A pesar de que los grandes errores de la historia han enseñado al hombre que engrandecer a las naciones es la tarea más importante para quienes llevan sobre sus hombros la responsabilidad de gobernar, en la época contemporánea encontramos varios personajes de ingrata recordación donde algunos, impulsados por ambiciones, esclavizan a los pueblos o hacen la guerra, empobreciendo no solo a los agredidos, sino a sus países, mientras que otros, por ignorancia o absurda ideología política, arruinan a sus propias naciones.
Es triste observar que en nuestro país el jefe de Gobierno es uno de aquellos que aparentemente no busca la grandeza y progreso de Colombia, no busca la integración social de las diversas comunidades, ni tampoco motiva al aparato productivo para generar empleo, incrementar las exportaciones, buscar la autosuficiencia y mejorar la calidad de vida de los ciudadanos, sino, por el contrario, promueve la confrontación, la lucha de clases, siembra el odio y la discordia, llevándonos posiblemente hacia una guerra civil.
Ante una catástrofe de estas magnitudes, los únicos que saldrán ganando serán -de una parte- los violentos que se sienten respaldados por las arengas y posiciones contradictorias del jefe de Gobierno frente a la ley, así como los movimientos de izquierda internacional que ante los posibles ríos de sangre que se generen encontrarán las justificaciones para atornillar por muchos lustros en el poder al desprestigiado comunismo. ¿Estamos frente a un camino sin regreso? ¿Podrá salir airosa la democracia el próximo 29 de octubre derrotando en las urnas a los zurdos que tanto daño están causando al país? Somos dueños de nuestro futuro.
El verdadero político se caracteriza por generar ambientes positivos, por dar solución a los problemas que afectan a las comunidades, por generar progreso y bienestar, pero no necesita ser mitómano, generar pánico, ni amedrentamiento, así como tampoco amenazar a todo un país con la presencia de población que ha sido transportada centenares de kilómetros, para tratar de mostrar ante propios y extraños una falsa imagen de apoyo a los planteamientos del gobierno.
Muchos de los asistentes a la marcha promovida por el Ejecutivo fueron obligados por sus jefes para venir a la capital en una actividad posiblemente pagada y apoyada logísticamente con dineros del erario público, cometiéndose delito de peculado (lo cual está siendo ampliamente denunciado en las redes sociales), para que asistan a la plaza a vitorear al caudillo que quiere mostrar falsamente una imagen de líder nacional y de impacto americano.
Una plaza con personas que han sido obligadas a desplazarse por simpatizantes del Gobierno dejando abandonados sus terruños, de miembros de sindicatos cuya asistencia es forzosa, de empleados públicos que abandonan sus labores oficiales, de algunos fanáticos ideologizados por la izquierda, no es la representación de la voluntad de un pueblo o de un país que tiene cerca de 50 millones de habitantes, especialmente donde más del 63% de la población rechaza la gestión del jefe de Gobierno.
La Plaza de Bolívar ha sido el faro de la expresión política del país y así como ha acogido a quienes se manifiestan pacíficamente contra posiciones del actual Gobierno, también tuvieron la presencia de comunidades indígenas transportadas desde el sur del país en unas 70 chivas, violando -entre otras- las más sensibles normas de tránsito como se observa en los registros fotográficos, pero no son el reflejo del pensamiento político del colombiano común.
Estas comunidades han sido utilizadas por el Ejecutivo con fines políticos y ojalá la señora que tanto emplea el helicóptero para sus desplazamientos haga sentir una voz de protesta por el abuso que se está cometiendo con sus coterráneos y a todo Colombia le gustaría escucharla rechazando vivamente los ataques y asesinatos de miembros de la fuerza pública, así como la violación de la propiedad privada, el ataque contra la libertad de expresión y la libertad de prensa y las afectaciones a la democracia cuando personas, probablemente de las mismas que fueron transportadas para asistir a la Plaza de Bolívar, se metieron intempestivamente a las instalaciones de la Revista Semana.
¿Es este el comienzo de las agresiones que se espera sean cometidas por parte del proletariado? ¿Qué vendrá más adelante? ¿El asalto a los grandes almacenes? ¿La invasión a las fincas, a las casas y apartamentos? ¿Los retenes ilegales en las carreteras? ¿La extorsión a los ganaderos, industriales y empresarios? ¿La expropiación exprés? Ojo, vamos más rápido que lo tristemente sucedido en el vecindario y muchos aún no lo quieren creer.
Es cierto que al jefe de Gobierno le ‘importa un pito’ intervenir directamente en política a favor de los integrantes de la zurda; liberar a quienes tienen procesos o han sido condenados; hablar en favor de los gobiernos de izquierda en los escenarios internacionales en lugar de tratar lo más importante de nuestro país; que no le aprueben las reformas que ha llevado al Congreso, pues con su posición intransigente y sus decisiones de estilo dictatorial, hace lo mismo que Santos, pasar por encima de todos los que se le oponen e impone por la fuerza o por el uso cuasi truculento de las normas legales los cambios que son nefastos para el país, pisoteando así la democracia.
El Gobierno no ha logrado que los integrantes de los grupos de delincuencia organizada dejen de cometer crímenes y siempre habla de ‘paz total’; puro cuento, pues se está escondiendo la triste realidad.