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Cómo mueren las democracias

Me encontré con un texto de dos investigadores estadounidenses que se llama 'Cómo Mueren las Democracias' y proponen dos opciones: Uno. Con un golpe de Estado clásico, como en el Chile de Pinochet, la muerte de la democracia es inmediata y resulta evidente para todo el mundo.

Javier Gómez, Javier Gómez
25 de septiembre de 2018

El palacio presidencial arde en llamas. El presidente es asesinado, encarcelado o desterrado al exilio. La Constitución se suspende o se descarta.

Y Dos. Por la vía electoral. Sin tanques en las calles. La Constitución y otras instituciones nominalmente democráticas continúan vigentes. La población sigue votando. Los autócratas electos mantienen una apariencia de democracia, a la que van destripando hasta despojarla de contenido.   

Y esta segunda vía propuesta por los profesores de Harvard Steven Levistky y Daniel Ziblatt, que llevan décadas estudiando la debilidad de las democracias occidentales, es la que se ajusta a la realidad democrática colombiana. Como anillo al dedo. Todos quienes tienen en sus manos las instituciones, buscan destripar esta democracia, cosa que se ha hecho por décadas. Para ilustrar esta afirmación traigo tres ejemplos sobre hechos muy recientes.  

Primer ejemplo: el ministro de Hacienda Alberto Carrasquilla va a un debate al Senado a quejarse por las duras críticas de que ha sido objeto por los famosos bonos de agua y se lamenta porque “es el día de más desagrado en el Senado” y critica a su contradictor en el debate, el senador Robledo, por haberle hecho añicos, “durante dos semanas”, su tranquilidad; y, para rematar, lamenta que el congresista le haya achacado responsabilidad en la quiebra de los 117 municipios “echando Twiter cada dos minutos”.

No entiende el ministro Carrasquilla que en una democracia la contradicción ideológica es de su esencia y que más allá de las quejas el control político es necesario para que una democracia goce de buena salud, lo contrario sería lo más parecido a un régimen totalitario. Como el de Pinochet.

Carrasquilla, el ministro de economía, que amenazó rompernos el bolsillo con el IVA del 19 por ciento a los productos de la canasta familiar, no supo cómo justificar los ocho mil millones de ganancia que, a juicio de su mentor, el senador Uribe, son una nimiedad si se compara con los cuatro años que duró su asesoría. No explicó por qué,  a través de los llamados bonos de agua, dejó en la miseria a 117 municipios y sin agua potable. Pero, peor aún, no pudo desvirtuar las delicadas acusaciones de apropiarse de información privilegiada, indebidamente, para favorecer a la empresa de la cual era socio. Si esto no es un hecho punible, por lo menos debió castigársele su ausencia ética. “Creo en la inocencia del ministro”, dijo Duque. Si esto no hace porosa una democracia, entonces ¿qué?

Segundo ejemplo: El expresidente y hoy senador Álvaro Uribe, socava la legitimidad de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) a través de los medios de comunicación y las redes sociales porque lo investiga por presuntos vínculos con la manipulación de testigos; y le achaca la responsabilidad de estarle dañando su reputación “con las nuevas generaciones de colombianos”. No ahorra esfuerzos, el exmandatario, para maldecir de sus jueces naturales desconociendo la independencia de la justicia como escenario regulador de los derechos de cualquier ciudadano en una democracia.

Vaya! Vaya! A Uribe, que se benefició de la democracia que lo hizo presidente durante dos periodos, hoy no le sirve el proceso democrático porque lo investiga y lo llama a indagatoria.    

El tercer ejemplo: este si es la tapa. La teatralización que el Fiscal Néstor Humberto Martínez, hizo ante los medios para declarase sorprendido porque “la madame” de Cartagena desdice de la justicia colombiana: “ Y ahora -hace una pausa de cariacontecido- la madame poniendo en tela de juicio la justicia!!! -y levanta la voz- “¿En qué país vivimos?”.  

Pues señor fiscal si no está enterado, aquí se lo contamos: es que no es solo “la madame” o prostituta o como la quiera llamar la fiscalía, la que critica y desconfía de esta justicia por inoperante, ineficaz e impune. Muchos colombianos, que no somos criminales, también estamos llenos de desconfianza. O es que no le dicen nada Odebrecht, Reficar, el carrusel de la contratación, Chirajara, Navelena etc. etc. solo por mencionar unos cuantos escándalos y ninguno, óigase bien, ¡ninguno! de los dueños o directivos que administraron estos desfalcos y sobornaron, están tras las rejas; pero sí le clavan una tutela a una indefensa periodista y columnista por calificar de inútil a un fiscal ineficiente. Si esto no es deslegitimar una democracia, entonces ¿qué?

Vuelvo al texto inicial que cité, ‘Cómo Mueren las Democracias‘. Pues así, como lo acabo de relatar con estos tres ejemplos: dejando a un lado la ética, evadiendo responsabilidades políticas, despotricando de la justicia, obstruyéndola, persiguiendo la prensa y, peor aún, haciendo hasta lo imposible para que no funcione. Muchos no  escatiman esfuerzos para que Colombia, en síntesis, no sea una democracia.

@jairotevi




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