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Covid-19: sobrevivir al populismo

La forma tan desatinada como muchos políticos están manejando la crisis mundial generada por el coronavirus aumenta el desencanto de la ciudadanía con ellos y con la democracia.

Poly Martínez
20 de marzo de 2020

Lo que más ha dejado en evidencia el coronavirus no es la enclenque capacidad sanitaria de nuestros países, sino la tremenda falta de liderazgo de buena parte de los mandatarios: titubeantes, despistados, sin credibilidad suficiente para convocar a los ciudadanos, sin capacidad de inspirarnos.

Un trébol de seis hojas, el amuleto del “detente”, estampitas religiosas y una invitación al abrazo son las medidas del presidente de México, un país con más de 130 millones de habitantes.

El presidente de Brasil (209 millones de habitantes) dice que la calamidad de Italia es porque está habita solo por viejos, que suspender el fútbol de nada sirve al país, que esto es de histéricos.

Y Trump, para repartir culpas y no asumir el caos por su burla frente al virus, les dice ayer a los gobernadores que la Casa Blanca no es un despachadero de insumos médicos, que se las arreglen. De paso, el presidente de Estados Unidos renombra la pandemia como “virus chino”, echándole leña a la guerra comercial entre los dos países.

Estos tres mandatarios solitos tienen en sus manos las vidas de más de 650 millones de personas. Son los tres países con mayor población del continente. Y cada presidente, a su modo y desde su orilla ideológica, hace gala de los riesgos del populismo. Desconocer el impacto del covid-19 o haberle dado largas para congraciarse con la galería o con intereses económicos es una afrenta a sus ciudadanos. Al mundo.

Así lo está entendiendo Gran Bretaña: cuando el primer ministro Johnson alentó que su país sirviera de laboratorio para teorías científicas irrelevantes ante la velocidad del covid-19 abrió una tronera de contaminación que podría sumar medio millón de muertes. Finalmente reaccionó, aunque tarde, y este fin de semana Londres queda bajo llave. En todo caso tendrán que seguir conviviendo con dos virulencias: brexit y coronavirus.

En otro lado del mundo, pero con la misma insensatez, Cinthya Viteri, alcaldesa de Guayaquil, impide que aterrice un avión de Iberia desocupado, en camino a recoger extranjeros varados en Ecuador. Llena la pista de carritos del municipio, como si fuera un juego de Lego, con pataleta incluida para distraer al gran público de su incapacidad e ignorancia. Paradoja: ese día le confirmaron que es portadora del covid-19.

En Colombia, el presidente Duque llena los vacíos de liderazgo pidiéndole a la Virgen de Chinquinquirá salud y protección para los ciudadanos. Solo hasta el miércoles en la mañana, cuando las autoridades locales o regionales contaban con decretos más fuertes para frenar la propagación del virus, el gobierno decidió sacar el título de comandante en jefe de las FF.AA. para ajustarlos a su aprobación y, finalmente, coordinar tantas iniciativas. Aún algunos de los ministros no entienden que una cosa es el mando constitucional y otra tener el liderazgo.

Y el senador Gustavo Petro, como envidioso del liderazgo de Claudia López, lanzó la gran idea de una desobediencia civil pocas horas antes del gran encierro bogotano. Finalmente, lo que ha logrado la alcaldesa es que todos rememos para el mismo lado, pero el senador Petro en vez de sumar se va desdibujando. 

La mayor crisis es la de los políticos. Protagónicos, irresponsables, superados por los acontecimientos. Sin reacciones estructuradas, quedados en su propia transformación, si los comparamos con el desarrollo de la ciencia y tecnología.

La forma tan desatinada como muchos políticos están manejando la crisis mundial generada por el coronavirus aumenta el desencanto de la ciudadanía con ellos y con la democracia. Ojalá los ciudadanos de todos estos países entendamos que no solo se trata de sobrevivir al coronavirus, sino al populismo.

 

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