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Cerrar un ciclo

¿Que por qué el paro?, se sigue preguntando en su mutismo el Gobierno. Que es un entramado de rusos, venezolanos y cubanos, dice la vicepresidenta. Qué ceguera. Los gobernantes que en mal momento hemos elegido aquí, como en casi todas las democracias occidentales hoy, se niegan a entender que el mundo está llegando a límites insostenibles, que es cuestión de vida o muerte.

Ana María Sánchez, Ana María Sánchez
16 de diciembre de 2019

Nada de lo que está pasando en el país habríamos podido preverlo, ni soñarlo, desde la distancia de los paros de años anteriores, o las muchas marchas en las que por décadas hemos exigido justicia, decencia, responsabilidad al Gobierno de turno. Dentro de poco habrá pasado un mes del #21N, cuando después de la represión estrenamos el poder del triqui traque de las cacerolas. Las marchas no han cesado, se reinventan cada vez, se llenan de música, de color, de nuevas arengas. Y la represión tampoco ha parado, es cada vez más tenebrosa.

 Me crié en una ciudad que decretaba toques de queda día de por medio, y observando desde mi ventana el correr de los estudiantes en la persecución policial, conocí de niña el picor de los lacrimógenos en los ojos. Crecí y también fui estudiante, y también chupé gases que encharcaron aun más mis ojos adoloridos por el asesinato de José Antequera, Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo y Carlos Pizarro. Por pedir una constituyente, los estudiantes de entonces también fuimos reprimidos. Los años pasaron, la represión se mantuvo, pero las protestas aumentaron y las de ahora son cada vez más masivas, más multitudinarias y creativas, más fuertes.

 ¿Que por qué el Paro?, se sigue preguntando en su mutismo el Gobierno. Que es un entramado de rusos, venezolanos y cubanos, dice la vicepresidenta. Qué ceguera. Los gobernantes que en mal momento hemos elegido aquí, como en casi todas las democracias occidentales hoy, se niegan a entender que el mundo está llegando a límites insostenibles, que es cuestión de vida o muerte. Y no se trata solamente del cambio climático, es también el desplome de la promesa democrática de bienestar, que se agotó entre la avaricia impune de los corruptos y la indolencia histórica de los gobernantes ineptos.

 Por todo eso, y más, no hay razón hoy para callar, es el momento de hablar en voz alta, de hacer ruido con las cacerolas, de mojarse bajo la lluvia, de marchar. Me llena de orgullo esta Colombia que hoy como nunca antes está movilizada en una causa que son muchas, en un reclamo que son todos los reclamos, en una dignidad que es la de todos. Me he emocionado hasta las lágrimas viendo tanta ciudadanía activa y activada, en las calles.

 Pero aunque no es hora de callar, por ahora y durante un tiempo voy a apagar mi opinión en estas páginas en las que ustedes tan amablemente me leen cada semana. Desde 2011 de manera esporádica en Confidencialcolombia.com, desde finales del 2015 en Semana.com y cada semana desde el 23 de marzo de 2014 hasta hoy en la edición dominical de El Nuevo Liberal de Popayán, he escrito en 800 palabras lo que se me ha antojado, intentando criticar sin faltar al respeto, ejerciendo mi derecho a decir cómo veo las cosas, cómo las siento, cómo las vivo. En este tiempo no creo haber tenido ningún descache político, y espero no haber fallado a mis más profundas creencias, ni a la certeza de mis amores. Me hubiera gustado escribir más sobre los atardeceres o las hijas, o sobre la belleza de un gato que se estira al sol. Pero la política, mi deformación profesional, siempre me hizo caer en la trampa del análisis, la denuncia, la indignación o la expresión de repugnancia frente a los que obscenamente se reparten sus intereses en las cuotas del poder.

 Por los próximos años no me sentaré más los viernes a divagar, a buscar como darle la “vuelta de tuerca” a un tema para escribirlo. Mi obsesión personal por no caer en la obviedad me produjo estrés en no pocas ocasiones, y por cuenta de escribir esta columna, créanme, dejé de disfrutar muchas reuniones y charlas con los amigos. En todo este tiempo no recibí un solo peso por este oficio de parte de ninguno de los medios que me publicaron, como si no fuera un trabajo. Pero voluntariamente acepté las condiciones, como la ruta para adquirir una disciplina. Al final, la satisfacción que siento cuando alguien comenta que me ha leído y que le ha gustado lo que escribo, es un gran pago que reciben con humildad y agradecimiento mi alma y mi autoestima.

 Espero que cuando concluya mi labor en la administración de Bogotá, un servicio público que espero prestar con diligencia y eficiencia, algún medio generoso me abra un espacio para seguir publicando. Ojalá entonces me paguen por hacerlo. Y en ese momento, quisiera escribir acerca de un país que se está esmerando por hacer lo mejor para el bienestar de sus ciudadanos, cuidando sus recursos naturales, esforzándose por cercar a los corruptos, rompiendo con la inequidad. Porque este paro que estamos viviendo no puede ser en vano, y otro mundo tiene que ser posible.

 

Despendolarios.blogspot.com

 

 

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