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Como agua entre los dedos

El control del territorio se está diluyendo en medio de las diferencias, los dirigentes nacionales no parecen tener conciencia sobre cómo enfrentar colectivamente el reto. Esto es una desgracia porque debería ser la primera estrategia que defina un acuerdo nacional, un acuerdo entre distintos.

Álvaro Jiménez M, Álvaro Jiménez M
21 de agosto de 2018

Se han establecido compromisos contra la criminalidad en las regiones, existen páginas enteras sobre la estabilización de las mismas, se han construido prestigios de analistas y políticos a la sombra de conceptos como institucionalidad en la periferia. Hace solo meses, con alborozo se adoptó por un tiempo el concepto “paz territorial”. Desde el fin de la confrontación armada con las Farc se anunció la apertura de negociaciones con el ELN, para llegar a la paz total, se aprobó una nueva ley de sometimiento para bandas criminales, sin embargo, el fortalecimiento de la institucionalidad, en buena parte de la geografía se queda en el papel.

Es cierto que el Estado ataca las redes de narcotráfico todo el tiempo, los titulares en prensa, radio y televisión, anuncian permanentemente cabecillas, jefes de finanzas apresados o muertos del clan del golfo, de las redes de bandas emergentes y disidencias en varios departamentos. Se anuncian planes para la eficacia militar y policial con nombres de dioses del Olimpo como Zeus, coroneles y generales de las distintas armas, lucen en su pecho medallas bien ganadas de todos los colores, pero a casi doscientos años de haber expulsado al Imperio español, nada que logramos construir un Estado sólido con presencia integral, respetado, querido y defendido por los ciudadanos. Nada que salimos de esta pesadilla en la que quien manda es el que tiene la pistola más grande.

No es solo la periferia. En Bogotá también ocurre, partes altas de El Codito en Usaquén, comercio y hogares extorsionados al sur de la ciudad, en negocios del centro. Nada que envidiar a lo que ocurre en zonas de Medellín, Cali, Pereira o Barranquilla por mencionar solo esos lugares.

Lo cierto, aunque nos duele reconocer es que no se ha asumido por todos rigurosamente la tarea de convertir en realidad el mandato constitucional de garantizar el monopolio de las armas en manos del Estado.

El control del territorio se está diluyendo en medio de las diferencias, los dirigentes nacionales no parecen tener conciencia sobre cómo enfrentar el reto. Esto es una desgracia porque debería ser la primera estrategia que defina un acuerdo nacional, un acuerdo entre distintos.

Los fenómenos armados, complejos en sus comportamientos, al igual que las desaparecidas Farc, vienen apropiándose nuevamente (con base en la ineficacia o inacción de las Fuerzas Armadas y el fracaso de las expectativas creadas en el acuerdo) del imaginario de comunidades en grandes extensiones del territorio, y con la extorsión como fórmula han acrecentado el control de corredores y núcleos geográficos.

El ELN que hoy está negociando en La Habana, al tiempo que está en la mesa adelanta una confrontación a muerte con los “pelusos” en el Catatumbo, Norte de Santander, en el Chocó con grupos paramilitares y con el Ejército. Asimismo, en Arauca, las comunidades sienten cómo controlan la vida urbana especialmente en Fortul y Saravena, donde la Policía ha quedado confinada a sus comandos, al tiempo que su presencia explota literalmente, en corredores viales de este departamento y sus unidades intimidan a las organizaciones sociales y comunitarias. Todo esto sucede mientras buscan consolidar su presencia en espacios urbanos de Medellín, Cali y Bogotá.

Este ELN no es el mismo con el que se sentaron a conversar otros gobiernos en tiempos de frustración.

El ministro de Defensa y el gobierno de Iván Duque están retados, no será con el espejo retrovisor como resolverán el asunto.

Las Fuerzas Armadas por sí solas tampoco son la solución. Los ciudadanos no tenemos la respuesta mágica, pero en nosotros reside la posibilidad de transformar lo que se vive, pero ello requiere un acuerdo de nación.

No los acuerdos de viejos rostros despreciados por las nuevas generaciones -Gaviria, Pastrana, Uribe y fotos semejantes- no, sino acuerdos de contenido democrático, que busquen modernizar el Estado y la sociedad.

Tampoco los viejos acuerdos con los gremios son suficientes.

Eludir las nuevas formaciones y realidades políticas con reuniones semanales en las regiones o talleres ciudadanos tampoco servirá si se trata de construir un país distinto. Uribe demostró que ese estilo de “gobierno en directo”, es útil para fortalecer solo a los más sumisos entre los suyos, despreciando a los opositores.

No es suficiente remozar el viejo estilo, hay que gobernar a Colombia de una manera diferente.

Resolver los retos expuestos pasa por una distensión y una decisión de respeto a la oposición política. En ello reside la posibilidad de ir hacia adelante construyendo país, de lo contrario es fácil adivinar que el cuatrienio Duque pasará con más pena que gloria, y la estabilidad territorial tan deseada, se escapará como antes, como siempre: como agua entre los dedos.

PD:  #7 veces Sí.

La consulta anticorrupción no termina con ella, no es solución mágica, pero es una decisión correcta, para un país en el que un número importante de los liderazgos gremiales, políticos, sociales y comunitarios relevantes, abandonaron trabajo, mística y ética como valores de vida. 7 veces sí, es un paso más en la dirección correcta como país por ello debemos votar el próximo domingo. #7 veces sí.

@alvarojimenezmi

ajimillan@gmail.com

 



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