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Congelar el TLC

El TLC no es un modelo de desarrollo sino un cambio de reglas que cada país tiene que aceptar si sus competidores ya lo aceptaron

Semana
31 de octubre de 2004

La política exterior de Estados Unidos no es política exterior. O con palabras menos estridentes: la diplomacia norteamericana obedece más a presiones internas que a consideraciones internacionales.

El caso del Medio Oriente es un ejemplo bien claro. No son el peso ni los actos de Israel y sus vecinos los que inspiran la política de Washington; son el poder de la comunidad judeoamericana y la debilidad de los migrantes árabes. Cuba es otro ejemplo de cómo la política exterior se hace por dentro, de cómo Bush o Kerry piensan mucho en Miami y muy poco en La Habana.

Si los migrantes no tienen influencia en Estados Unidos, la política 'exterior' hacia el país queda en manos de quienes tengan intereses especiales. Este es el caso de Colombia. Y el interés especial de los gringos en Colombia es la droga, qué hacemos. La relación de Washington con Bogotá es entonces propiedad casi exclusiva de la DEA, y el poquito que queda se reparte entre el Pentágono, las ONG, las petroleras y los que compran flores o café.

En ese nicho, para bien y para mal, se cocinan la política y las medidas o programas que afectan a Colombia. Pero con la negociación del TLC nos pasaron para otra ventanilla. El Departamento de Comercio lleva la voz cantante, y allá juegan actores e intereses que vienen de otros nichos. Las políticas, medidas y programas están siendo examinadas bajo una luz distinta, y en este nuevo enfoque no hay lugar para las 'circunstancias especiales' de Colombia.

El Departamento de Comercio es territorio de las ligas mayores. De las multinacionales que apuntan hacia Europa o hacia China, de los agricultores que pelean ante la OMC, de la biotecnología o el e-commerce, de las fusiones billonarias. Colombia tiene poca o ninguna importancia en estos campos, de modo que basta con aplicarle las fórmulas estándar. Más aún, hay que cuidarse de admitir 'circunstancias especiales', no sea que a algún peso pesado le dé luego por cobrar el precedente.

En la nueva ventanilla Colombia está recibiendo baldados de agua fría. No me refiero sólo al frío original, a que esta 'integración' no incluya migraciones ni transferencias al país más pobre (como pasa en Europa). Tampoco aludo apenas a fríos previsibles, como el de los subsidios al agricultor gringo o las patentes para inventos viejos. Hablo además de helajes como eximir la empresa gringa de todo nuevo impuesto, o que el Estado avale los bonos emitidos por empresas privadas de Colombia.

No sin razón entonces el ministro Botero ha declarado que el gobierno está firme en no firmar. Lo que sí desconcierta es que hace un par de meses, él, el DNP y el coro de analistas oficiales sostenían que el TLC era la única salida duradera. Es poco serio, digamos, un gobierno cuya estrategia de crecimiento a largo plazo cambia como se cambia de camisa: de la seguridad al estado comunitario, al TLC, a dar prioridad al campo, a la infraestructura y en estos días, a ninguna parte.

Hay que bajarse de la nube. El TLC no es un modelo de desarrollo sino un cambio de reglas que cada país tiene que aceptar si sus competidores lo aceptaron ya. Las nuevas reglas bien pueden consistir en que uno pague por lo que antes recibía gratis. O si no firma, en tener que buscarse otros mercados. Y en ambos casos, el largo plazo consiste en ser capaz de competir y en compensar a quienes han pagado los platos rotos.

Si queremos que las reglas no cambien para mal o que no cambien demasiado para mal, la carta de Colombia es regresar al nicho donde sus 'circunstancias especiales' cuentan. Fue lo que hizo México en su día: negociar desde adentro, desde los intereses que Estados Unidos tenga en uno, en vez de negociar desde afuera, desde los intereses que uno tenga en Estados Unidos.

El interés de los gringos en Colombia es la droga, qué hacemos. Por eso hay que zafarse de la señora Vargo para volver a la ventanilla que era. Las preferencias arancelarias andinas fueron idea de la DEA para evitar que les mandemos coca, no un subsidio que el Tesoro les gira a nuestros ricos.

Para volver a aquella otra ventanilla no hay sino que esperar a que bajen las aguas. Que pasen las elecciones, que se vaya Zoellick, que se organice el próximo gobierno y que Uribe converse con el jefe. Si nos va bien mejoramos y si nos va mal quedamos como estamos.

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