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Timochenko revela nueve secretos del proceso

No más retórica, Santos. Desprecio la retórica como el ruiseñor a la espinada rosa que lo lastima.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
5 de octubre de 2013

Usted se lo buscó, Santos. Por eso cumplo con mi amenaza de revelar lo que realmente está sucediendo en La Habana. No solo durante las jornadas de negociación que –primera revelación– en realidad se llevan a cabo en el restaurante-bar La bodeguita de en medio, sino también durante los descansos cuando –segunda revelación– los dos equipos nos vamos a la playa de Varadero y consolidamos en voz baja el único acuerdo al que hemos llegado: que –tercera revelación– la holandesa Tanja se ve muy sexy con su bikini camuflado cuando se zambulle en las olas sin que nada, ni nuestros ojos que observan sus curvas, ni el peso de sus botas Machita inundadas de agua, la detengan. 

A algunos burgueses impresiona que Tanja –cuarta revelación– no se haga la cera, y que Luis Carlos el ‘Olinguito’ Villegas –quinta– sí. Pero, como observaba muy bien el mismo Jesús Santrich, –sexta revelación– el verde se le ve muy bien a Tanja, que,  dicho sea de paso –y esta es la séptima– no se llama Tanja sino Tania. Y que, para ser francos, no es de Holanda sino –octava– de Buga.

Pero no más retórica, Santos, no más retórica. Desprecio la retórica como el ruiseñor a la espinada rosa que lo lastima, el turpial al manto de estrellas que lo envuelve. Ya es hora de que el mundo conozca lo que sucede en La Habana. 

Los camaradas nos citamos con los negociadores en el lobby tipo nueve. Humberto de la Calle siempre baja de mal genio. Pasamos al bufete, que es parecido al bufete de Brigard y Urrutia porque acá también fraccionan las porciones: no olvide que estamos en Cuba. Luego paseamos por el malecón. En ese momento Jaramillo siempre dice el mismo chiste: “Yo sí soy mucho malecón, dejé el maletín”, y se devuelve por él. 

Llegamos a La bodeguita y pedimos al mesero que nos despeje una mesa, pero, como acordamos que no habría despejes, iniciamos las conversaciones entre sobras y platos sucios. Naranjo se excusa alegando que tiene compromisos en el exterior. El mesero se acerca para tomar la orden y entonces empieza la negociación: De la Calle quiere whisky; Tanja, mojito; Jaramillo, Baylys.

Villegas –en llave con Andrés París, que es nuestro olinguito–, algo de comer. Santrich exige trago estampillado porque teme perder en serio la visión. El asunto se prolonga, porque ese tema no estaba contemplado en la agenda y por momentos parece un capítulo de Yo y tú, la comedia esa que está de moda. Pedimos que sirvan vino caliente y que la decisión se refrende con una constituyente, pero Pearl hace un llamado a la cordura, y pide calma; y Villegas a la gordura, y pide más comida. 

El camarada Granda toma la vocería, porque sabe mucho de tomas, critica a la burguesía y prende un tabaco. Mora afirma que cometemos secuestros, pero nosotros insistimos en llamarlos retenciones: yo, por ejemplo, no secuestro líquidos en los tobillos; solo los retengo. La charla se calienta: De la Calle se enfrasca en una discusión con el dummy de Simón Trinidad. Cuando menos nos damos cuenta, se nos fue el día y regresamos al hotel para alistar la jornada siguiente. 
 
Los avances son modestos pese a que nuestras solicitudes son sencillas: exigimos acabar con la alienación extranjerizante a que nos conducen el imperio americano, como pudieron hacerlo en Berlín con el muro que acaban de construir. Exigimos nacionalizar las empresas extranjeras y aun los nombres de algunos miembros del gobierno: que Frank Pearl se llame Francisco Perlaza; que Bruce Mac Master se llame Bruno Maestre. 

Exigimos una reforma tributaria que afecte a las oligarquías y favorezca al pueblo: que desgraven los turbantes, las camisas sin cuello y las botas de gamuza; que desgraven las Harley Davidson y las pipetas de gas.  Incluso que desgraben los casetes con las entrevistas que dimos a Hollman Morris, a quien –vea usted la sorpresa– nos encontramos acá, en el lobby del hotel, porque vino a pasar sus vacaciones en La Habana: la vida es un pañuelo. (Por acá también veranea Álvaro Leyva y le hacemos el quite con las citas que nos pide a diario: es un poquito intenso). 

Nuestra guerrilla es moderna, como esos jeeps Lada que están en furor, y no pensamos firmar acuerdos a las carreras: ni que fuéramos tan ‘simones gavirias’. 

Nos piden reparación integral, compromisos de no repetición, pagar penas sustitutas, acudir a programas de reinserción. Pero así no, Santos, así no. Quien debe comprometerse con la no repetición es el mismo Villegas, que nunca nos deja nada. Y si por penas sustitutas debemos leer el libro de Angelino, ver la actual temporada de Protagonistas de novela o pedir a los niños que reclutamos que se confiesen con el sacerdote de La U Jaime Vásquez, preferimos la prisión. (Por cierto: Vásquez  sí disfrutaría de los programas de reinserción).

Sabemos que el Ejército está fabricando aviones no tripulados propios, drones hechos en Colombia. Esto significa que tienen calcomanía de MOMO por detrás y que vienen con dados de peluche. 

Pero no nos intimidan, Santos, no nos intimidan. Su suerte depende de nosotros. En cualquier momento nos paramos de la mesa, así sea por un fin de semana, como lo hicimos hace un mes cuando –novena y última revelación– Tanja tenía que visitar a sus papás en Buga.

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