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JORGE HUMBERTO BOTERO

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¿Cambio de rumbo?

Las acciones internacionales del nuevo gobierno suscitan dudas sobre su compromiso con las instituciones democráticas.

20 de septiembre de 2022

A pocos días de la instauración del nuevo gobierno, se celebró una reunión extraordinaria del Consejo de Seguridad de la OEA, que condenó, por abrumadora mayoría -un solo voto en contra- al régimen dictatorial existente en Nicaragua. Dos países no asistieron a la sesión: el país acusado, que ya no es parte del sistema interamericano, y Colombia.

Faltando a la verdad, inicialmente se nos dijo que nuestra ausencia se debió a factores burocráticos: no había, como consecuencia de la transición de gobierno, quien ostentara la representación de Colombia. Aun cuando el servicio exterior con el que contamos no es perfecto, existen los protocolos suficientes para que si el embajador titular no puede asistir a alguna sesión, otro funcionario de la legación comparezca y vote.

Luego, un comunicado oficial afirmó que ese marginamiento se debió a “razones estratégicas como humanitarias y no ideológicas”. ¿Cuáles fueron esas razones tan poderosas que indujeron a Colombia a colocarse de manera tácita del lado de una tiranía? Invocar, en abstracto, consideraciones estratégicas y humanitarias equivale a no decir nada. Afirmar que no hubo motivaciones ideológicas podría ser un argumento admisible si el tema de la sesión hubiere sido, por ejemplo, un asunto presupuestal o la escogencia de sede para una reunión técnica.

Por el contrario, se trataba de formular un reproche institucional a la élite corrupta que detecta el poder en Nicaragua por los graves agravios que causa a un valor político fundamental: las instituciones democráticas. Esta es una cuestión ideológica que era menester afrontar; lo hizo el resto de la región. Semanas después, nuestro ministro de exteriores condenó el régimen de Nicaragua. Tuvimos, pues, tres posiciones diferentes sobre un mismo asunto y de un mismo funcionario. Nuestra cancillería es ahora modelo de flexibilidad.

No son de poca monta los eventos que la OEA, luego de investigaciones rigurosas, ha documentado: persecución a la Iglesia católica, a los medios de comunicación y a las oenegés, encarcelamiento masivo de opositores, y, en general, violaciones masivas de los derechos humanos, conductas criminales que ya había denunciado el órgano competente de Naciones Unidas.

La condena de Nicaragua estuvo fundamentada en la Carta Democrática Interamericana adoptada en 2001, un mecanismo del que debemos estar orgullosos; no existe nada semejante en ninguna otra parte del mundo. Su objetivo consiste en “el fortalecimiento y preservación de la institucionalidad democrática, al establecer que la ruptura del orden democrático o su alteración, que afecte gravemente el orden democrático en un país miembro, constituye “un obstáculo insuperable” para la participación de su gobierno en las diversas instancias de la OEA”.

En misiva reciente, los presidentes de México, Bolivia, y ¡ay! Colombia, “manifestamos nuestro absoluto rechazo ante la injustificable persecución judicial que viene sufriendo la actual vicepresidenta de la República de Argentina Cristina Fernández de Kirchner. Persecución que tiene como objetivo apartarla de la vida pública, política y electoral, así como sepultar valores e ideales que representa con el objetivo final de implantar un modelo neoliberal”. Este es otro flagrante desconocimiento de la Carta Democrática: el respeto a la independencia del poder judicial, y a las determinaciones que adopte, es uno de sus elementos esenciales. Actúan de manera abusiva los gobiernos extranjeros, incluido el nuestro, que descalificaron las decisiones que la justicia argentina ha adoptado, así finalmente se establezca que la señora Fernández es un dechado de virtudes cívicas y de pulcritud personal.

El principio de no intervención en los asuntos internos de otros países es un principio asentado con firmeza en el derecho internacional, del cual, por cierto, constituye una excepción notable la posibilidad de censuras colegiadas a los países de esta región que violen la Carta de Democrática. Con motivo del rechazo de la propuesta de constitución en Chile, nuestro presidente ha decidido pasarlo por alto, como se lo han puesto de presente varios dirigentes chilenos. Boric, por su parte, se ha colocado en una postura conciliadora, bien diferente a la agresiva de Petro. (Entiendo que Boric ya le mandó decir que, por favor, no le ayude a lidiar con una situación interna compleja).

Sus palabras, además, han sido singularmente desacertadas. En modo alguno, el electorado chileno ha decidido recuperar el legado de Pinochet. Votó, por elevada mayoría, en pro de sustituir la carta promulgada por el dictador. El mensaje de las urnas el cuatro de septiembre es otro: queremos una nueva constitución, pero no esa, que claramente fue producto de posiciones extremistas.

Más preocupa otro de los trinos de Petro con motivo de los comicios en Chile: “Solo si las fuerzas democráticas y sociales se unen, será posible dejar atrás un pasado que mancha a toda América Latina y abrir las alamedas democráticas”. El mensaje subliminal es muy preocupante: todos nuestros países han estado sumidos en una noche oscura; solo el advenimiento de gobiernos como el suyo es garantía de progreso y democracia.

Es relevante, por razones políticas internas, señalar que en la promulgación de la Carta Democrática fueron protagonistas César Gaviria, a la sazón secretario general de la OEA, y Humberto de la Calle, como embajador y líder de su elaboración. Algo deberían decir sobre las extrañas posiciones adoptadas por el actual gobierno. El primero como presidente de un partido que es parte de la coalición de gobierno, y el segundo en su condición de senador independiente.

En su calidad de secretario eneral de la OEA, Gaviria escribió que “La Carta es una guía de comportamiento democrático, un manual de conducta. Ella demuestra nuestro profundo compromiso con la democracia…”. Y de la Calle: “La Carta, en fin, reconoce que hay un derecho a la democracia cuya titularidad está en los pueblos de América. Para la Carta, la democracia no es sólo una forma de gobierno. Es un altísimo valor de contenido espiritual”.

Briznas poéticas. Escribe Nicolás Gómez Dávila: “En la estepa rasa el individuo no halla abrigo contra la inclemencia de la naturaleza, ni en la sociedad igualitaria contra la inclemencia del hombre”.

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