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Civiles y militares

El 'civilismo' de Colombia se tradujo en profesionalismo y no deliberación de las Fuerzas Armadas y cierto desdén por los generales

Semana
17 de marzo de 2003

¡Lástima que el debate no haya pasado de unos aviones viejos y unos chismes entre Fabio Echeverri y Pedro Juan Moreno! Debajo había cosas sustanciosas, como que Europa entró en la guerra de Colombia, o que llegó la hora de sacudir a las Fuerzas Armadas.

No exagero al decir que el papel de las Fuerzas Armadas es la clave para entender el sistema político colombiano. Con excepción de dos semigolpes (1830, 1845) y el de Rojas Pinillla somos, al lado de Costa Rica, la democracia estable de América Latina. Mejor: somos uno de dos o tres países del Tercer Mundo donde el Ejército no se toma el poder ni lo "tutela".

Este récord se debe, creo yo, a dos hechos históricos. Uno, que la Independencia fue obra de venezolanos y la élite granadina fue antimilitarista desde el comienzo. Otro, que acá el Estado surgió de un pacto entre regiones, ninguna de las cuales quería un centro fuerte es decir, un ejército fuerte.

Es el "civilismo" tradicional de Colombia, que se tradujo en profesionalismo y no deliberación de las Fuerzas Armadas, bajo presupuesto militar (aún en medio del conflicto) y cierto desdén de la clase alta por los generales.

En lugar de romperse, la tradición se refrescó con Rojas Pinilla. En efecto, el Frente Nacional pactó la no injerencia de los militares en política a cambio de su monopolio sobre "el orden público". Digamos, con la brevedad propia de una columna, que la clase alta dedicó el Ejército a acabar la guerrilla para ahorrarle la tentación de dar más golpes.

El balance de casi 40 años fue bueno en tanto no hubo nuevos golpes pero no fue bueno en acabar la guerrilla. Y es porque la guerrilla no se acaba sólo con actos militares sino con actos integrales del Estado. Así que el Ejército quedó dando una guerra en solitario, sin dirección política ni solidaridad ciudadana.

Las consecuencias fueron agravar la desconfianza entre militares y civiles, desmotivar a los combatientes y burocratizar la Fuerzas Armadas hasta convertirlas en otro sindicato.

Mal que peor, el arreglo anterior funcionó hasta hace poco -si es que por "funcionar" se entiende ese desangre largo y degradado-. Era la época de "el país va mal pero la economía bien", para citar, por qué no, al doctor Echeverri: los campesinos matándose y los ricos engordando.

Que fue precisamente donde vino el cambio. Con la globalización financiera y, más, con la narcotización de la guerrilla, el mal del país acabó por dañar la economía: ya no hay quién invierta aquí ni hay manera de que Colombia deje de estorbarles a los gringos.

De suerte que ahora sí hay que acabar la guerrilla. Y esto por supuesto exige una relación distinta entre ambos estamentos. Para corregir los tres defectos grandes del modelo anterior -soledad, falta de dirección y burocratización de los militares- es preciso que los civiles hagan tres cosas: solidarizarse, dirigir y exigir resultados a sus Fuerzas Armadas.

Es lo que Alvaro Uribe y su Ministra están tratando de hacer, aunque en verdad lo hacen un poco a trochemoche:

-El apoyo lo hacen bien: 1,2 por ciento al patrimonio, 10,8 billones, todo el margen fiscal en esta olleta, decretos de mano dura, diplomacia de guerra, rituales y simbolismos.

-La dirección la hacen mal, porque confunden el mando político con el mando operativo. Una cosa es repensar el objetivo de la guerra, las alianzas externas e internas o la dosis militar-social, otra es inmiscuirse en acciones en marcha o dar órdenes directas a un sargento.

-El control lo hacen regular, porque esperan victorias decisivas pero también resultados puntuales en este o aquel "consejo comunal de gobierno".

Los uribistas dirán que no era justo esperar más de dos personas sin cultura militar y con probadas dotes de microgestión. Los analistas en cambio podemos decir que un problema tan hondo necesitaba remedios hondos:

-Apoyo ciudadano masivo, que sólo es dable cuando el Estado persigue por igual a todos quienes cometen horrores morales.

-Dirección política, que empieza porque los civiles diseñen una estrategia de seguridad nacional basada en el interés nacional y no en el de algún aliado.

-Control de resultados, que en realidad es fruto de una larga cultura ciudadana que hable desde el Congreso, la academia y los medios.

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