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CHERCHEZ LA FEMME

Antonio Caballero
23 de febrero de 1998

Para cualquiera que haya visto por televisión la llegada de Juan Pablo II a Cuba una cosa es evidente: alguien quiere matar al Papa. De otro modo no se explica que le hayan organizado ese par de horas de discursos a pleno sol en el aeropuerto, con el calor reverberando en oleadas en el cemento de la pista de aterrizaje, y ese interminable besamanos de diplomáticos acreditados en La Habana. A la edad que tiene ese hombre, una insolación mata. ¿Cómo no se le ocurrió a nadie proteger al anciano visitante, si no con un palio llevado por ocho cardenales, como antes, por lo menos con una sombrillita? ¿Ya no quedan palmeras en Cuba? Y el 'papamóvil' ¿tiene aire acondicionado? ¿Y por qué lo obligaron a hacer el recorrido de pie, precariamente agarrado a una manija para no perder el equilibrio en las curvas? ¿No se dan cuenta de que eso es criminal para alguien de 77 años que por añadidura tiene la cadera hecha cisco? ¿No le podían haber instalado un sillón? Hace 10 ó 12 siglos se inventó, justamente para llevar en andas a los papas de Roma, la silla gestatoria. Y si no un sillón, al menos una de esas sillas-bastón plegables que permiten descansar estando de pie que usan los ingleses cuando van al hipódromo.O alguien quiere matar al Papa, o el Papa es masoquista. Y entonces es peligroso el fervor entusiasta que suscita su persona: no es bueno ser guiado por alguien que busca el sufrimiento. Esa es, claro, la gran culpa histórica del cristianismo: haber elevado el masoquismo, que es una enfermedad mental, a rango de virtud moral. Esos cilicios, esas flagelaciones, esos ayunos, esa castidad forzosa. Y, si es posible, el martirio, que nos saca de una vez de este valle de lágrimas y nos abre de par en par las puertas del cielo. A lo mejor es solo eso: que el Papa quiere ser mártir. Ocho días de vida de cubano raso le irán allanando el camino. Pero entonces, que no monte en 'papamóvil': que coja una guagua, si es que puede, como todo el mundo.Suponiendo, sin embargo, que alguien, como parece, quiere matarlo, qui prodest? _como preguntaban los juristas latinos_. ¿A quién aprovecha el crimen?A mucha gente. A la Iglesia: otro mártir. Cada mártir, gracias a la aberración masoquista, genera un millar de conversos. Más directamente, a los cardenales: muerto el Papa, uno de ellos habrá de sucederlo en el 'papamóvil' de San Pedro. Al Vaticano, y a toda Roma: un entierro papal, un cónclave, la coronación solemne de un nuevo Sumo Pontífice, son acontecimientos turísticos muy rentables. Los hoteleros romanos, los vendedores de estampitas piadosas, los fabricantes de souvenirs litúrgicos, se frotaban sin duda las manos de lucro anticipado al ver cómo el viejo Juan Pablo II trastabillaba bajo el fuego del Caribe. Pero los posibles aprovechadores de su muerte son demasiados como para que sea fácil identificar entre ellos al asesino directo. Ya una vez, hace años, trataron de matar a este Papa por mano de un asesino profesional turco que falló, y sigue preso sin revelar quién le pagó el encargo. ¿Quién era? ¿La Curia? ¿El Kremlin? ¿La oficina Municipal de Turismo de Roma? ¿Los búlgaros, como se dijo entonces? (Aunque ¿para qué diablos iban a querer los búlgaros asesinar al Papa? Bueno, pues sí: hasta los búlgaros). El caso es que nunca se supo. Si el aforismo jurídico latino no da pistas, tal vez las dé el refrán criminológico francés: cherchez la femme. Buscad a la mujer. Pero ¿cuál? ¿Una despechada de amor? No es probable. Aunque en su turbulenta juventud de teatrero en Cracovia Karol Wojtyla tuvo sus novias, como todos, y dicen que hasta un hijo, eso fue hace mucho tiempo. ¿Todas las mujeres? Es cierto que este Juan Pablo es más antifeminista que el mismísimo San Pablo cuyo nombre adoptó: nadie ha luchado más denodadamente que él contra ese sexo femenino que, según San Isidoro, es "puerta del infierno". Para él, la existencia de la mujer no tiene más justificación que la meramente biológica de parir varones castos que practiquen el celibato y busquen el martirio. Y esa postura radical ha generado entre las mujeres comprensibles resquemores. Pero de ahí a que se pongan de acuerdo para asesinar al Papa todas las mujeres en su conjunto (digamos, por ejemplo, Amparo Grisales, Marta Catalina Daniels, la difunta madre Teresa de Calcuta, Celia Cruz, María Isabel Rueda, las 'Spice Girls' y esas obispas presbiterianas que quieren ser papisas), hay un paso. Por eso yo no creo que la mujer que quiere matar a Juan Pablo II sea la femme en general. Sino una sola, que tiene los motivos, las ganas y los medios: la señora Madeleine Albright, secretaria de Estado de Estados Unidos. No tengo pruebas.

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