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CONTRATO DE COMPRAVENTA

Antonio Caballero
10 de noviembre de 1997

Se vende El Espectador, como venía diciéndose desde hace muchos meses. Aunque esperada, es una noticia mala y triste.Es triste para mí personalmente, que durante 15 años he escrito en sus páginas con total libertad, tanto en los tiempos de don Guillermo Cano como en los de sus hijos Fernando y Juan Guillermo, y sigo publicando ahí crónicas de toros cada vez que quiero hacerlo, que es bastante a menudo. Es tremendamente triste para la familia Cano, que mantuvo el periódico durante más de un siglo -y es largo, un siglo- sin apartarse ni un ápice de los postulados de don Fidel Cano en sus orígenes: la rectitud y el honor. Y eso, a costa de persecuciones políticas, de destierros, de cárceles, de incendios, de asedios económicos, de atentados, y de la propia sangre derramada, con naturalidad, de don Guillermo. Una familia de gente honrada y valiente. Pero es una noticia triste y mala sobre todo para los lectores del periódico, y para la libertad de prensa en Colombia.
Porque, con los Cano, El Espectador fue durante 100 años una llama viva de libertad y de dignidad frente a los infinitos horrores que durante esos 100 años se han vivido en este país tan poco libre, tan poco digno. Se sostuvo erguido, aunque frágil, ante las hegemonías clericales, ante las corrupciones políticas, ante las dictaduras civiles y militares, ante los atropellos imperialistas, ante la prepotencia de los poderes económicos, ante el odio de las mafias criminales. Y su poder, aunque débil, se ejerció siempre como debe ejercerse el poder de la prensa: al margen de los intereses de los otros poderes, políticos y económicos. En buena parte es por eso que hoy se encuentra El Espectador en quiebra. Se puede haber estado muchas veces en desacuerdo con su línea editorial (yo lo he estado, desde adentro y sin trabas, en temas tan importantes como el de la legalización de la droga); pero esa línea siempre ha sido, para usar en serio una palabra de la que se abusa mucho en Colombia, transparente. Recta, pero también amplia: pues en las páginas de opinión de El Espectador han escrito siempre columnistas de todas las tendencias, dentro del espíritu de libertad que implica la palabra 'liberal': no de partido, sino de conciencia.
Y, por añadidura, en los últimos tiempos El Espectador estaba mejorando.
Pero si la de su venta es una noticia mala, hay otra todavía peor: la de su compra.
Según se dice, lo quiere comprar, por una parte, El Tiempo; y, por la otra, el Grupo Santo Domingo. Las dos posibilidades me parecen peligrosas, tanto para los lectores como para la libertad de expresión en general.
Lo de El Tiempo es malo y peligroso, no por él en sí mismo, sino porque su poder es ya excesivo. Si además controlara El Espectador, que es el otro diario de circulación nacional que hay en Colombia, su peso en la información escrita sería casi monopólico. Quedarían las revistas, la radio, la televisión, sí: pero un diario es un diario. Y que exista uno solo (así sea con dos cabeceras distintas: o peor aún si es con dos, por la ambigüedad que eso genera) es cosa nociva. Sería mejor que en vez de dos diarios hubiera cuatro, claro, o 15: pero está bien que haya por lo menos dos. Igual de malo sería en cambio, naturalmente, que El Tiempo fuera comprado por El Espectador.
Lo del Grupo Santo Domingo es probablemente todavía peor. Porque aunque seguirían existiendo dos diarios nacionales distintos, rivales, quizás enemigos, en lo que a la libertad de prensa toca la intervención del Grupo Santo Domingo es mala por sí misma, como se ha visto de sobra en su radio, sus revistas y su televisión. Porque es tan inmensamente rico y poderoso, y está presente en tantos y tan variados aspectos de la vida nacional, que aunque quisiera (y no querría) un periódico suyo sería incapaz de tratar con la más mínima imparcialidad ningún tema. En todos tiene intereses directos, y enormes: en la industria, en la banca, en el comercio, en el transporte, en las comunicaciones, en el petróleo, en el arte, en la finca raíz, en la llamada 'vida de sociedad' (bodas y entierros). Y, por supuesto, en la prensa: radio, revistas y televisión. Medio país depende del Grupo Santo Domingo: desde el torero César Rincón, a quien le paga la camioneta de llevar a la cuadrilla, hasta el presidente Ernesto Samper, a quien le pagó (en parte) la campaña electoral. Un periódico de Santo Domingo no podría nunca criticar (como no lo hacen sus otros medios) ni el tráfico aéreo ni la legislación laboral, ni la calidad del agua embotellada ni los conciertos de Rafael Puyana. Nada. Ni al propio Julio Mario, dueño del Grupo y del país. El cual, por lo demás, no tiene ya quién lo critique desde que esta revista SEMANA hizo las paces con él y descubrió que los Santo Domingo eran "los más colombianos de los colombianos": incluso más que la mismísima bebida gaseosa Colombiana, que antes era 'la nuestra'. (Hasta su lenguaraz concuñado Carlos Pérez, que durante un par de años se burló de él en los cocteles, está otra vez reconciliado con Julio Mario, los vimos a los dos juntos en una foto en SEMANA, en una boda, o en un entierro).
Malo El Tiempo, pues; y peor 'el Grupo'. Pero no se me ocurre quién podría ser un comprador bueno para El Espectador. Debería comprarlo el Cinep. Pero no creo que tenga plata.

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