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Castro, Maduro, Kim Jong Un: los últimos bolcheviques

Hace 100 años, en Rusia, la Revolución de Octubre dio paso al primer gobierno comunista del mundo, en busca de una sociedad más justa, pero terminó convertida en la más devastadora maquinaria de opresión, tortura y muerte de la historia

Germán Manga, Germán Manga
18 de octubre de 2017

Cuba, Venezuela, Corea del Norte. Ese lánguido conjunto es lo que queda, 100 años después, de la revolución rusa de octubre, que dio paso al primer Gobierno comunista del mundo, tras la utopía del hombre nuevo y de una sociedad más justa e igualitaria, pero que en cifras y realidades resultó la más infame y devastadora maquinaria de opresión, tortura y muerte que haya padecido la humanidad.

Pese a provenir de las entrañas del monstruo -un producto 100 por ciento KGB- el mismísimo presidente de Rusia Vladimir Putin, su Gobierno y la inmensa mayoría de población se resistieron a festejar el centenario de “los diez días que estremecieron al mundo”.

Hace meses Putin marcó la línea de lo que había que hacer: "Un análisis profundo, honesto y objetivo de 1917". Delegó la responsabilidad de la conmemoración en la academia y la limitó a mesas redondas, publicaciones y la muestra 1917-2017, Código de una Revolución, abierta desde inicios del año en el Museo de Historia Contemporánea de Moscú. Discreción, prudencia, bajo perfil.

Mijaíl Gorbachov, el último mandatario de la URSS, lleva años pidiendo que saquen el cadáver de Lenin de su Mausoleo en la Plaza Roja, ese “glacial y denso edificio de mármoles incandescentes” que describió García Márquez, y que le den sepultura para acabar de una vez por todas con la división que genera en la sociedad rusa su Gobierno, la guerra civil que desató su revolución, la creación de “la checa“ y sus temibles purgas para exterminar enemigos de la revolución -más de un millón de personas asesinadas por motivos políticos o religiosos, más la hambruna de 1921 con sus 5 millones de muertos rusos, kazajos y tártaros-.

El cadáver de Josef Stalin, dictador entre 1922 y 1952, sí fue retirado del mausoleo, el 31 de octubre de 1961, por orden de Nikita Jruschov, el primer dirigente comunista que cuestionó los abominables horrores de su régimen. En su libro El fin del Homo sovieticus la premio nobel Svetlana Alexievich narra, a través de la voz de las víctimas, los dolores, angustias y sufrimientos que padecieron la mayoría de las familias soviéticas bajo la dictadura de hierro y hielo de ese hombre que definió los perfiles definitivos de las dictaduras comunistas -la KGB, la irrupción del Estado y del partido en la vida de la gente, el terror, el espionaje, las delaciones, la represión inclemente, la economía centralizada e ineficiente, el reino de las burocracias- y bajo cuyo Gobierno se acumularon varias de las peores desgracias de su país.

Stalin no dudó en poner a su gente de carne de cañón para detener a Hitler y la URSS tuvo la mayor cuota de sacrificio durante la Segunda Guerra Mundial -8,7 millones de muertos-. Pero además desató entre 1921 y 1953 una brutal represión contra aquellos que adelantaran "actividad contrarrevolucionaria y otros crímenes graves contra el estado" una diabólica y eficaz maquinaria de represión con base en juicios sumarios y arbitrarios, cárceles, fusilamientos, el gulag -sistema de campos de trabajos forzados-. Según un estudio realizado a comienzos de este siglo por el historiador Víctor Zemskov, en los archivos del Ministerio del Interior (Mvd-Mgb) y de la Policía de Estado (Ogpu-Nkvd) de Stalin están documentados 2,5 millones de detenciones, 600.000 personas que murieron en cautiverio y 800.000 fusilamientos. (Otras fuentes llevan a 20 millones las detenciones y a 7 millones las ejecuciones).

La primera gran víctima de Lenin y Stalin fue Marx, pues convirtieron muchas de sus teorías e ideas, quizás apropiadas y justas, en un desastre descomunal. De su “revolución” de barbarie y opresión -ese “abandono de los valores de la libertad por parte de los movimientos revolucionarios” de que habló Camus- surgieron las dictaduras de Europa del Este después de la Segunda Guerra Mundial, los regímenes del terror en Vietnam, Camboya y Corea del Norte, entre otros despropósitos.

Queda China, pero esa es otra historia. Allá se impuso el pragmatismo de Deng Xiaoping “ser comunista no tiene que ser equivalente a ser pobre”. “Gato blanco, gato negro, no importa el color, si caza ratones es un buen gato”. El “liberalismo burgués” aporta prosperidad económica a la estructura política estalinista que se mantiene esencialmente intacta. Con los comunistas, China -lo mismo que Rusia-, se convirtió en potencia militar, pero allá tampoco celebrarán los 100 años del sistema porque su historia está igualmente manchada por la opresión, la persecución y el exterminio, arrancando por los 70 millones de muertes que entre purgas y hambrunas se le atribuyen a Mao.

La URSS cayó por el peso de su propia incompetencia en 1991. Quedan activos en el sueño marxista, leninista, estalinista, Corea del Norte, Cuba y su “neocolonia” Venezuela. En Nuestros años verde olivo el escritor chileno Roberto Ampuero entrega una visión impactante y certera de los horrores del comunismo tropical en la isla. Maduro y sus secuaces la entregan a diario con sus excesos, abusos y extravagancias.

En Colombia hay Partido Comunista desde 1930. Su legado mayor han sido las Farc –con presencia de un comandante en los plenos del Comité Central desde 1982-. Contra toda evidencia, firmes en la utopía. Se llaman unos a otros camaradas, un tratamiento abolido por denigrante e incorrecto en China, Rusia y Europa del Este. Marxistas leninistas estalinistas, selva y revolución, con narcotráfico y terrorismo. Si no cargaran encima con la estela de violencia y destrucción que han dejado a su paso, en el aniversario 100 de la revolución bolchevique, serían la comparsa bufa de la celebración.

@germanmanga

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