Y se cayó la reforma política. Porque obviamente no les convenía a los políticos que la votaban. Quién era el padre de la reforma no es importante. Lo clave es entender las razones por las que esta acabó generando un gran consenso, el único que se ha dado en este Gobierno.
La reforma con las listas cerradas y las listas cremallera acababa con los feudos políticos unipersonales, que hoy son los que en su mayoría llegan al Congreso. Los liberales, los conservadores, los verdes, los de Cambio Radical y hasta algunos del Centro Democrático son elegidos por sus maquinarias políticas, que funcionan con burocracia, contratos y compra de votos, y solo responden al senador o congresista que coloca, recibe y compra.
En ese escenario político, el de la llamada mermelada, que el presidente Santos llevó al extremo y Duque continuó, es que hoy se mueven los intereses de los congresistas a la hora de votar una ley. No es la ideología de un partido, y por eso los conservadores forman parte de la coalición de un gobierno de extrema izquierda, la que mueve las decisiones del congresista. Es su interés personal.
Por eso a ningún gobierno se le niega una reforma tributaria. No afecta de manera directa la maquinaria electoral del congresista, pues finalmente están votando los recursos de otros, el sector privado. Claro, dentro de las minucias del Congreso se mueven unas talanqueras o unos aceleradores que pueden dar muerte o acelerar un proyecto de ley, todo a su debido precio.
¿Y el ciudadano qué? ¿Dónde aparece en esta ecuación? En Colombia una vez cada dos años. En las elecciones regionales para alcaldes y gobernadores y en las nacionales para congresistas y presidente. Sí, cumplimos el sagrado deber de votar y después cada cual a lo suyo. ¿Es eso responsable? ¿Estamos ejerciendo una ciudadanía responsable cuando delegamos de esa manera y después ponemos el grito en el aire por los resultados de deterioro económico, social, en infraestructura y seguridad en nuestras ciudades, nuestros departamentos y nuestro país?
Muchas veces vamos a unas marchas. Y regresamos contentos porque cumplimos con nuestro deber ciudadano que protesta de manera pacífica contra A, B o C. Y de nuevo cada cual a lo suyo. El mundo cambió y, con los mecanismos de redes sociales, de información a la mano y de conexión instantánea, ser ciudadano responsable requiere ir más allá. Mucho más allá.
Y la razón por la cual se necesita una ciudadanía responsable mucho más activa que lo que mencioné antes es que quienes quieren destruir lo que se ha construido sí utilizan esas redes sociales, esa información y esa conexión para intimidar y para destruir. Han sido exitosísimos y por eso los populismos de izquierda y de derecha van a destruir la democracia y las libertades si no activamos esa ciudadanía responsable y la volvemos mucho más activa, mucho más política y mucho más presente en el día a día de los gobernantes de nuestro país.
Ser ciudadano activo es llevar a cientos de personas con discapacidad y sus cuidadores al Congreso para que muestren cómo la reforma laboral los va a dejar sin empleo para siempre. O que cientos de miles de personas se enfrenten a su congresista, al que eligieron, y que va a votar por destruir el sistema de salud que afecta su tratamiento. Pequeños ejemplos.
Hay una inmensa oportunidad de activar esa ciudadanía responsable. Los mecanismos de participación que aún existen en el Congreso deben comenzar a ser objetivo prioritario de esa ciudadanía activa. El presidente Uribe habló de un referendo sobre las reformas a la salud. Ya deberíamos conocer las preguntas y estar recogiendo firmas para que se vote en octubre el día antes de las elecciones regionales. Y cada uno de nosotros debe volverse un vocero activo del tema. En eso es un ejemplo claro de ciudadanía responsable.
Si de algo sirve esta angustia que se siente en el ¿qué vamos a hacer?, es la posibilidad de activar un país que responde cada vez que se le requiere. La resiliencia de la sociedad colombiana no es algo menor. Pero hay que saber despertar esa ciudadanía que en 1958 tumbó al dictador Gustavo Rojas Pinilla, o que en la peor crisis de violencia de la historia en 1990 fue artífice de la séptima papeleta y una nueva constitución que profundizó la democracia, contrario a Argentina, Brasil o Uruguay, que con violencia mucho menor se fueron al extremo de las dictaduras militares.
U otro pequeño ejemplo del que fui parte. Las gigantescas marchas contra el secuestro de 1996, el Mandato por la Paz de 1997 y las marchas del NO MÁS en 1999, cuando el país estaba secuestrado por paramilitares y guerrilla, muestran la capacidad de reacción de esta sociedad.
Pero quienes quieren destruir la democracia y las libertades la fragmentan. Viven de nichos. Se nutren del yo con yo. No aceptan la diferencia. Tienen la verdad revelada. Y la única manera de neutralizarlos es con mayorías presentes, con ciudadanía responsable y activa que muestra su fuerza cada día. Que responde al agravio con respeto y que hace respetar sus ideas y su espacio. Que no se entrega en la lucha diaria por un país mejor. Y que se niega a aceptar el menor mal posible, como hoy nos pasa en cada campaña, y la anterior elección presidencial fue el mejor ejemplo. Mea culpa en este último caso, tengo que aclarar.
No es uno quien nos salva. De mesías estamos hasta la coronilla. Somos todos y el momento es ya.