Home

Opinión

Artículo

Juan Carlos Florez Columna

Opinión

Con el narcotráfico no habrá seguridad

Si grandes compañías estadounidenses no pudieron resistirse a los cantos de sirena del negocio del narcotráfico, qué no diremos de países como el nuestro.

Juan Carlos Flórez
31 de julio de 2021

El tiroteo y posterior muerte del afamado periodista investigador Peter R. de Vries conmocionó a Holanda. Acababa de salir de un estudio de televisión, RTL Nieuws, en Lange Leidsedwarsstraat en pleno corazón de Ámsterdam, el martes 6 de julio, cuando le fueron descerrajados seis tiros, que le ocasionaron la muerte unos días después. En septiembre de 2019 un abogado, Derk Wiersum, había sido tiroteado a la puerta de su casa, también en Ámsterdam. Los dos crímenes no solo están unidos por el uso de sicarios, una modalidad casi desconocida en ese país. Las autoridades investigan una pista más comprometedora, tanto de Vries como Wiersum estaban ayudando a un testigo, Nabil B, quien proporcionaba información sobre un capo, Ridouan Taghi, considerado como el enemigo público de Holanda. Todo esto es una trama harto conocida por nosotros en Colombia. Lo sorprendente es que una democracia tan antigua y sólida como la holandesa reciba hoy la embestida de poderosas organizaciones de narcotraficantes que han convertido sus puertos y a Amberes (¿han visto la serie Operación Éxtasis?) en la entrada de la cocaína colombiana a Europa.

Las toneladas de dólares y euros que proporciona el negocio ilegal, ofrecen un poderoso instrumento a los narcos y sus aliados con el cual pueden socavar no solo un régimen político, sino a todo un país. ¿Si una sociedad rica y confiada en sus instituciones como Holanda se ve a gatas para perseguir, encarcelar y juzgar a un capo como Ridouan Taghi, qué no ocurrirá en otras sociedades menos prósperas y estables? Para nosotros esa pregunta no es retórica pues conocemos en carne propia el poder desestabilizador, corruptor, asesino, desmoralizador del narcotráfico.

Si examinamos el mapa de las masacres cometidas este año, encontramos dos zonas en extremo calientes, Antioquia y el Suroccidente del país. Y si precisamos las causas de estas encontramos que el narcotráfico es uno de sus causantes, debido a la guerra entre las organizaciones criminales que se disputan tan lucrativo negocio. Y el peligro para nosotros es doble, pues los narcos no solo pelean a zarpazos el control de la materia prima para la exportación como ocurre en el Suroccidente, sino que también se disputan a muerte los mercados locales de droga, como ocurre en muchos pueblos y zonas rurales de Antioquia. ¿El infame desplazamiento de miles de personas en Ituango no está relacionado acaso con la preservación de los cultivos ilícitos de la serranía de Abibe, junto al crucial Nudo del Paramillo?

El negocio con narcóticos es tan demencialmente rentable que hasta las farmacéuticas de EE.UU. se metieron en él. ¿Qué era el oxycodone, que volvió adictos a millones de estadounidenses, sino una pastilla de heroína? No en vano el fiscal de Oklahoma, Mike Hunter, llamó a Johnson & Johnson “the kingpin of the opioid epidemic”,el capo de la epidemia de opiáceos. Según le comentó el fiscal a la NPR, la radio pública de los EE.UU., la mencionada compañía tenía un cultivo de amapola en Tasmania, Australia, desde el cual proporcionaba a otras grandes farmacéuticas el opio para la letal pastilla que contribuyó a la muerte de más de 500.000 personas por sobredosis en los EE.UU.: “they provided 60 % of the active pharmaceutical ingredient to the rest of the opioid manufacturers in the country. So they made money when they sold their drugs”. (Ellos suministraron el 60 % del ingrediente farmacéutico activo al resto de los manufactureros de opiáceos en el país. Así ellos hicieron dinero cuando vendieron sus drogas). Claro, la diferencia es que esas compañías y las cadenas de farmacias que ganaron decenas de miles de millones de dólares con los opiáceos no fueron consideradas un cartel por el gobierno de los EE.UU.…

Si grandes compañías estadounidenses no pudieron resistirse a los cantos de sirena del negocio del narcotráfico, qué no diremos de países como el nuestro.

Que nuestros políticos sigan ignorando el fracaso rotundo de la guerra contra el tráfico de drogas es una mezcla de pusilanimidad y estupidez. No habrá seguridad para millones de colombianos, ni en el campo ni en las ciudades, mientras el corruptor tráfico de drogas continúe siendo ilegal. Esta guerra perdida solo beneficia a los narcos, a los lavadores de activos y a las agencias como la DEA a quienes no les interesa que los narcos se acaben, pues de esa manera se les terminaría su poder. Necesitamos un acuerdo internacional, similar al que tuvo lugar en 1909 y que ayudó a reducir el flagelo del opio en China y otros lugares del mundo. Pero sin políticos audaces la guerra durará más y más hasta que, tras cientos de miles de víctimas, una superpotencia legalice el negociazo de la cocaína.