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CON PRESIDENTE NUEVO

Semana
20 de julio de 1998

Estas alturas estamos con presidente nuevo. No tengo la menor idea de quién es, porque esta columna se escribe antes de las elecciones, pero poco importa para efectos de analizar lo que debe hacer el último mandatario del siglo para contribuir con el clima que debe imperar en el país de aquí en adelante.
Para empezar, lo primero que tiene que haber es un llamamiento a la concordia. Nada le ha hecho más daño a Colombia que la división en que se ha sumido el país durante los últimos cuatro años. Falsa polarización, insisto, en la medida en que la agresividad en el discurso público no tiene que ver con la formulación de alternativas serias y profundas para los problemas graves.
Ha habido un peligroso festival de vanidades de parte y parte, que en buena medida ha sido el responsable del ambiente de incertidumbre que se apoderó de todo el mundo. Salir de ese círculo vicioso es quizás la responsabilidad mayor de quien ganó las elecciones del domingo y, también, del candidato perdedor y sus seguidores.
El otro tema es la paz. Tal vez nunca antes había sido tan cacareado el consenso nacional sobre la urgencia de plantear un proceso de paz serio, y tal vez nunca antes las posturas de los candidatos presidenciales habían sido tan coincidentes como ahora. Si son cuatro o cinco los municipios que se despejan o si se habla aquí o en el exterior son detalles de poca monta al lado del hecho mismo de desenredar el ovillo de una vez por todas.
Ambos candidatos coincidieron en que para que haya seriedad en ese tema es indispensable emprender un gigantesco programa de rehabilitación verdadera de las zonas más deprimidas del país, donde está afincada la guerrilla desde hace muchos años. Como en esos sitios hay pocos votos los políticos le han dado la espalda a medio país en términos de igualdad de derechos frente a los servicios públicos y las demás modalidades de presencia del Estado.
En épocas de apretón del gasto, como serán los años que vienen, esa inversión en la recuperación de la Colombia deprimida tiene que pasar por un programa especial de financiación (extranjera, supongo) de lo que Andrés Pastrana calificó gráficamente como el plan Marshall para la paz.
Otro asunto clave es el de la recuperación del prestigio de Colombia ante la comunidad internacional, tema bien complejo si se tiene en cuenta el elevadísimo grado de deterioro de la posición colombiana frente al mundo por diversas razones.
Por un lado la corrupción frente al narcotráfico. No tanto el narcotráfico mismo, pues es demasiado compleja la discusión acerca de la actitud del país frente a la producción de droga: hasta que los países consumidores de droga y productores de insumos para su elaboración no asuman con seriedad una responsabilidad correspondiente a la que asumió Colombia en lo que le toca, no hay que botarle mucha corriente a ese asunto.
Pero el impacto mundial de la penetración de los narcos en la política ha llevado la imagen nacional y su respetabilidad internacional a unos niveles inmanejables. Aquí van a ser fundamentales las señales que el nuevo gobierno le envíe al mundo a través de los nombramientos de funcionarios en todos los niveles.
La otra cara de esta ecuación es la de la defensa de los derechos humanos. Por este motivo el país está en la picota pública con tantas notas de preaviso por parte de todos los países del planeta, que sería una locura no asumir este tema como una de las prioridades nacionales. No se trata sólo de mejorar la imagen sino de impedir que nos saquen a patadas del concierto de las naciones calificadas por el mundo como civilizadas.
Y, por supuesto, que el nuevo presidente haga realidad las promesas de enamorado que ambos candidatos le hicieron a los seguidores del proyecto Opción Vida que encabezó Noemí Sanín. No sé con exactitud cuáles serían las medidas específicas, pero sí se sabe cuál debe ser la actitud. Gente independiente en los principales órganos de control y selección de los funcionarios más importantes, escogidos por su calidad específica y no por las cuotas de mecánica política para buscar respaldo de los caciques.
El resto sí es muy fácil: haga realidad la mitad de lo que prometió, señor presidente, y se convertirá en uno de los mejores mandatarios de la historia.

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