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BUNDESFILM

Semana
23 de diciembre de 1996

Cuando un televidente normal se sienta a ver un episodio de la serie Misión imposible, no tiene más remedio que identificarse en forma plena con los protagonistas de la película.Se trata de unos hombres rudos, paramilitares o parapolicías, que reciben de su gobierno el encargo de violar cuantas normas sea necesario para salvar la vida de un norteamericano o conjurar un golpe de estado antidemocrático.Se va el equipo de la misión, con su cables y sus alicates, entra en secreto o con pasaportes falsos, y realiza a cabalidad la operación: seducen militares, instalan micrófonos bajo las camas, hacen falsos negocios de compra de armas, hipnotizan presidentes, entran a las cárceles, asesinan guardianes, liberan rehenes, escapan, y la imagen se congela mientras ruedan los créditos de la producción. Son unos héroes.Ningún televidente serio se pone a discutir si el señor Phelps, el hombre canoso que recibe las instrucciones al comienzo de la película, está violando las normas de inmigración del país real o imaginario que sirve de escenario de la acción. Se trata de defender la vida, honra y bienes de los americanos, como reza en la Constitución, ante lo cual una pasada irregular por debajo de una cerca o un pasaporte falsificado son elementos bastante menores.Es, casi sin cambio alguno en el libreto, lo que nos está ocurriendo con el célebre Werner Mauss, el inquieto teutón de las mil caras que se encuentra (en forma temporal, estoy seguro) en una cárcel colombiana."Su misión, si usted decide aceptarla _le debió decir un funcionario del gobierno alemán_ es hacer cumplir la ley alemana y liberar a una ciudadana, secuestrada en un territorio hostil por guerrilleros feroces, en un país que tiene fama de ser el más violento del mundo, y cuyo gobierno está acusado de corrupción". Díganme si hay un solo televidente que se ponga del lado de las instituciones colombianas ante semejante panorama.La única diferencia que hay con el esquema tradicional de Misión imposible es que los alemanes fueron menos cobardes que los funcionarios gringos de la ficción y cambiaron la última parte del encargo grabado al señor Phelps. "Si alguno de sus hombres es capturado o muerto nuestro gobierno no negará tener conocimiento de sus acciones... Esta grabación se autodestruirá en cinco segundos... Buena suerte, Werner...".En Colombia, país formal, la mayoría de la gente considera hoy que la actitud alemana es descarada y prepotente, casi imperialista. Para la gente es más importante que los extranjeros no le den dinero a la guerrilla, como pago de un rescate, a que sobreviva la alemana encadenada a un palo en las montañas colombianas.Para los alemanes, en cambio, el Estado teutón tiene la obligación de hacer lo necesario para salvar la vida de un ciudadano que padece la impotencia de un Estado extranjero para poner en cintura las fuerzas de la delincuencia. Son dos culturas.El tema es complicado. Nadie puede salir ahora a pedir que en Colombia no impere la ley y que no pase nada con un personaje que es detenido con cuatro pasaportes falsos y en compañía de una mujer que había sido reportada como secuestrada.Pero en esto hay que poner los pies en la tierra. La acusación de secuestrador que pesa sobre Werner Mauss es un disparate. Los secuestradores son los guerrilleros y el alemán es quien la rescata. Cualquier irregularidad en ese procedimiento debe ser castigada, pero no se puede caer en la esquizofrenia de contar la película al revés: una ciudadana alemana vive feliz amarrada a un palo en un monte colombiano, en medio de guerrilleros, cuando de repente un mercenario miserable la priva de su feliz condición y se la lleva a la fuerza a vivir, contra su voluntad, en medio de los suyos, en una plácida ciudad alemana. Por este camino vamos para allá, a declararle la guerra a Alemania y a exonerar a los secuestradores.Para empezar la discusión, no estaría nada mal que las autoridades colombianas, de entrada, se dieran un golpe de pecho y reconocieran que la culpa del secuestro es suya y de nadie más. Y a partir de ahí si se puede hablar de lo demás.Eso si queda tiempo. Pues antes de que aquí descubramos quién es Werner Mauss, el hombre habrá derretido los barrotes de la celda, habrá escapado de la cárcel disfrazado de policía y estará en un asiento de primera clase en un Jumbo de Lufthansa a 30.000 pies sobre el Atlántico, mientras ruedan los créditos de la producción.