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Clopatofsky

María Emma se asomó por el sur y encontró que los niños están desnutridos. Mira a ver, Clopa

Semana
25 de septiembre de 2000

El alcalde de Bogotá no ama las cuatro ruedas. Aunque de hecho se movilice en ampulosa burbuja, como debe ser. A la mayoría de personas, por el contrario, Lorenzo entre ellas, les parece divertido y necesario ese invento que se perfeccionó en el siglo XX, el automóvil. Que los propietarios de vehículos sean pocos en proporción no quiere decir que en una ciudad todos sus habitantes no tengan que usar en algún momento este sistema de movilización de impulso propio.

No sé si mi simpatía por Jairo Clopatofsky se deba a que casualmente se moviliza en las cuatro ruedas de su silla, por alguna infortunada circunstancia, que lamento, pero que le da a su personalidad un toque de gracia y un aura de grandeza, como de Franklin D. Roosevelt. El chico es noble y corajudo, ha sido parlamentario y podría ser un buen alcalde, ¿por qué no?, para lo cual, antes que nada, se requiere un feliz criterio de prioridades. Esto es, saber que la salud y la seguridad, por ejemplo, están primero que los barroticos de cemento y que el desordenado estacionamiento de los autos.

Mis recomendaciones a Clopa, mi alcalde sin posibilidades, son, para comenzar, dos o tres: la primera, que revise bien qué pasa en el sur, porque María Emma, la candidata que prefiere Samper, ya se asomó por allá y encontró que los niños de las escuelas están desnutridos (ah, caray) y el mismo Clopatofsky afirma que algo así como un millón de personas carecen de alcantarillado (cómo es posible, yo pensé que la ciudad del sur estaba solucionada y que sobre las redes se habían construido preciosas alamedas), la segunda, que reconsidere el criterio de ensanchar las aceras y de ahogar la circulación. Un caso dramático es el trayecto de la comercial carrera 13 de Chapinero. En cuanto a los ensanches que ya estén hechos, ver en qué momento les cae la piqueta demoledora, con disimulo y de noche, como ha tumbado la Alcaldía los árboles añosos de la ciudad. “Callaban el rocío y la campana, sólo el tenue crujir de la madera”, en el verso de Carranza.

La tercera, que haga amable la vida de la capital, hoy tan cargada de saña policiva, especialmente contra conductores, bajo la agresión de grúas, cepos y zonas azules (todos negocios privados) y de moto policías perseguidores. El particular honrado no puede vivir pensando que ya le dan alcance para que muestre toda clase de tarjetas y documentos y, además, le sople el ojo al patrullero. Además, ahora le examinan el exosto. Ellos, los que descuajaron los árboles oxigenadores de la ciudad y nos ahogaron en miles de partículas por millón.

Dentro del criterio de hacer amable la ciudad, está, en primerísimo lugar, la seguridad, más importante que los andenes anchos, los que según el actual alcalde, no son para pasar, sino para dialogar, para que los niños jueguen, los jóvenes hagan el amor y otros menesteres. La modalidad de las ciclorrutas sobre los mismos andenes, sin separación alguna de los transeúntes, hará que éstos sean atropellados en su nuevo espacio público.

Ahora bien, hay que hacer algo, con métodos humanos por los menesterosos e indigentes, que acosan a los demás ciudadanos en todos los sitios públicos. Es en la presencia aterradora de esta corte de los milagros donde no se ha visto una Alcaldía que procure el bienestar de los habitantes, comenzando por el de los propios menesterosos.

Una ciudad grata, Clopa, por favor. Nada de que, cortados los árboles asépticos en la peor siega de este tipo que se haya dado, ahora haya que sacar de circulación a los vehículos más viejos, muy anteriores a Bill Gates y que son propiedad de los más pobres. Y no te propases con la televisión. Acuérdate de Alberto Lleras, que no la quiso usar cuando llegó al poder, para diferenciarse del dictador que lo había antecedido. Hoy existe un canal para el alcalde de la camisa azul.

Y, Clopa, ¿qué vas a hacer por el metro? Me temo que Bogotá se quedó sin ferrocarril metropolitano por culpa de la inversión Transmilenio y por la ocupación de los lugares por donde debería pasar el tren, subterráneo o no, común a las grandes ciudades.

Si vas a hacer alguna obra —y habrá que terminar las contratadas a granel— no olvides que no se debe llevar al ciudadano a la desesperación. Es verdad que la paciencia de los habitantes no tiene límites, como tampoco la ambición de los funcionarios, que quieren pasar a la historia. ¿Qué necesidad había de la 15?, ¿para qué los parques lineales del norte si en el sur no hay apenas ciudad? ¿De dónde acá los atropellos para construir un Exito en la 134 o para acabar con el Country Club?

En fin. Lorenzo quizás opte por Clopatofsky, a quien ni siquiera conoce, pero del cual intuye que es honrado y eficiente —y anda sobre ruedas—. Cuánto mejor que María Emma, que se pasea, sin poder evitarlo, en elefante o que Mockus, que en su despiste honorable nos casó con la empresa mexicana ICA. O que Riveros (¿Riveros?), que es el mismo alcalde actual, como rezan los grafitos, que se han escrito en su contra.

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