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CONCESION BARCO

Las explicaciones del gobierno sobre el retiro de la corbeta nos llena de desasosiego

Semana
21 de septiembre de 1987

Aunque el gobierno intente presentarlo como un triunfo, el episodio del Golfo fue una derrota diplomática para Colombia.
Eso han logrado entenderlo así unos cuantos colombianos, a pesar de la absoluta desinformación en la que se mantuvo al país durante todo este desafortunado episodio. Tanta sería, que supimos que estábamos involucrados en los acontecimientos preliminares de una guerra cuando el presidente Barco, en una alocución radial que duró segundos, informó al país de nuestra rendición.
De lo poco que pudieron averiguar algunos medios de comunicación sobre el episodio, y con base en las informaciones de la prensa venezolana, los colombianos logramos enterarnos de que este incidente con Venezuela comenzó en una zona de aguas en litigio y terminó en el interior de las doce millas de nuestro mar territorial.
Fue de este punto de donde el gobierno ordenó a la Armada colombiana realizar un humillante retiro. Pero no sólo eso. La corbeta Independiente dejó tras de sí varias embarcaciones militares venezolanas, ancladas en nuestro propio mar territorial. Esta fue la entrega que Virgilio Barco realizó a través de un discurso de 45 segundos. Alguien afirmaba, con una gran dosis de humor negro, que si el discurso presidencial hubiese demorado 45 minutos, los venezolanos habrían llegado hasta Barranquilla.
La legítima obsesión de llevar al diferendo limítrofe con Venezuela al Tribunal de La Haya es el origen de tan tremendo episodio. Desde el momento en que, con el objeto de vencer la resistencia venezolana para someter el conflicto a un fallo judicial, Colombia sugiere la aplicación del Tratado de 1939, y se pone al frente de este proceso uno de los hombres que posiblemente más han estudiado las fronteras colombianas, el canciller Julio Londoño, era previsible que Venezuela reaccionaría por el conducto militar. Son tan evidentes nuestros derechos, que los venezolanos sienten que cualquier mecanismo jurídico amenaza lo que consideran ser su statu quo en el Golfo, lo que viene a ser algo así como "las cosas como están". Y las cosas, en el Golfo, están mejor para Venezuela que para Colombia en virtud del fantasma de nuestra inferioridad militar, que fue definitiva en el desenlace del funesto episodio de Los Monjes.
Pero, como aquel aforismo de "la tierra para el que la trabaja", así mismo, "el Golfo para el que lo navega". Y a Colombia, con toda la legitimidad del caso, le dio por navegarlo.
Había que prever, desde luego, las reacciones militares de Venezuela. Con mayor razón si se recuerda que Barco, en su famosa entrevista con la revista South, había acusado a los militares venezolanos de desear la guerra por las jugosas comisiones que les deja el comercio de las armas. No es táctico, desde luego, herir de tal forma el honor militar de un país con quien se sostiene un delicado litigio fronterizo.
Lo que resulta definitivamente irónico es que el gobierno tome la decisión de enviar sus naves militares a navegar en aguas litigjosas, y que luego resuelva retirarlas cuando han ingresado a su mar territorial. En otras palabras, o el gobierno no envía las corbetas, o las envía y no las retira.
Las razones que ha dado Barco sobre esta determinación nos llena de desasosiego. Por la radio dijo que dio la orden de retiro a la Independiente aconsejado por dos telegramas que le llegaron -esto sí lo digo yo -como caídos del cielo, pidiendo la distensión. Uno venía firmado por el secretario de la OEA, Baena Soares, y otro por el presidente argentino, Raúl Alfonsin. Esta explicación es tan poco probable como que una solicitud del presidente Turbay, el Barco de la época, hubiera sido suficiente para que Argentina retirara sus ejércitos de las Malvinas.
A continuación Barco dijo que tomaba la medida para contribuír a la "normalización de la situación creada". Con ello le concedió implicita e inexplicablemente a los venezolanos que era "anormal" la presencia de la corbeta colombiana en nuestro propio mar territorial.
Luego se ha dicho que la decisión de retirar la corbeta dibujó la magnitud de nuestro pacifismo, y nuestro apogeo por las vías del derecho. Sería el primer caso de la historia en el que un país renuncia a una parte de su territorio para demostrar que es pacífico y que cree en la ley.
Lo único que no pudo decir el gobierno colombiano es que ordenó el retiro de la corbeta por miedo de que se la hundieran. Aunque no es claro, sin embargo, que las naves venezolanas se hubieran atrevido a hacerlo, de pronto habría sido más aconsejable correr el riesgo, porque no se tienen barcos de guerra para ir a la fija. Y sobre todo porque la presencia de la Independiente era nada más, y nada menos, que el ejercicio de nuestra soberanía territorial en aguas que no son objeto de litigio.
El desenlace de este incidente nos obliga a pensar en el día en que Colombia logre finalmente el ansiado fallo de La haya, que reconozca sus derechos en el Golfo.
¿Al fin y al cabo, qué diferencia hay entre no tenerlos, o tenerlos sin la volundad política y la capacidad militar para hacerlos respetar?

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