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Banana Republic

Molesta ver a Colombia confrontada por Naciones Unidas. Los episodios recientes hacen aconsejable redefinir algunos aspectos de esa relación.

Jorge Humberto Botero, Jorge Humberto Botero
6 de marzo de 2020

Con relación a los conflictos estructurales en ciertas zonas rurales que hemos padecido desde hace más de media centuria, sucesivos gobiernos actuaron bajo la tesis de que ellos eran asunto interno que nosotros solos resolveríamos. Nunca, hasta que Santos dio un viraje radical, habíamos aceptado que padecíamos una guerra civil, la cual, por cierto, no figuraba en los anales de la Historia. Teníamos sí, y continuamos padeciendo, un conjunto de conflictos que, en la actualidad, están asociados a disputas sobre drogas ilícitas y tierras. Si la tesis de ese gobierno hubiese sido correcta, el partido Farc tendría un desempeño vigoroso en la arena política y la violencia endémica en algunas áreas rurales habría disminuido de manera radical. No ha sido así.

Dentro de esa estrategia de internacionalización de los esfuerzos para resolver la guerra entre las Farc y la sociedad colombiana, se optó por involucrar a Naciones Unidas al elevado nivel del Consejo de Seguridad. El resultado inevitable fue colocar al Estado en un plano de cierta igualdad frente a esa guerrilla; se diluyó su estatus de representante de una sociedad agredida y pasó a  ser una de las partes del conflicto. Tal vez esta circunstancia explique el protagonismo, a veces teñido de cierto imperialismo benevolente, de algunas agencias y funcionarios extranjeros.  

Es inadmisible que el relator de Naciones Unidas se atreva a afirmar que el Esmad es un organismo represor sin aportar una prolija sustentación. Ese organismo existe para prevenir y combatir actos vandálicos. A la luz de las experiencias recientes se han evaluado sus protocolos de actuación e introducido correctivos adecuados. La definición de las responsabilidades individuales de  sus integrantes, en especial por la muerte lamentable de un joven estudiante, se encuentra en curso. También creo singularmente desacertado que tome implícitamente partido sobre la necesidad “de un modelo de educación gratuito y universal". Por supuesto, es deseable que así suceda aunque darnos cartilla sobre esa materia es impertinente y agresivo.

Se queja el relator de Naciones Unidas por “El retraso y falta de determinación política y de designación de fondos suficientes para la implementación del acuerdo de paz”.  Para lanzar tan rotunda aseveración tendría quehaber realizado -y no creo que lo haya hecho- un examen exhaustivo del presupuesto de la actual vigencia, de los factores que inciden en su ejecución, y de las prioridades contenidas en el Plan Nacional de Desarrollo. Se habría, además, percatado de que los compromisos contenidos en el acuerdo final deben cumplirse durante tres gobiernos sucesivos, y que el de Duque es apenas el primero. Su gratuita e imprudente afirmación coloca a un funcionario extranjero en el centro de los debates políticos internos. Rechazo de plano esa conducta intrusiva.

Es verdad que la impunidad en Colombia es alta aunque no puede desconocerse que la Fiscalía y los jueces han logrado resultados encomiables en la lucha contra los crímenes cometidos en zonas de conflicto. Pretender que la única manera de medir la eficacia de la Justicia sea mediante la expedición de sentencias ejecutoriadas es un ideal, que por ahora, resulta inalcanzable. 

Del otro lado, no asiste la razón al Gobierno cuando califica como invasión de la soberanía  la idea de desvincular del Ministerio de Defensa el comando de la Policía Nacional. En esa materia las autoridades nacionales harán, sin interferencia foránea, lo que consideren correcto. Sin embargo, esa  propuesta del relator es razonable. En otros países se ha resuelto, a fin de fortalecer el carácter civil de la Policía, que dependa del Ministerio del Interior. Deberíamos dar ese paso, por supuesto manteniendo un cuerpo policial sometido a la jerarquía militar para ciertos propósitos. Contra narcotraficantes o guerrilleros fuertemente armados no se pueden usar bastones de mando o chorros de agua.

Tenemos un problema semántico grave que es imperativo resolver. La noción de “líderes sociales”. La condición de líder no puede depender de que una persona sea calificada como tal por una entidad privada, un medio de comunicación o un funcionario de Naciones Unidas; menos aún si se tienen en cuenta los debates ideológicos subyacentes. Será menester, para fortalecer la política pública en ese campo crucial, definir criterios rigurosos de clasificación y registro. Es absurdo que ni siquiera las cifras de las entidades estatales sean concordantes.  Todavía más: no solo importan los crímenes de líderes sociales, sino los de todas las víctimas en las zonas de conflicto. Solo así podremos tener una noción completa de las causas de la violencia que en ellas persiste y de las medidas adecuadas para superarla.

Haber bloqueado el ingreso de un funcionario de Naciones Unidas que, con buenas razones, al gobierno no le parece íntegro -si, en realidad, así sucedió-  implica pagar un costo político excesivo e inútil. También es sano considerar esta regla: toda declaración de un alto funcionario que pueda ser malinterpretada, o citada fuera de contexto, lo será. Por eso hay que pensar dos veces antes de hablar o, incluso, morderse la lengua.

En algún momento habrá que poner fin a los certificados de buena conducta expedidos por organizaciones internacionales que nosotros pagamos. Ellos implican la tácita admisión de que somos una banana republic incapaz de velar por si misma. Esas tareas deben ser asumidas, a plenitud, por la sociedad civil, nacional y externa, y por el Estado. Para eso hay libertad de prensa y contamos con un conjunto de entidades estatales que operan con grados razonables de independencia dentro de un esquema de separación de poderes. El objetivo inmediato consistiría en precisar el alcance de las actuaciones de Naciones Unidas en lo que tiene que ver con la agenda de derechos humanos. Conviene cerrar micrófonos y sentarse a negociar un protocolo mejor.


Briznas poéticas . De Ana Blandiana. En las colinas, el alma / Recobra su aliento, / Lo verde  le sienta bien, / Se revuelca en el pasto reciente / Mitad hierba, mitad aroma, /…La primavera pasa a través de ella. / Y la libera del miedo.

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