enfrenta el nuevo liderazgo de la Secretaría de Seguridad, en combinación con las urgentes estrategias y políticas de promoción de empleo de calidad, atención de migrantes y ofrecimiento de seguridad social.

Ojalá puedan mostrar avances en el corto plazo y logren convertir en buenas noticias los anuncios recientes en relación con los aumentos en pie de fuerza (para llegar a 300 policías por cada 100.000 habitantes), la expansión de la infraestructura carcelaria, el trabajo coordinado con el Gobierno nacional, Fiscalía y Policía; y la visión regional para el manejo de la seguridad. Y esto sumado a una discusión más técnica y menos apasionada en lo referente a la regulación para la tenencia y porte de armas.

Aquí no podemos seguir equivocándonos. Nos estamos jugando, literalmente, nuestra vida, nuestra integridad y nuestro futuro económico.

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