Home

Opinión

Artículo

OPINIÓN

Radiografía de un corrupto “decente”

Mario Conde es el alter ego literario de Leonardo Padura, el escritor cubano que creció oyendo los discursos de Fidel sobre una sociedad con igualdad y justicia y mano dura para los corruptos.

Alonso Sánchez Baute, Alonso Sánchez Baute
18 de septiembre de 2018

Sin embargo, las historias del detective Conde cuentan de fondo lo contrario: quienes detentan el poder en la isla ni son tan “iguales” ni los toca la justicia, y el tráfico de influencias y los sobornos son tan frecuentes como en el capitalismo. Lo sabemos: la corrupción no tiene nada que ver con sistemas económicos, ni doctrinas, ni formas de gobierno, ni ideologías, ni partidos políticos. En todas partes se cuece igual y por igual hay que denunciarla.

Otro ingrediente común en estas novelas de Padura es que los asesinos no tienen intención inicial de matar. No hay dolo. Suele darse, más bien, lo que el Código Penal define como preterintención: “El agente dirige su voluntad hacia un determinado resultado típico y se produce uno más grave que, siendo previsible, excede su intención”. Como cuando la víctima muere porque al asesino se le va la mano golpeándola. Quizá porque tienen la idea de que un asesino es un matón a sueldo o uno de esos que mata en serie, esto los lleva a justificarse lo que hicieron y a decirse “No soy un asesino”. Pero hay un Pepe Grillo dentro de ellos que los corroe y les recuerda el daño que hicieron.

Aunque puede llegar a serlo, la corrupción no es un crimen violento. Y hay ese punto del delincuente que se convence a sí mismo de que lo que hizo no es tan grave como un asesinato o porque no robó tanto como, digamos, un Alejandro Lyons. O simplemente porque las autoridades no lo ha descubierto. Tiene de referencia a quienes han hecho cosas peores y no han pagado cárcel y juzgan el delito por el resultado: corrupto es el que cae. Y él mismo a ese otro señala.

Con frecuencia llega al cargo sin intenciones delictivas, pero la mínima oportunidad la coge al vuelo. Y luego se dicen: “Corruptos los Nule. Lo mío fueron solo unos bonos para beneficiar a la comunidad”. O se repite frases del tipo: “Esto es normal, todo el mundo lo hace”. O, como dice un personaje de Padura (léase con acento cubano): “Es una compensación por el sacrificio de la lucha”. Eso cree: “Lo merezco”. Son frases de autoengaño para tranquilizar la conciencia, pero saben tanto que lo que hacen está mal que montan empresas en Panamá o abren cuentas en Tórtola o en Andorra. Si es legal, ¿por qué se toma tanto trabajo en ocultarlo?

Otra trampa de la mente son los eufemismos. “Lo mío no es corrupción sino lobby”, dice. Si media una coima, ese lobby es un soborno. Aunque a veces no media dinero. Como cuando el funcionario beneficia desde su posición a un gran empresario que lo lleva luego a trabajar a su empresa tan pronto abandona el cargo. Quid pro quo: una cosa por la otra. El soborno que no se pagó en chorro se cancela a largo plazo.

En EE.UU. se le adelantaron a este último tema con la Ley de Prácticas Corruptas en el Extranjero, la cual sospecha de cualquier funcionario que utiliza las puertas giratorias para iniciar de plano la investigación en su contra. En Colombia estamos muy lejos de esto, principalmente porque no hay voluntad política: el discurso o es populista o es puro blablablá.

Para colmo, la corrupción es tan subterránea y está tan generalizada que, en algunos casos, hay una especie de solidaridad de grupo que corre en masa a defender cuando uno de los suyos cae. No lo hacen por apoyar al caído, sino por protegerse a sí mismos. ¡Y no necesariamente por razones jurídicas! Más bien porque necesitan convencerse que lo que hacen es correcto. Y, bueno, sí, también: para poder seguir haciéndolo.

@sanchezbaute

Noticias Destacadas