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Carta abierta al presidente

La campaña por el 'Sí' debería ser esperanzadora, hecha para desarmar el miedo que producen los cambios.

6 de agosto de 2016

Le escribo esta carta porque creo que es hora de hacerle un reconocimiento: de no haber sido por su audacia política que lo llevó a plantear –en contra de la dirección que llevaba el viento– un proceso de paz con las Farc que hoy está a punto de finiquitar, miles de colombianos y yo -que hemos vivido en carne propia la crueldad de esa confrontación- no hubiéramos tenido la oportunidad y el privilegio de presenciar este acontecimiento histórico que pensábamos ya no íbamos a ver: el fin del conflicto con una guerrilla que durante más de 50 años libró una guerra que nos degradó a todos por igual.   

Con esta decisión usted rescató el deber ser de la política en Colombia y se la quitó a quienes la han monopolizado estos últimos 25 años y la han convertido en un instrumento para mantener el statu quo que nos ha impuesto la cultura de la guerra: los políticos que nos gobernaron nos acostumbraron a que la exclusión política era el cauce normal de la política, y que la desigualdad atroz entre la Colombia urbana y la rural no era un efecto de la guerra sino una característica afortunada de la seguridad democrática. Nos acostumbraron a que lo importante no eran las reformas sociales, sino el poder que tenían las elites para ganar elecciones y a que los únicos cambios que valían la pena eran aquellos que reforzaban la guerra. 

A ninguno de ellos les importó que ese poder por el que tanto pelearon fuera cada vez más exiguo, ni que el Estado colombiano hubiera sido incapaz de hacer presencia en las regiones del país, ni mucho menos que estas zonas hubieran caído en manos de grupos al margen de la ley. 

El viraje que usted le ha dado al país nos ha puesto a pensar distinto, a cambiar nuestros viejos paradigmas y nos ha dado una herramienta para pensar en el futuro que no podemos desperdiciar. Por eso me parecería desastroso que todo lo que se podría ganar con el fin del conflicto se pueda perder súbitamente en el plebiscito.  

No quiero ser ave de mal agüero, pero algo me dice que si seguimos como vamos estamos muy cerca de ser derrotados por los partidarios del No. La estrategia que hasta ahora se ha utilizado para hacer la campaña por el ‘Sí‘ está volcada a responderle al expresidente Uribe todas sus mentiras en lugar de hacer pedagogía de los acuerdos hasta ahora pactados. Por cuenta de esa estrategia, esta oposición que tiene el 18 por ciento del Congreso, que perdió estruendosamente en las pasadas elecciones regionales, hoy está crecida porque se apoderó de la campaña por el No, que en encuestas como la que publicó La W, le gana al ‘Sí‘, por diez puntos. 

Su decisión de convertir la campaña del ‘Sí‘ en partidista es muy respetable, pero tiene sus bemoles. Puede que eso mueva a los ñoños, pero las peleas entre expresidentes en la radio por la mañana si bien pueden aumentar el rating de las emisoras, no ayudan a involucrar al votante indeciso que no entiende qué tienen que ver esas sacadas de cueros con el plebiscito. (Decir que usted es el Donald
Trump colombiano debe tener a Álvaro Uribe furioso, porque él piensa que es él).

Con todo respeto, pienso que la campaña por el ‘Sí‘ debería ser concebida no para neutralizar a Uribe y su Twitter, sino para anunciar los desafíos que se nos avecinan. Debería ser una campaña de esperanza, hecha para desarmar el miedo que nos producen los cambios. No podemos caer en la confusión en que nos están llevando los partidarios del No: aquella de que el “no” es “sí” o todo lo contrario. Si vamos a pasar de la certidumbre de la guerra a la incertidumbre que nos depara el desafío histórico de construir la paz, no hay que hacer una campaña vergonzante. 

Los indecisos deben saber que este acuerdo de paz beneficia principalmente a los colombianos. Se establecen en el punto uno, dos y tres una serie de reformas que el Estado le debía al campo colombiano y a la sociedad. La elaboración de un catastro nacional, inexistente en el país, es uno de esos avances que muy seguramente nos ayudarán a actualizar el tema de titulación de tierras, además de que nos permitirá saber cuánta tierra tiene el Estado, cosa que tampoco se sabe hoy. La reforma política le da espacio a los movimientos sociales que en las regiones han venido creciendo y que por razones de la exclusión política siguen marginados. Eso no es una gabela para las Farc, pero sí es una voz de alerta para las elites políticas tradicionales que van a tener que convivir con estos nuevos movimientos sociales. En materia de drogas es evidente que no se va a acabar el narcotráfico en Colombia, pero con este acuerdo las Farc se comprometen a abandonar los cultivos de coca y a no recurrir al narcotráfico para financiarse, sobre el entendido de que la guerra se acaba. ¿Qué más se puede pedir?  

No se ven tampoco muchos empresarios por el ‘Sí‘. Hay que traerlos y convencerlos con argumentos menos vergonzantes que los que hasta ahora han hecho carrera: si este acuerdo es tan bien logrado como creo que lo es, no se necesita recurrir a la tesis de la indigestión –ni hablar de los sapos que habría que tragarse- para atraerlos a la campaña por el ‘Sí‘.  De todos los sectores de esta sociedad, los que más están acostumbrados a los riesgos son los empresarios y no deberían temer los cambios que traería un acuerdo de paz sobre todo si les abre nuevas oportunidades. No sé cómo se vea desde el poder la campaña por el ‘Sí‘, señor presidente, pero desde el asfalto, es necesario recomponerla. 

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