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Des-censo en Cali y el Valle

El primer resultado preliminar del censo poblacional 2018, publicado hace algunos días por el Dane, ha causado gran revuelo. Si bien las cifras finales seguramente sufrirán algún ajuste, resulta innegable que la transición demográfica en Colombia está sucediendo a una velocidad bastante mayor que la anticipada.

Esteban Piedrahita, Esteban Piedrahita
14 de noviembre de 2018

Que seamos menos de los que creíamos es positivo. La reducción de la natalidad es sintomática de los progresos sociales de nuestra sociedad, y especialmente, de los de las mujeres; y el envejecimiento da cuenta de los avances en materia de salud y presagia reducciones en los niveles de violencia, aunque también plantea retos. Una menor presión demográfica es, también, buena noticia para nuestra ecología.

Aunque no sorprende que la población sea menor a la proyectada —los análisis de la Cepal indican que este patrón ha sido la constante en América Latina–, sí impresiona la magnitud del desfase. Las proyecciones de población habrían sobreestimado el número de habitantes de Colombia en casi un 10 por ciento en tan solo 13 años. Esta cifra dobla el promedio de la brecha observada en otros países de la región. Y el crecimiento poblacional durante ese periodo, que se proyectaba en torno al 1 por ciento anual (muy en línea con el promedio latinoamericano), habría sido del 0,5 por ciento (más parecido al de países como Austria o Francia).

A pesar de que la información de ciudades y departamentos solo se ha revelado en forma muy graneada, todo parece indicar que Cali y el Valle presentan las mayores diferencias con las proyecciones. En el caso de Cali, la población pronosticada por el Dane para 2018 (2,45 M) rebasa en un impresionante 29 por ciento a la estimada por el censo (1,9 M), y esta, a su vez, reflejaría una reducción del 10 por ciento frente a la cifra del censo de 2005 (2,12 M). En cuanto al Valle, la predicción del Dane a 2018 (4,76 M), supera en un 22 por ciento al resultado preliminar del censo (3,9 M), e indicaría una caída del 6 por ciento frente al dato de 2005 (4,16 M). Para poner estas cifras en contexto, en los casos de Bogotá, Medellín y Antioquia, las sobreestimaciones serían del 14 por ciento, el 5 por ciento y el 13 por ciento, respectivamente, y las tres habrían observado crecimientos positivos (de 5 por ciento, 9 por ciento y 4 por ciento) desde 2005.

El tamaño de estas brechas, y las muy contraintuitivas caídas poblacionales, no pueden atribuirse a otro factor que a fallas serias en el proceso del censo en nuestra región. Un indicio contundente de ello, con base en una fuente independiente, es que mientras que la diferencia entre las personas afiliadas al sistema de salud a nivel nacional (47 M) y la población total censada (45,5 M) es del 3 por ciento, en Cali la diferencia es del 18 por ciento (2,23 M versus 1,9 M) y en el Valle del 9 por ciento (4,27 M versus 3,9 M). Si fuera acertada la estimación de la población de Cali que genera el censo, la proporción de sus pobladores afiliados al régimen contributivo de salud (1,54 M) sería del 81 por ciento y seríamos, de lejos, la ciudad más rica del país. Las cuentas de este régimen, donde solo están los trabajadores formales, son a prueba de muertos, chanchullos y colados.

En buena hora el Dane ha anunciado que dará prioridad a la revisión de los resultados del censo en el Valle, Nariño y Chocó. Anticipo que, solo en estos departamentos, “aparecerán” del orden de 500.000 personas más. Aunque vilipendiadas por muchos, las cifras constituyen el mejor visor que tenemos sobre la realidad y la más valiosa herramienta de gestión que ha concebido la humanidad. Es imperativo que sean lo más confiables posible.