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¿Ayuda o intromisión?

Magda Lorena Cárdenas explica el hecho de que el tema de la paz salga de las fronteras y se traslade a otros escenarios, como ocurre con el caso de Venezuela

Semana
18 de agosto de 2007

La política de paz del gobierno colombiano, un asunto por definición correspondiente a la agenda interna, y el acuerdo humanitario como potencial vía de negociación se incorporan cada vez más en la agenda de política exterior. El número de actores internacionales que se pronuncian frente al tema crece de forma considerable, hecho que en algunos casos puede llegar a ser preocupante.

El turno llegó también para el presidente Hugo Chávez, quien manifestó su deseo de participar como facilitador en un diálogo para lograr el acuerdo humanitario. Sin embargo, se requiere de un ánimo crítico para analizar las implicaciones de una eventual ayuda venezolana, ya que más allá de la aparente voluntad política, existe en su discurso un trato de inconveniente generosidad en lo que al estatus político de las Farc se refiere, hecho que el gobierno colombiano no está en condiciones de aceptar.

La forma en la que surgió la propuesta del presidente Chávez y su motivación exigen un examen cuidadoso. El hecho de haber sido presentada como respuesta a una petición de la senadora Piedad Córdoba hizo que la oferta venezolana se debilitara políticamente y se perdiera en lo coyuntural. Al mismo tiempo, puso de manifiesto el desconocimiento o el poco interés que tanto el Presidente como la senadora tienen frente a los canales institucionales para solicitar los buenos oficios.

El contexto así como la forma en que se produjo la inconveniente respuesta venezolana evidenciaron una triste coincidencia: Venezuela y Colombia tienen como común denominador la mala costumbre de la diplomacia mediática. Una propuesta de tal envergadura como la presentada por Hugo Chávez debió contar con los canales ofrecidos por la diplomacia y las instituciones; sin embargo, su tono propagandístico restó credibilidad a la propuesta y limitó las posibilidades de identificar al gobierno vecino como un interlocutor serio en una eventual negociación.

No es la idea de un acuerdo humanitario per se la que se desecha, sino las manifestaciones de injerencia internacional. El gobierno no ha cerrado la puerta al acuerdo, prueba de ello, la reciente designación de Piedad Córdoba para aproximarse a un diálogo con las Farc y actuar como facilitadora. Sin embargo, el proceso se deberá dar en un marco de institucionalidad, y el apoyo internacional que se persiga deberá ser serio y concertado, a condición, claro está, de no ser fruto de simples impulsos mediáticos.

Lo que necesitamos de Venezuela es afianzar un diálogo diplomático y no ser los depositarios de su pretendido mesianismo. Su ayuda en un acercamiento al acuerdo humanitario resulta improbable mientras en su percepción del conflicto armado colombiano, gobierno y guerrilla sean actores susceptibles a ubicar en el mismo nivel. Más aun, en el actual contexto político, el objetivo de desmantelar lo que se puede denominar “la diplomacia de las Farc” cobra una importancia trascendental que Venezuela no puede desconocer.

Obtener una ayuda internacional idónea para un eventual proceso de negociación sólo será posible a través de un verdadero conocimiento de la dinámica del conflicto armado colombiano y de la forma como operan los actores armados al margen de ley. De ahí que el canciller Fernando Araújo haya hecho un llamado a llevar a cabo un gran esfuerzo diplomático para desvirtuar por completo a las Farc en aquellos sectores donde aún cuenta con cierto reconocimiento político.

Es innegable que el vecino país representa un aliado estratégico, pero no por ello se puede tolerar que, en aras de una actitud conciliadora, ignore los canales de diálogo oficiales con los que cuenta nuestro país en su política de paz y su política exterior. La posición de Venezuela frente a temas como el acuerdo humanitario debe evidenciar la voluntad política de no injerencia, y cualquier iniciativa de mediación debe tener al gobierno como único destinatario, sólo de esta forma se podrá entender como “ayuda y no intromisión”.

Por otro lado, la integración, un objetivo de vital importancia para Colombia y que motiva a mantener en un excelente estado la relación bilateral, bajo ningún punto de vista implica aceptar concesiones en el manejo soberano del conflicto armado colombiano, como tampoco en el tratamiento a los actores armados al margen de la ley.

Si la crítica del vecino país hacia el gobierno colombiano se ha centrado en rechazar su sumisión a los Estados Unidos, es preciso que Venezuela sea muy cuidadosa con la forma en la que propone su voluntad de hacer parte de una negociación. En caso de que Colombia quisiera en algún momento aceptar la ayuda venezolana, se requeriría gran claridad conceptual. La tarea de facilitador no es descartable como si lo es la de “mediador” de las Farc, dado que sus últimas y reprochables acciones no dan lugar a atribuirles una connotación política de alto reconocimiento.

Hoy el diálogo diplomático requiere gran precisión conceptual y coherencia en el discurso tanto del gobierno colombiano como de los interlocutores que evidencien su voluntad de participar en una salida negociada. La formulación de la política de paz hace parte de la agenda interna del gobierno y es claro que se puede y debe internacionalizar en aras de una cooperación. No obstante, la presencia internacional en una eventual negociación con las Farc debe ser el resultado de una acción concertada con el gobierno mismo y exige que en materia de facilitadores se otorgue un mayor valor a las instituciones internacionales y no a los actores individuales.

El desafortunado episodio con Sarkozy no se puede repetir con Hugo Chávez. Al permitir un condicionamiento a la soberanía, la diplomacia estaría desvirtuando su razón de ser. En su búsqueda de apoyo internacional para el acuerdo humanitario, el gobierno colombiano debe ser contundente para dejar claro que cuando de las estrategias de paz se trata, las alianzas son un instrumento y no un fin en sí mismo.

Para que las aspiraciones de Piedad Córdoba se puedan materializar es preciso que se despoje de sus afectos y preferencias ideológicas en la búsqueda de interlocutores internacionales que participen en la negociación. Propiciar esta ayuda requiere un carácter objetivo y coherente con el lenguaje empleado por el gobierno, entendiendo que el hecho de abrir espacios de negociación está muy lejos de cambiar la percepción que se tiene del conflicto armado y de las Farc.

Así deberá entenderlo Venezuela (cuya ayuda es bien apreciada por la senadora Piedad Córdoba) si quiere actuar en una negociación. Sólo podremos dar las gracias al presidente Chávez cuando su voluntad de mediación valore en su justo peso a los actores implicados y cuando los canales de comunicación empleados sean de carácter político y no la simple propaganda para sumar audiencia a un discurso mesiánico.

*Politóloga e Internacionalista de la Universidad del Rosario

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