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Australia, menos rezos y más acción

No creo en rezar por Australia como fórmula para ayudarle al país y al planeta a desviarse del camino hacia el infierno ambiental.

Poly Martínez, Poly Martínez
10 de enero de 2020

Tampoco los hashtags que rezan por la amazonia o California y que bien podrían decir #PrayForChiribiquete o #RezaPorIslaSalamanca van a lograr tal impacto en el mundo real como para lograr cambios reales de comportamiento y una verdadera reducción de nuestra huella de carbono. 

Los lamentos en las redes y el seguimiento a las crisis ambientales tienden a apagarse tras el incendio emocional de ocasión. Es el caso de los incendios de la amazonia, lo más consultado de 2019 (año estrella en redes en torno al cambio climático, con más de 132 millones de consultas, según NewsWhip), pero hoy apenas si levanta chispas a pesar de que la crisis sigue. Dato adicional: el 30% del territorio colombiano está en riesgo de incendios forestales.  

Aunque los especialistas en el impacto de las redes en el cambio social afirman que las redes abren conversaciones, también dicen que las personas tienden a confundir su actividad en redes con un aporte concreto para cambiar la realidad.  

Por ejemplo, los colombianos aumentamos cada año nuestro aporte al calentamiento global, que a mediados de 2019 se calculaba en cuatro toneladas de carbono por persona, lo que requeriría una hectárea de bosque maduro y en capacidad de capturarlas, según el Ministerio de Medio Ambiente. 

Las campañas en redes acercan la realidad de otros lugares, pero no necesariamente hacen más corta la distancia frente a la acción individual que se requiere en temas de cambio climático. A finales de 2019 e inicios del 2020, mientras el mapa de Australia lucía una trágica diadema de fuego, en pleno derroche navideño y con la conciencia ambiental de vacaciones, nos entretuvimos viendo al koala sediento pidiéndole agua a un ciclista, a canguros brincando y ardiendo, y a bomberos profesionales y rescatistas silvestres quemados, tiznados y desesperados por salvar vidas. Y esa tremenda imagen de cocodrilos detenidos en el tiempo, ahora estatuas de ceniza, como un eco de Pompeya, aunque este Vesubio de horror es producto de nuestra indolencia.  

El país parece el campo de batalla de la tercera guerra mundial, dijo un australiano, pero tal vez sería mejor entender que Australia es hoy la imagen real de la guerra contra el cambio climático que estamos perdiendo todos. Una sirena que nos grita que mañana será el turno para otro país, que sí pueden confluir los peores escenarios imaginados -incendios, inundaciones, contaminación, deshielos, desidia de las autoridades, quemas descontroladas, alza de temperaturas y poca conciencia ciudadana- y acabar con media Colombia, por ejemplo.

Nos echamos cuentos e indignamos con Trump, Bolsonaro o la dirigencia política conservadora australiana pero poco decimos de la responsabilidad individual que tenemos. Todos los días vemos, compartimos y comentamos con dolor la tragedia humana y ambiental que asuela a Australia. ¿Pero estamos separando los residuos de nuestra basura? ¿Reciclamos en la casa, el colegio, la universidad? ¿Qué pasa con el icopor del corrientazo que llega a la oficina? ¿Qué hicimos diferente tras los incendios en el Amazonía? ¿Qué hacemos, de verdad, para reducir nuestra huella sobre el planeta?  

Se nos va el día en rezar para empatar, pero mantenemos nuestro cómodo pecar ambiental. El mejor acto de solidaridad con Australia y su inmensa pérdida es no repetir la historia. Es urgente hacer cambios individuales pues, según los expertos, los acuerdos multilaterales ya no bastan, cosa evidente en la pasada Cumbre Climática en Madrid. ¿Qué hacer? Esta es una corta lista:

- Dejar de comer carne o reducir su consumo sustancialmente es la principal recomendación de los expertos y en todo el mundo. 

- Separar las basuras, reciclar en serio, con criterios definidos, avalados por la autoridad ambiental local y en llave con los vecinos. Y revisar lo que mandamos por el sifón del lavaplatos para no contaminar más los ríos.

- Exigir empaques ecológicos, imprimir menos documentos, baños más cortos y lavar la ropa con agua fría, recolectar aguas lluvias para regar o limpiar; apagar las luces y desconectar los electrodomésticos; no dejar cargando eternamente el celular o lo que sea. Las pequeñas acciones sí suman: menos chat ecológico y más acciones ambientales.

- Comprar local, mercar local y apoyar a los pequeños productores. Las economías locales, la producción a menor escala le quitan presión al medio ambiente. En lo posible, sembrar un jardín.

- Actuar contra la impunidad ambiental en Colombia. Están definidos los delitos, se abren procesos (casi 1800 en 2019), pero de multas y sanciones más bien poco. Incendios en el PNN El Tuparro, PNN Katíos o en PNN El Cocuy, invasiones al PNN Chiribiquete, entre otros casos, son evidencia del interés por mover la frontera agrícola y ganadera, y explotar ilegalmente recursos no renovables y renovables que guardan estas zonas. 

- Conocer, participar y debatir las políticas ambientales de las nuevas autoridades que están en el proceso de formular el plan de desarrollo local o departamental. Exigir que se pase del discurso florido a planes y acciones concretas, entre ellas hacer públicos los posibles conflictos de interés ambientales derivados del aporte de empresas o personas a las campañas de alcaldes, gobernadores y concejales electos. 

Más que rezar por Australia o la amazonia, lo que debemos tener presente es que, si no hacemos cambios concretos empezando hoy mismo, la vida de todos, la de los de allá y la nuestra acá, será un verdadero infierno.