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CAUSAS DE LA CRISIS ECONOMICA

Semana
13 de junio de 1983


¿Cuáles han sido las causas fundamentales de la profunda deflación que nos asola? ¿Pérdida de mercados externos y aumento de la penetración importadora? ¿Pero ésta, a su vez, teniendo como base la ineficiencia y la obsolesencia técnica de las empresas de nuestros capitalistas? ¿Desequilibrio en la distribución de la renta? ¿Decaimiento progresivo de la demanda agregada? Estas fueron las principales respuestas al por qué de la recesión que se dieron en un agitado debate que hicimos en el CINEP el 6 de mayo pasado. Participamos Carlos Salgado, Luis Jorge Garay, José Antonio Ocampo y mi persona.

Salgado mostró que en la última fase de acumulación de capital en el país las exportaciones manufactureras fueron la clave del crecimiento industrial y que éste comenzó a trastabillar con la recesión internacional de 1975; se pudo recuperar a duras penas en base a las rentas de exportación generada por el café y las otras drogas, que sirvieron, sin embargo, más para financiar la penetración importadora y revaluar el peso que para ampliar la demanda por bienes industriales. Un índice de sustitución de importaciones mostró coeficientes negativos para todas las ramas industriales durante la pasada década lo que significa que la estructura industrial se especializó más en términos de la división internacional del trabajo, a la vez que para importantes industriales significó pérdidas de porciones apreciables de sus mercados locales.

Garay atacó estos resultados aduciendo que la recesión industrial comenzó a manifestarse mucho antes de 1975, con indicios de baja productividad, mala administración de las grandes empresas manufactureras, precaria conquista de mercados externos marginales y cercanos y necesidad de grandes subsidios para lograr exportar. Enfatizó los problemas técnicos de la industria textil y siderúrgica y afirmó que la penetración importadora legal no había sido la causa de la recesión; más bien los mercados se habían perdido por la poca competitividad de la industria colombiana

Yo riposté argumentando que Garay no había incluido en su análisis los elementos monetarios que explican buena parte de la pérdida de competitividad no sólo de la industria sino también de la agricultura, el turismo, etc una sobrevaluación de su dinero como la sufrida por la economía colombiana hubiera arrestado también los paradigmas asiáticos de sobreexplotación, altísima "eficiencia" y promoción exitosa de exportaciones. Hubiera sido muy distinta la historia colombiana si el superávit comercial hubiera reflejado una creciente capacidad productiva con el típico círculo virtuoso de superávit, inversión creciente, ganancias de productividad, y estabilidad de precios que neutralizarán los efectos de la revaluación, como son los casos de Alemania, el Japón y los nuevos paraísos del trabajo de Taiwán y Hong Kong. Pero aquí la revaluación fue resultado de la dotación de cannabis y coca cuyas rentas sirvieron para aumentar las presiones inflacionarias, trepar los intereses y socavar la misma estructura productiva que, de acuerdo, nunca alcanzó altos márgenes de racionalidad pues precisamente vivimos en un país arbitrario.

Mi argumentación, ya expuesta en esta columna, es que las políticas neoliberales y la promoción de exportaciones redistribuyeron el ingreso contra el trabajo. Los faltantes de demanda de consumo fueron sustituidos por las exportaciones y cuando estas cayeron bruscamente, combinada por Ia penetración legal y de contrabando, determinaron la profunda deflación que vivimos hoy. La política fiscal y de gasto público acentuó la mala distribución. Prevenía entonces que para reactivar la economía se requería duplicar el déficit fiscal conteniendo un muy alto riesgo inflacionario. Por ello, la reactivación debería surgir de una redistribución del ingreso y ella tendría el máximo efecto sobre el empleo si se acortaba la jornada nacional de trabajo y se redistribuía entre un mayor número de trabajadores.

Ocampo me encontró rasgos monetaristas al pretender financiar "sanamente" el gasto público. Adujo que ya los salarios habían subido y que la distribución se había reajustado. Reajustarla aún más no era remedio para la crisis. Precisó que la revaluación más fuerte del peso se había producido hasta 1980 por la bonanza cafetera y que de aquí en adelante era la revaluación del dolar la que había arrastrado al pobre peso. Entonces no era necesario devaluar masivamente. La devaluación del peso frente al dolar negro daría cuenta del contrabando y las reservas se podían mantener mediante controles a la importación y los cambios. Por último, afirmó que el efecto del acortamiento de la jornada de trabajo sería el de reducir la producción porque los empresarios no contratarían nuevo personal a menos que se introdujera el salario integral o contrataran más trabajo ocasional.

Yo contesté a mi turno que la tragedia del keynesianismo en América Latina consistía en que sus propuestas eran frecuentemente adoptadas por un tipo de estado que carece de autonomía frente al capital y no puede, en consecuencia, ponerlo a tributar. Por eso, nuestros keynesianos tenían una bien ganada reputación de inflacionarios. En contraste a los monetaristas, yo había abogado por un estado muy fuerte y una alta tributación para las ganancias e intereses. Había mostrado también que la gran recuperación de 1978 había sido resultado de la aducida redistribución y que se requería mucho más de lo mismo.

Sobre la jornada de trabajo me parece inconcebible que la industria reduzca su producción en un 20% o más al verse forzados a aumentar el el empleo. Es posible que las industrias con mayor capacidad sin utilizar reduzcan su producción; otras harán el intento, pero el repunte extraordinario del mercado las disuadirá rápidamente. La extrema izquierda ha atacado la propuesta imaginando que propiciará la inestabilidad, los subcontratistas, el salario integral y la industria a domicilio, lo cual tiene que ver con una correlación política de fuerzas y no con la más democrática de las reivindaciones de los trabajadores. Lo importante, me parece a mí es que se discuta la irracionalidad, desde el punto de vista del trabajo, de mantener una jornada extraordinaria frente a tanto desempleo estructural y ahora agravado en grado sumo por la coyuntura.

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