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Clase de geografía

La geografía es una forma de estar en el mundo. De verlo y también es una forma de ser en el mundo, aunque no lo parezca.

Poly Martínez, Poly Martínez
15 de agosto de 2019

Pocas cosas tan ponderosas en la naturaleza como la geografía. Marca el carácter, da perspectiva o pone barreras. Es distinto nacer y crecer en una isla, siempre bordeando el mar, que en una planicie casi infinita. Crecer mirando el Caribe o hacerlo frente al Pacífico es muy distinto, tanto como nacer en Nariño o en la Guajira.

Egan Bernal aparte, lo bueno de la entrevista de Vicky Dávila al campeón del Tour de Francia es que pone los pies sobre la tierra. Nos muestra, de manera evidente, cuánto desconocemos la geografía de Colombia (sí, Zipaquirá, Cundinamarca).

Es una instantánea de cómo hemos sorteado con ligereza el territorio que habitamos y, de paso (si logramos llegar, si las vías lo permiten, diosmendiante el conflicto, a pesar de los riesgos y con ayuda de amigos del camino), la gente que vive en él, las personas que lo habitan en olores, sabores, caminos, atajos, terrenos cambiantes y sus significados. 

Los de antes aprendimos de accidentes geográficos, y eso. Los de ahora, es decir nadie porque ya no se enseña así, saben más de accidentes en la geografía, aunque todo por pedacitos, sin lograr conectar nada con nada y sin conectarse con el país. ¿Qué separa al túnel de Medellín y al puente de Chirajara, además de tiempo, recursos, ingeniería y un poco de chauvinismo? Más allá del enchufe político y económico, ¿cómo nos conecta la Ruta del Sol 2 al resto de los colombianos?  

Como ya no hay clase de geografía pura, que dicen es tremendamente aburridora para maestros y estudiantes porque no la saben enseñar, los primeros, y porque no la logran apreciar los alumnos, tal vez podríamos aprovechar la realidad del país para recorrerla de una manera diferente y aprender sobre lo que dice de nosotros, de nuestros logros y prejuicios, nuestra propia geografía.  

Empecemos por ubicar a nuestros ciclistas en el mapa, dejando en claro que no todos son de Boyacá, como tampoco todos los futbolistas son paisas o de la costa. Nairo Quintana, Cómbita, de allí pasamos a Pesca, tierra de Súperman López, pero no vamos esta vez por Coper. Bajamos a Tenjo, la casa de Esteban Chávez, nos dejamos ir más al sur, hasta Túquerres a visitar a Atapuma, para subir a marchas forzadas hasta Urrao, la casa de Rigo y terminar en Rionegro, a boca de túnel de Medellín.

Si le aburre el ciclismo –que es la mejor forma de conocer los contornos de un país, porque se sudan las subidas y disfrutan las planicies, como dijo Hemingway- ponga la brújula en el fútbol y ubique a los jugadores en el mapa. Cúcuta, Santa Marta, Necoclí, Guachené, Santo Tomás, Padilla, Barrancas, El Molino, Nechí… Siga ese camino de nuestra Selección para conocer algo del país sin meter la pata.

¿El deporte no lo mata? Bien, entonces vea la geografía de la violencia hoy, llena de mapas que ubican los asesinatos de líderes sociales en las mismas zonas de siempre, porque la geografía como la muerte no se mueven de allí. Chocó, Cauca, Nariño, Antioquia, esa gran franja que va bordeando el Pacífico.  

Geografía nacional a partir de los grandes robos viales, de los túneles aún sin luz; o ahora, de la mano de la trashumancia electoral, que nos saca de nuestro lugar cómodo al ver el trasteo de gente y votos para favorecer candidatos y partidos con intereses regionales y nacionales que quieren repartirse, otra vez, el mapa del poder.  

Y podemos ir más allá y aprender de Colombia y su geografía con cualquier pretexto, por cuenta de los páramos, la minería, las zonas ideales para observar aves, los puntos donde hay las mejores cascadas o puestas de sol. Empecemos por algún punto, no importa cuál. Pero ubiquémonos: en la realidad, no en las redes.