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Clausewitz y el laberinto de la paz total
La paz total está en un laberinto del que debe salir porque los conflictos sin final ahondan la crisis de la débil economía del país.
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Un experto en temas de paz me hizo llegar el libro De la guerra, de Karl von Clausewitz. Fue un destacado militar prusiano que es reconocido como uno de los teóricos más destacados de la ciencia militar. Analista de los conflictos armados, en los que abarca no solo temas de táctica y estrategia, sino, incluso, de filosofía.
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Quería el remitente que desenterrara ciertos criterios que pueden enderezar el ambicioso programa de paz total, que va, para infortunio del país, por muy incierta ruta.
Clausewitz pone como regla general que “hay dos motivos para hacer la paz que pueden, en la práctica, ocupar el lugar de la imposibilidad de ofrecer resistencia: el primero es lo improbable del éxito y el segundo el precio excesivo a pagar por él”.
Cabe preguntar sobre los grupos con los que se abrieron mesas de negociación: ¿tienen, hoy por hoy, la convicción de que no van a tener éxito en su lucha armada? Y, en caso de que así fuere, ¿están dispuestos a cubrir el costo de claudicar, cualquiera que él sea? El Gobierno y el comisionado Rueda deben responderse para saber en qué punto del proceso se está, algo sobre lo que no hay claridad.
Clausewitz hace otro aporte monumental: “El primer acto de discernimiento, el mayor y el más efectivo que ejecutan un estadista y un jefe militar, es el de establecer la clase de guerra que están librando y no tomarla o hacer de ella algo diferente de lo que permita la naturaleza de las circunstancias”.
¿Al preguntar Petro si son prosélitos de Camilo Torres o sucedáneos de Pablo Escobar, es porque está refundida dicha regla de oro de Clausewitz?
El acierto está en saber cuáles son las causas verdaderas que motivan a quienes están sentados al otro lado de la mesa de negociación y evaluar qué tan lejos o qué tan cerca están de alcanzarlas y si tienen disposición de pagar –por sacrificarlas– el precio de acatar las mínimas normas del contrato social y político de convivencia que nos convoca a todos, sin excepciones.
¿La meta es la dejación de las armas, de renunciar a las razones de la fuerza, o se supedita a convenios sobre “los cambios”, como dijo Antonio García? (El Tiempo, 13/11/23) ¿Qué tan costosa será la tasa moral de cambio de esta casi nonagésima cooptación en la historia de Colombia, como la define Édgar Revéiz?
Dado que lo propio no es permanecer como meros espectadores o a merced de las intenciones de quienes a voluntad se armaron, hay preceptos de Clausewitz que ayudan a que las condiciones en las que se persigan los acuerdos busquen consolidar una nación pacificada. Dice que “en las guerras donde un bando no puede desarmar completamente al otro… tan pronto como el gasto de fuerza sea tan grande que el objetivo político ya no sea equivalente, ese objetivo deberá ser abandonado y vendrá la paz”.
Vale indagar entonces si los grupos en trance de desmovilizarse han tenido ese desgaste o si, por el contrario, se fortalecen. Acorde con Clausewitz, ¿hay “merma de sus fuerzas”? ¿Hay “pérdida de sus territorios”? ¿Está en curso su debilitamiento? ¿A las polémicas en la mesa de diálogo las acompañan acciones por fuera de ella que refuercen al Estado con presencia en todos los campos de la vida social y económica en las áreas de disputa? ¿O acaso existen zonas y aldeas donde el papel estatal lo ejercen quienes se han declarado en rebelión?
Hechos recientes, secuestros, incidentes que han paralizado las conversaciones, paros armados violatorios del cese al fuego, el aumento de los homicidios, están en contra del derecho de la ciudadanía a vivir sin violencias y pueden frustrar la negociación con los insurrectos y el sometimiento a la ley de las bandas que acepten la reincorporación.
Cuando personas con conocimiento como el gestor de paz Carlos Velandia dice que no están en la mesa los frentes que representan el 70 por ciento del ELN, como el oriental y el occidental (El Tiempo, 11/11/23), cobran vigencia las preguntas que se derivan de las prescripciones enunciadas de Clausewitz o también cuando las guerrillas comandadas por Iván Mordisco exigen que “los militares deberían salir de las zonas… todos los espacios que las partes nos comprometimos a desocupar” (El País, 5/11/23).
La paz total está en un laberinto del que debe salir porque los conflictos sin final ahondan la crisis de la débil economía del país, acrecientan la incertidumbre social y política, y perjudican en especial a las comunidades que padecen la barbarie en sus territorios, ya que les cercenan sus posibilidades de exigir soluciones a los males estructurales que las tienen postradas en abandono secular. Si la soberbia se atempera y la realidad se evidencia, aplicar a Clausewitz sería de ayuda.