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La estantería se estremece

La mente de los colombianos y colombianas se abre poco a poco mientras la de la clase política tradicional se cierra definitivamente.

Yezid Arteta, Yezid Arteta
17 de agosto de 2017

Las noticias de la guerra fueron distractores que no permitieron enfocar los problemas esenciales de Colombia. La guerra, tal como se hizo con la gente de Tirofijo, es clavo pasado. Los políticos que sigan insistiendo en este asunto saldrán de la alineación titular. La opinión pública colombiana ha vuelto la mirada hacia temas que competen a todos los estratos sociales, a la gente de las ciudades y los del campo, a los que viven dentro y fuera del país. Asuntos como la salud pública, corrupción, justicia, medioambiente, empleo, inmigración venezolana, educación, deporte, entre otros, han saltado como liebres ante la sorprendida mirada de millones de colombianas y colombianos que, además, viajan más y comparan más.

El listón de análisis y las convicciones de la gente colombiana escala progresivamente y buena parte de los operadores políticos tradicionales ni siquiera se han enterado. La mente de los colombianos se abre poco a poco mientras la de la clase política tradicional se cierra definitivamente. Estamos frente a un “salto cualitativo”, como diría un apasionado de la dialéctica. Pueblos que a duras penas aparecían en los mapas se revuelven y votan contra el expolio extractivista de las multinacionales mineras; crece la censura y reacción ciudadana contra el acoso y el maltrato de mujeres; ciudades -como Santa Marta- quitan el manejo del agua a mercaderes externos confabulados con pillos locales; crece la rabia contra los Uribitos, Morenos, Kikos, Nules, Ñoños y una larga lista de personajes que ocupaban u ocupan cargos de Estado y decían llamarse “gente de bien”.

Hay un enfado creciente entre la opinión pública colombiana que puede desembocar en una especie de cogobernanza que pondría límites a la clase política. A veces el peso de la opinión pública ante un tema puntal es de tal magnitud que obliga al operador político a moderar sus conductas a riesgo de morir aplastado. En algunas circunstancias la ira de la gente se traduce en una copiosa votación en favor de hombres y mujeres que están por fuera de los circuitos políticos tradicionales.

Las elecciones de 2018 en Colombia serán un pulso entre la indignación y la clase política tradicional -Los Liquidadores- que ha debilitado las instituciones republicanas a través del saqueo del patrimonio público.

Los Estados Unidos, por vía de sus jueces, están fijando la política doméstica de Colombia. Por su politización, falta de medios y carácter selectivo, parte de la justicia colombiana ha pasado de largo por las cloacas del Estado y evita tocarles un pelo a los poderosos empresarios que a fin de obtener golosos contratos sobornan a empleados públicos. La estantería corrupta que, a lo largo de las últimas décadas montaron los gobiernos y los contratistas privados, se ha estremecido pero aún es prematuro para pronosticar su caída, puesto que hay muchas manos metidas dentro del pastel que cuentan con poder y trampas jurídicas para conjurar o aminorar su derrota.

El país está viendo las costuras de los operadores políticos que han piloteado al país. Los que jugaban al gangsterismo, hablaban a gritos y apostaban por la impunidad, se han amedrentado con el mero ruido y no lo han pensado dos veces para delatar a sus compinches a cambio de una reducción de sus condenas. Son esta clase de personajes que, desde bastidores y cenas privadas, han manejado a Colombia. La inmensa mayoría de colombianos y colombianas pueden derrotarlos en 2018. Sería aconsejable que las fuerzas políticas que están por fuera del entramado de la corrupción eviten ataques tácticos entre sí y concentren toda su capacidad de denuncia y medios legales para derrotar estratégicamente al enemigo de Colombia: Los Liquidadores.

* Escritor y analista político
En Twitter: @Yezid_Ar_D
Blog: En el puente: a las seis es la cita

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