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Compositores como conejos

Desde hace cincuenta y dos años, con la creación del Festival de la Leyenda Vallenata, Valledupar se ha convertido en uno de los espacios culturales más importantes del país.

Alonso Sánchez Baute, Alonso Sánchez Baute
23 de abril de 2019

Desde hace un par de semanas estoy en Valledupar montando una exposición sobre la historia de la música vallenata en la Biblioteca Departamental, entidad con la que tenido que contratar la producción del material necesario para exponer los objetos. El abogado de la biblioteca se llama Isaac Calvo, tiene menos de treinta años, apenas sobrepasa el metro sesenta de altura y siempre está alegre.

Mientras yo firmaba pólizas y contratos el día que lo conocí, me dijo: “Dóctor -así, tildando la o, es decir, con compinchería, como si fuéramos amigos desde siempre-, yo soy el de la gringa”. Lo miré mientras me preguntaba “¿Este hombre de qué me habla?”. Calvo repitió la frase. Esta vez le pregunté “¿De cuál gringa?”. “De la gringa, dóctor, de la gringa”, repitió una y otra vez. “No sé quién es esa gringa”, le dije con cierta molestia. Contestó: “La de Silvestre, dóctor, la gringa de Silvestre”. Recordé que en algún momento y en algún lugar había oído ese canto. “¿Cómo es que dice?”, le pregunté.

La cantó con un marcado y muy criollo acento vallenato, en especial las palabras en inglés: “…Un día me dijo, good morning/Pero yo no le entendía/Hello.. How are you/No sabía lo que decía/Pero para sorprenderla/Yo vine y le hable en Wayúu/Le dije esta puntu punchua/Y en el guatu cun maduwi/Y yo traduje el idioma de los gringos/Con un traductor que en Google hallé/Mientras la lengua de los indios/No dio para traducirla en inglés”.

Un par de horas después Marlon Quiroz, que me ayuda en la producción de la exposición, me contó que su abuelo, hijo de inmigrante italiano con cienaguera, llegó a vivir en la ciudad a mediados de la sesenta y montó un restaurante de comida gurmé llamado Doña Pepa. Mientras cocinaba, el hombre componía canciones, pero no vallenatos, sino salsa. Fruko y sus tesos grabaron varios de sus cantos, algunos en la voz de Joe Arroyo. ¿Cuáles? El cocinero mayor, que fue éxito en su momento y todavía la oyen los salseros. Y otras: Salsa brava, El que se fue de Cuba

Hasta la creación del Festival el único acordeonero nacido en los límites de Valledupar fue Lorenzo Morales, oriundo de Guacoche. Tanto es así que Enrique Pérez Arbeláez escribió a mediados de siglo pasado: “He recorrido estas tierras y no encontré un solo músico en Valledupar”. En realidad hablaba de intérpretes de instrumentos musicales. Valledupar se ha caracterizado, en cambio, por sus compositores, varios de ellos nacidos en Patillal, como Rafael Escalona, Freddy Molina y Octavio Daza. A ellos se suman muchos otros, entre quienes podríamos contar al Chiche Maestre, Gustavo Gutiérrez Cabello y Fernando Dangond Castro, lo que lleva a la idea de que Valledupar era, tradicionalmente, más una tierra de compositores que de acordeoneros. Hace poco, de hecho, Santander Durán Escalona informaba la cifra de unos trescientos de ellos nacidos en esta ciudad.

Parafraseando a Alejo Carpentier en La música en Cuba, podría afirmarse: “Huérfana de tradición artística aborigen, muy pobre en cuanto a plásticas populares, la región del Valle de Upar ha tenido el poder, en cambio, de crear una música con fisonomía propia que, desde muy temprano, conoció un extraordinario éxito de difusión. Más que los acordeones, ha sido la tradición oral la que ha enriquecido este folclor”.

Desde hace cincuenta y dos años, con la creación del Festival de la Leyenda Vallenata, Valledupar se ha convertido en uno de los espacios culturales más importantes del país. Alrededor de este evento realizado cada año a finales de abril, la ciudad no sólo ha conocido la gloria y el reconocimiento nacional e internacional, sino que su música y su folclor le han permitido posicionarse como espacio al cual cada año acuden más de cincuenta mil turistas, dejándole a la ciudad rentas significativas.

A partir del Festival, el vallenato poco a poco se ha consolidado hasta lograr ser el más escuchado en toda Colombia, permitiendo a sus compositores e intérpretes fama nacional y lucro económico. Sin embargo, estos últimos tiempos la calidad musical que dio lustre a Valledupar, basada en crónicas y narraciones literarias y poéticas dadas a conocer inicialmente por juglares que recorrieron a lomo de burro la región, ha comenzado a generar reflexión. No solo se habla de canibalización del vallenato sino incluso de agotamiento creativo. Al tiempo, la ciudad, que en los umbrales de su Festival contaba apenas con sesenta mil habitantes, estos últimos años ha crecido de manera exponencial su población, dando nacimiento a una extensa clase media educada y con intereses culturales diversos.

Hoy como ayer, en Valledupar de cualquier rincón salta un compositor. Isaac Calvo trabajaba como jardinero en la Gobernación del Cesar y se rebuscaba vendiendo butifarras en el río Guatapurí. Una mañana vio salir a Silvestre Dangond y sus músicos después de un toque en Río Luna, una caseta cerca del Guatapurí. Calvo se acercó a ofrecerles butifarras y, mientras las servía, le cantó a Silvestre una canción de su autoría. "Te busco", le dijo el cantante al despedirse luego de que, entre todos los músicos, se comieran trescientas butifarras. Así fue. Silvestre le grabó La misteriosa en 2005 y unos años después, Esta vida loca. Calvo le entregó luego La gringa con pocas expectativas. Fue un éxito inmediato. Tanto, que con esas regalías pudo pagarse diez semestres de derecho en la UPC.

Las composiciones vallenatas ya no son como las de ayer. Los tiempos han cambiado y ya poco queda del mundo rural y provinciano de los cantos de Escalona. Hoy las preocupaciones de la juventud son otras. No hay que cortar esa inspiración. Más bien mejorar esas letras, nutrirlas de poesía y calidad literaria, pero también de modernidad al introducirles otras temáticas, otras formas de ver el mundo y de escribirlo, superando asuntos que los países civilizados ya han superado, como el machismo, el romanticismo cursi y la apología pueblerina al consumo de alcohol.

@sanchezbaute





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