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BORGES, LOS OTROS

Antonio Caballero
21 de julio de 1986

Borges, que tantos hombres ha sido... Es la invencible tentación de todo lector de Borges: parodiarlo. Ya lo advirtió una vez uno de los más lúcidos, Augusto Monterroso: entre las más dañinas características de Borges está la de ser irresistiblemente parodiable. Desde que Jorge Luis Borges empezó a ser conocido, y de esto hace ya décadas, el mundo de la literatura, la subliteratura y las revistas literarias se llenó de borgerías, muchas de ellas del propio Borges. Por eso es tan difícil esquivar la facilidad de empezar un artículo póstumo sobre Borges parodiando su magistral Régret d'Héraclite: Borges, que tantos hombres ha sido, no fue nunca el hombre que...
¿Cuál de todos los hombres que no fue? El hombre en cuyos brazos desfallecía de amor el Premio Nobel de Literatura, por ejemplo. Deshonor, no para Borges, sino -una vez más- para el premio. Pero pasando a algo más serio: Borges no fue jamás, por ejemplo, el gran poeta que en los últimos años él y muchos borgianos se han empeñado en demostrar que era. Pues se ha dado en atribuir a sus poemas gélidos, elegantes y vacíos, honduras metafísicas y virtudes estéticas que están sólo en el deseo de sus admiradores. Y ese fenómeno recuerda de rebote (porque como es sabido la naturaleza imita al arte) el juicio implacable del propio Borges sobre poemas más o menos ajenos, los de su personaje Carlos Argentino Danieri en "El Aleph", uno de sus cuentos más famosos: según Borges, eran versos dictados "por el azar y el tedio".
Quizás en ese veredicto irónico se esconda una de las relampagueantes confesiones que abundan en la obra en prosa de Borges. Porque su obra en verso (que a veces parece una condensación versificada de su prosa), pese a presentarse tantas veces como deliberadamente autobiográfica, está más bien hecha de fingimientos. Los Borges ahí representados no son Borges auténticos, sino regrets heraclitianos: los Borges que Borges hubiera soñado ser, y en realidad no fue. Uno de esos abuelos criollos no demasiado inteligentes que morían en las guerras gauchas bajo una lluvia de lanzas. O esa figura trágica de dimensiones learianas del Poema de los Dones, dueño a la vez de "los libros y la noche".
Pero además del Borges gran poeta --y que sin embargo es lícito reducir a la escala de un versificador mecánico y cristalizado como los que él mismo admiraba en el Cono Sur de su adolescencia, Herrera y Reissig o Leopoldo Lugones -hay otros Borges que tampoco existieron fuera de la imaginación de sus lectores. El Borges político, que mereció muchos vituperios de la izquierda latinoamericana (y perdió el Nobel) por su aplauso a la Junta Militar del general Videla: "Un gobierno de caballeros". Definición que no era, sin embargo, una adhesión política, sino un simple reflejo condicionado de clase, casi un gesto de respeto filial por los prejuicios seniles de su madre. O el Borges de consumo: ese que en los últimos años salía inevitablemente en todas las revistas ilustradas, bastón de ciego en una mano y secretaria japonesa en la otra, haciendo declaraciones previsibles y reiterativamente borgianas.
Bórges ficticios, de pacotilla a veces. Pero todos legítimos, sin embargo, puesto que al fin y al cabo todos pueden hallarse en una interpretación propiamente borgiana de su obra: es decir, en una tergiversación. Porque fue él, más que cualquier otro autor contemporaneo, el que nos enseñó que todas las interpretaciones, todas las tergiversaciones, son igualmente válidas. De Judas cabían, según él, al menos tres versiones distintas. Y del Quijote dos: la de Cervantes y la de Pierre Ménard, que siendo rigurosamente idénticas eran totalmente contradictorias. Así, del propio Borges caben todas las que se quiera. Como en ese gran juego del escepticismo y de la inteligencia que es su "Libro de los seres imaginarios", en donde conviven la quimera mitológica, el punto-geométrico, el Borges cosmopolita a porteño y también mitológico, y también geamétrico: como su punto Aleph, en el que se apretujan todos los demás puntos concebibles de todos los universos concebibles, y entre ellos, aunque incómodos, infinidad de Borges.

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