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Moniturismo

Lleva años la Fundación Maikuchiga rehabilitando monos en medio de la selva, con una particular filosofía: los humanos también somos primates, por tanto el afecto y las relaciones interespecíficas son fundamentales para sanar las heridas que causan los eventos de cacería o el tráfico y tenencia ilegal de mascotas.

Brigitte Baptiste, Brigitte Baptiste
4 de abril de 2018

Su fundadora y mentora, Sara Bennett, una primatóloga bostoniana que lleva décadas, su vida entera, dedicada a ayudarnos a entender las preguntas fundamentales de la convivencia humana con la fauna silvestre, ha construido un ejercicio científico de buena ecología. Parte de su legado es una perspectiva integradora del conocimiento de los hábitos de las sociedades de churucos, saimiríes, maiceros o carinegros y de la incidencia de las actividades humanas en su hábitat, comportamiento o distribución geográfica, además de sus funciones ecológicas como “cultivadores de la selva”: sin ellos, la composición de árboles del bosque y por ende su capacidad de captura de carbono se ve severamente reducida.

Los monos son el espejo de la sociedad, pues compartimos con ellos más cosas de las que quisiéramos aceptar. De ahí también la fascinación que nos producen y la familiaridad con que creemos los podemos tratar, pues el “efecto peluche” de nuestros prejuicios y nociones distorsionadas de la “naturaleza” nos hacen olvidar que su carácter es tan complejo como el nuestro y a menudo las interacciones acaban en conflictos o agresión. Para muchos pueblos indígenas, por cierto, ningún animal debería ser reducido a la condición de mascota, un acto éticamente muy cuestionable, pues está basado en la sumisión y pérdida de libertad de los demás seres vivos, que son gente.

En Mocagua, a menos de un kilómetro del río Amazonas, la comunidad ticuna ha mantenido una de esas discusiones maravillosas del pensamiento nativo que toman años, en este caso respecto a las tradiciones de cacería de monos y otros animales silvestres. Todas las casas de la comunidad están pintadas con sus imágenes, intercaladas con otras de sus estrellas deportivas y los afiches de las recientes campañas políticas. El objetivo, promover una reflexión entre los visitantes acerca de los derechos de la fauna, de las normas con las cuales interactuamos con ella, de los preceptos que definen nuestra disposición a la convivencia. Incluso se ve en uno de los murales un par de guepardos africanos comiendo una gacela, un referente cultural inevitable a la globalización de esa discusión.

El “moniturismo” es el último proyecto que promueve Sara en conjunto con la comunidad, buscando enfrentar las visiones conservacionistas extremas de visitantes que poseen una imagen muy peculiar de la vida de los indígenas y de las selvas ecuatoriales como lugares sagrados o ecosistemas “prístinos” que la humanidad debe mantener. Visitar los monos que se mantienen en libertad entretanto se recuperan de sus heridas físicas y sicológicas, tal vez decidiendo si se quedan disfrutando el cariño, la seguridad y la comida que les brindan otros humanos, o si regresan a enfrentar la dura vida del monte, nos obliga a reconsiderar nuestras convicciones.

Conocer los churucos y los demás monos que habitan temporalmente en Mocagua nos puede servir para entendernos mejor como especie y sociedad, más si lo hacemos de la mano de mujeres científicas como Sara Bennett que han sido también capaces de cuestionar los ‘descubrimientos‘ de quienes no han podido liberarse de los anteojos de género que su condición de primates macho les impuso. Gracias a Sara por su dedicación, generosidad, rigor y sabiduría.

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