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CARTA ABIERTA AL PRESIDENTE

No hizo lo que tendria que haber hecho como hombre inocente. Pero ahora, en cambio, está haciendo todo lo que haría un hombre culpable.

Semana
8 de abril de 1996

SEÑOR PRESIDENTE:
Voté por usted. Más tarde razones de conciencia me obligaron a distanciarme de sus procedimientos y conducta. Pero ni un solo instante he dejado de lamentar que ello haya ocurrido así, no sólo por el amigo que perdí, y por el Presidente que pudo haber sido y no fue, sino por el país, que es el motivo de discusión que en este preciso instante tiene a la mitad de los colombianos en grave y peligroso desacuerdo con la otra mitad.
A pesar de la distancia que ahora nos aparta, escribo esta carta con algunas reflexiones que no tienen otro propósito que expresarle mi solidaridad por todo lo que usted debe estar sufriendo, y decirle que si en las manos de muchos de los que hoy no Io acompañamos hubiera estado la posibilidad de evitar Io que pasó, no habríamos ahorrado sacrificio para que usted y su familia no hubieran tenido que vivir estas horas tan aciagas y desesperadas.
Pero esta carta también la escribo para intentar explicarle que en el corazón de quienes ahora somos tachados de conspiradores, se esconde la indignación, que usted debe reconocer como legítima, que sentimos al descubrir que los dineros del narcotráfico tuvieron una influencia definitiva para su presencia en el poder.
Es ahí donde quiero hacerle el primer gran reclamo a su conducta. Asumiendo, como hemos luchado por creer, que usted no sabía, y que se enteró de ello como muchos colombianos, tarde pero definitivamente, créame que la historia le reclamará por siempre que no hubiera asumido la responsabilidad de lo que sucedió. Lo importante no es que pasó a sus espaldas, sino que pasó a su nombre. Por eso usted tiene la totalidad de la responsabilidad política de los hechos, y quienes votamos por usted quedamos mortalmente defraudados de que jamás hubiera tenido la valentía y la aitura de asumirla. Esa conducta, lejos de haberlo comprometido moralmente con lo que sucedió, lo habría llenado de grandeza, y no me equivoco si le aseguro que los colombianos lo habríamos mirado con consideración y con benevolencia. Pero, sobre todo, con respeto, que es el principal tesoro que debe cultivar un presidente entre sus gobernados.
No hizo Io que tendría que haber hecho como hombre inocente. Pero ahora, en cambio, está haciendo todo Io que haría un hombre culpable. Una es la discusión de si haber aceptado la responsabilidad política de los hechos tendría que haberlo conducido a renunciar. Su conciencia no se lo indicó así. Pero Io que no se discute es que usted tenga derecho a un juicio sobre su conducta, y si por decisión suya el país se ha embarcado en el terrible y desgastador episodio de juzgar a un presidente de la República en ejercicio, lo menos que puede hacer por nosotros es procurar que no sea una farsa.
La evidente prolongación de los procedimientos de este juicio ante el Congreso, y las dádivas politicas que, ya son un hecho, se han distribuido a nombre de sus juzgadores, obligan a hacerle el segundo gran reclamo sobre su conducta. Queremos que el juicio se acelere, en lugar de que se dilate a costa de esta peligrosa guerra civil en la que nos tienen sumidas las circunstancias de su presencia en el poder. Mientras esto no suceda, pronunciar su nombre entre colombianos se está convirtiendo cada vez más en una peligrosa aventura que a usted, si lo conozco como creo, debe estarle agobiando el alma, porque el principal factor de gobernabilidad de un presidente depende, precisamente, de que su presencia en el poder una al pueblo en lugar de dividirlo, como sucede angustiosamente en la actualidad.
El tercer gran reclamo a su conducta es que la decisión de su permanencia en el poder ha colocado un enorme signo de interrogación sobre nuestra patria. La pregunta que nos hacemos legítimamente no es qué va a ser de Colombia, sino qué va a hacer usted de Colombia.
Se me viene a la memoria esa frase del capitán Alfred Dreyfus, protagonista del mayor escándalo político de Francia a finales del siglo XIX. Condenado por espionaje, y luego absuelto 30 años después, dijo lo que le mereció un lugar en la historia: "Ni siquiera mi honor está por encima de Francia ".
Su honor, señor Presidente, tampoco puede estar por encima de Colombia. Créame que este reclamo me sale del alma, que está planteado sin rencores y sin odios, y que silo tiene como propósito que usted se asome a una realidad que seguramente le impiden ver los frios corredores de Palacio.
Señor Presidente: impida que continúe gestándose este odio entre colombianos. No se empeñe en desconocer las consecuencias económicas que traerán para el país la crisis política que vivimos y la descertificación de Estados Unidos que significó su presencia en el poder. Oiga lo que respetuosamente intentan decirle la Iglesia, los gremios, los militares, los periodistas y la opinión. No mire como enemigos a quienes le pedimos que deponga sus intereses personales en aras de los intereses del país.
Señor Presidente, ¡salve usted a Colombia!

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