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Cinema insostenible

Ir a cine hoy es ir a un centro comercial, perderse en una deriva de consumo...

Semana
16 de julio de 2009

No siempre ha sido así, pero ir a cine hoy es ir a un centro comercial: atravesar cuadriculas de carros, pasajes de naturaleza plástica, almacenes de franquicia y microempresa familiar, laberintos de ascensores y subeybajas, perderse en una deriva de consumo; y si se persiste, por tedio o vocación, ahí está el cine, o los cines, o el “multiplex”, estratégicamente en el último piso, en el último rincón.

Desde la fila de las boletas se anuncian títulos en hora y fracción que señalan con premura el comienzo de la película escogida o la espera para lo que toque ver. Las cajeras con sonrisa corporativa esconden su impaciencia, retan al espectador: “¿general o preferencial?”, “tarjeta inteligente, crédito o efectivo”, “¿tiquete de parqueadero?, discriminan: “¿chichipatez o prosperidad?”, “¿distinguido, reportado en datacrédito o chan con chan?”, “¿a pie…?”. Ofrecen la ubicación en un parqués de computador, un oráculo críptico sin dimensión, el espectador queda en manos del azar. Y más filas, más combos, más retos: con o sin tiempo, con o sin hambre hay que comer, entrar tarde a la película no importa, un pastel de estadística de Cinemarketing de Cinemark lo comprueba: 51.7 por ciento por ciento de espectadores llega 15 minutos tarde a la función.

En la sala, unos guías inflexibles o lastimeros (le temen a un “supervisor”) verifican que las asentaderas de cada cliente se atornillen al número asignado. Si es temprano hay que ver el corto nacional, artimaña de los testaferros de los dueños de la sala para descontar impuestos y que se traduce en un audiovisual afanado, argucia de moralina patriotera y analfabetismo visual. Sigue una tanda eterna de comerciales televisivos (el público esta “cautivo”, así lo define el mercadeo).
 
Continúa una cadena de cortos de películas, algunos mejores que las películas mismas, otros cuentan todo, ayudan a decidir: una menos para ver. Y cuando la vida ya era eso, un limbo, comienza la función, uno recuerda lo que vino a hacer; aunque siempre hay más: alguien con un estruendoso y crujiente combo crispeta familiar, o charlas por celular (“¿que hace?”, “no, nada, aquí en cine”) o, lo menos grave, el clásico cuchitetaculilamboneo.

Todo esto lo pensaba mientras caminaba por la exposición “Cinema Insostenible” expuesta en el Planetario de Bogotá en las salas del Museo de Bogotá, donde alguna vez hubo un museo de historia natural y un becerro bicéfalo disecado que traumatizó a más de un escolar, pero esa es otra historia, la de esta exposición es una narración que muestra otro objeto extraño del pasado: la sala de cine en singular.

Si al final de la película “El Planeta de los Simios” la cabeza cercenada de la Estatua de la Libertad es prueba de destrucción, aquí lo son cortinas, sillas, pantallas y letreros en desuso. Y más poderoso que el academicismo melancólico de los textos que salpican la exposición —parafraseos del pasaje de Benjamin, la sociedad del espectáculo de Debord, la dialéctica de Buck Morss y el no-lugar de Auge— es la evocación: salas de cine con inmensas pantallas que vomitaban a la calle a sonámbulos, cinéfilos que solo despegaban de la hipnosis a punta de un leve caminar; ahora, resignados a sesiones hogareñas de cable y DVD, un síndrome insomne de piernas inquietas es síntoma de lo perdido: una manera ociosa de ver, de llegar, salir, buscar, pensar, rumiar.

El último párrafo trae a la memoria matinées, vespertinas y noches, bastan algunos nombres: Almirante, Aladino, Ariel, Aristi, Arlequín, , Astor Plaza, Atenas, Avirama, Ayacucho, Azteca, Bacatá, Bogotá Plaza, Caldas, Calipso, Caribe, El Carmen, Castellana, El Cid, Cinelandia, Cinemas, Coliseo, Copelia, Las Cruces, El Dorado, Elvira, Embajador, Esmeralda, Ezio, Faenza, Imperio, Junín, El Lago, Libertador, Lido, Lucía, Lux, Metro Riviera, Metro, Metropol, México, Mogador, Nariño, Olimpia, Opera, Palermo, Ponce, Presidente, Radio City, Roma, Royal Plaza, San Carlos, San Jorge, San Luis, Santa Bárbara, Santa Cecilia, Santa Fé, Scala, Sucre, Teusaquillo, Tequendama, Tisquesusa, Trevi… The End.

Mayor información:
http://www.cinemainsostenible.laveneno.org/CIPortal.htm
 


*Lucas Ospina es artista y profesor de arte.

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