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Cascada de equivocaciones

De la señora se entienden todas sus angustias. Pero del gobernador ese comportamiento ni se entiende ni puede ser aceptado

Semana
18 de mayo de 2002

Increible el giro que dio el episodio del asesinato del gobernador de Antioquia, con la revelación de los vuelos del helicóptero de la Gobernación.

Todo eso sólo vino a confirmar que aquí lo que ha habido es una cascada de equivocaciones, que nuestra hipocresía nacional ha impedido tratar con la franqueza que merece.

Como colombiana lamento profundamente el asesinato del gobernador Gaviria. Pero eso no impide decir la verdad: la caminata en la que terminó siendo emboscado fue siempre una equivocación. Alguien, a mala hora, (¿esa fundación de la que están hablando, la Martin Luther King?) convenció al gobernador de que encabezara un movimiento por la paz que muy probablemente lo proyectaría a una eventual candidatura presidencial.

De otra manera no se entiende cómo se embarcó en la manifestación (de la que se dice que le costó a la Gobernación de Antioquia varios (¿mil?) millones de pesos): conocía divinamente todos los riesgos que corría, al punto de que dejó escrito su testamento político y designado a su sucesor, hoy enredado hasta el cogote en el lío del helicóptero de la Gobernación.

Uno de los riesgos era, claro, el de que la guerrilla les 'echara mano' a algunos de los manifestantes. Hasta eso podía estar presupuestado y posiblemente incluido en el tinglado político que, con el noble fin de la paz, había armado el gobernador. Pero lo que no se calculó nada bien es que la retención terminara siendo un largo y penoso cautiverio en manos de 'El Paisa', uno de los exponentes más crueles de la guerrilla, y que los rehenes terminaran asesinados.

Otra secuencia de esta cascada de equivocaciones es el comportamiento de la viuda, doña Yolanda Pinto de Gaviria. Sin intención alguna de irrespetar el dolor que la embarga, hay que decirlo: muchos colombianos hemos sentido la incómoda sensación de que este trágico episodio ha sido explotado políticamente.

Ello fue evidente por el contraste entre la sobriedad del entierro del ex ministro Gilberto Echeverri y la de su viuda y el entierro del gobernador Gaviria, que por momentos parecía más un evento social que un ceremonial de honras fúnebres. Uno de los presentes incluso llegó a comentar que "esto parece una convención liberal". A lo que añadió que "a diferencia de otros entierros en los que se ensalzan las virtudes del muerto, los asistentes al entierro solo tenían un tema: ¿quién sería su sucesor?".

Pero después se ha venido a saber que doña Yolanda mantenía estrechos contactos con la guerrilla, entendibles en su estatus de cónyuge del rehén. Por cuenta de esos contactos se dice insistentemente que al gobernador Gaviria la guerrilla lo tenía destinado para que, una vez liberado, encabezara un movimiento nacional de gestión en pro del intercambio humanitario.

¿Hasta qué punto la cercanía de esa liberación, en la que el gobernador reaparecería en su despacho con esta misión humanitaria, precipitó el operativo militar que ha sido tan criticado? Es una incógnita.

Y a esta cascada de equivocaciones viene a unirse la del helicóptero de la Gobernación. Los alcances de sus vuelos son aún confusos, y en medio de la confusión, viene a enfrentarse la versión de la señora Pinto en el sentido de que el presidente Uribe "sí sabía", con la del Presidente, quien asegura que "los contactos humanitarios sí estaban permitidos, pero no de tipo clandestino".

Yo pienso que alentado por doña Yolanda, el gobernador de Antioquia metió la pata. De la señora se entienden todas sus angustias. Pero de un funcionario público como él ese comportamiento ni se entiende ni puede ser aceptado. El Presidente no tiene sino dos caminos: o ratificar al gobernador, o cambiarlo. Dadas las circunstancias, no veo cómo se pueda evitar hacer lo segundo, pero eso no es tan fácil.

El liberalismo antioqueño está dividido en tres grandes bloques -el de la casa de El Mundo, que es el viejo serpo-samperismo; el del uribismo puro, y el del uribismo paracaidista-. Para que Antioquia no quede irremediablemente polarizada se necesita a alguien que no divida sino que aglutine. Por ahí hay un buen candidato: Alvaro Gómez Jaramillo, hijo de John Gómez, que está haciendo sus pinitos en la política y que cuenta con el apoyo de varios sectores liberales. O el actual embajador en México, ex secretario de Alvaro Uribe en la gobernación, Luis Ignacio Guzmán.

Lo único que no se debe hacer, porque sería un capítulo más en esta cadena de equivocaciones, es dejar al gobernador: un funcionario tan enredado no le puede dar a Antioquia la claridad de espíritu que necesitan sus habitantes para superar los recientes acontecimientos.

ENTRETANTO?A propósito del Bogotá Fashion: ¿alguien entiende qué quiso representar el diseñador de moda colombiano Hernán Zajar, con un espectáculo de nieve ¡en Bogotá!, mientras en el resto del mundo la gente entra en un pavoroso verano a mitad del año?

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