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Las camionetas blindadas de los ´wannabe´

Un blindado no es un juguete de calle, es un arma. Así lo define la norma.

Daniel Mauricio Rico
29 de enero de 2019

Hay una generación de ´wannabes´ que encontró en el uso de vehículos blindados una extensión de privilegios y estatus social, personas que sin riesgos objetivos de seguridad montan un estilo de vida que es tan costoso y ridículo como peligroso.

A estos arribistas de la movilidad que entre semana no se bajan de la blindada pero el festivo salen a pie a la ciclovía, lo que los seduce es no tener pico y placa. Por eso pagan los 50 millones de pesos de un blindaje nivel tres para tener libre tránsito. Otros más vivos montan blindajes 2 o 2.5 más baratos usando peritajes truchos o adecuan las 4x4 con placas de blindaje recicladas o de contrabando. Para más engalle le tramitan el polarizado de vidrios con certificados médicos chimbos donde aducen riesgos de cáncer de piel.

Un blindado no es un juguete de calle, es un arma. Así lo define la norma. Un carro blindado eleva su peso entre un cuarto y las dos toneladas, la distancia de frenado aumenta, el impacto en un accidente es exponencialmente mayor y el desgaste automotriz obliga a mantenimientos más periódicos.   

Que las ciudades se sigan llenando de camionetas blindadas es un problema grave. Tan solo en este mes de enero, la Superintendencia encargada ha aprobado 432 trámites de blindajes, esos son más de 15 vehículos blindados diarios que entran en circulación. Cuando todavía rondaban las Farc por carreteras haciendo pescas milagrosas las solicitudes de blindajes no llegaban ni a la mitad de las actuales.

Es claro que el problema no es la inseguridad, en las ciudades con más crecimiento de los blindados Bogotá, Cartagena, Barranquilla y Medellín es incuestionable la reducción de los secuestros, homicidios y atentados terroristas. En cambio en los rincones de Colombia donde todavía subsiste la criminalidad más violenta no se consigue una blindada legal ni para un remedio. Es indignante que en Tumaco a los investigadores del CTI los haya masacrado la gente de Guacho en una camioneta sin protección alguna, mientras que en el centro de Bogotá no caben las camionetas blindadas de los funcionarios públicos de segundo nivel (´wannabe´ burócrata).

Todo esto pasa y seguirá pasando mientras las normas beneficien a los ´wannabe´ de los blindados. Y es que no se les cobra por el trámite de blindaje, se les subsidia; el seguro del SOAT no es proporcional a su riesgo con o sin blindaje, se paga lo mismo. Tampoco se les exige un curso de manejo defensivo, por eso cualquiera en Colombia con pase puede ponerse al volante de una blindada, no se les exige el uso de nuevas tecnologías de blindaje que reducen el peso del carro (y el riesgo), y las multas por exceso de velocidad o cruces prohibidos para un vehículo blindado (que repito es un arma) son las mismas que le aplican a un Renault 4.

Si años atrás, cuando arrancó esta proliferación de blindajes, se hubieran tomado las medidas correctas, tal vez mi coterránea María Catalina Gamarra estaría viva y un chofer-escolta chambón con exceso de velocidad, no habría acabado con su vida cuando salía de su turno de médica. Y también podría estar vivo el querido padre Arturo Silva, que el año pasado falleció atropellado por otra blindada en la calle 26.

Tal vez no sea tarde para tomar medidas que le salven la vida a otros colombianos.  

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