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Crisis de rehenes, coincidencias e incoherencias

En el mundo no ha habido ningún caso de éxito total en una operación de rescate por la fuerza.

Caterina Heyck Puyana
24 de enero de 2013

¡Qué coincidencia -o ironía- que la famosa crisis de rehenes en Irán, de inicios de los ochentas- se hubiera solucionado mediante los denominados “Acuerdos de Argelia”! En ese entonces, Argelia  sirvió como mediador entre Irán y Estados Unidos para dar fin a la toma de la embajada de este país en el primero, en donde se instauraba la Revolución Islámica del Ayatollah Khomeini. En la actual crisis de la planta gasífera en Argelia, su gobierno se ha opuesto a lo que llama “negociación con terroristas”.

Más de un año duró aquella toma a la embajada americana en la que pasaron todo tipo de sucesos: desde la famosa operación de engaño, recreada recientemente en la película “Argo”, hasta la caída de dos helicópteros americanos por fallas técnicas en medio del desierto iraní. Esta fallida operación militar de rescate, además de causar la muerte de sus tripulantes, ocasionó graves consecuencias políticas en los Estados Unidos bajo el gobierno de Jimmy Carter. Después de 444 días de cautiverio, los rehenes salieron libres fruto de una negociación que tuvo trascendencia en el sistema legal internacional, toda vez que frente al caso la Corte Internacional de Justicia tuvo competencia y para las mutuas demandas se creó un organismo internacional de arbitraje con sede en La Haya.

Pero así como esta crisis se resolvió a través de una negociación, la que sucedió – o está sucediendo en Argelia- por lo contrario, ha sido enfrentada mediante la fuerza arrojando mortales consecuencias. A la fecha se desconoce el número total de rehenes muertos. Cada día aparecen nuevas cifras e información de más secuestrados fallecidos de diferentes nacionalidades. En Colombia, la dimensión de la noticia pasó de una pequeña nota que informaba la muerte de un colombiano que trabajaba en la planta,  a ocupar la primera página pues se supo que el hombre era un alto ejecutivo de la multinacional.

En el mundo no ha habido ningún caso de éxito total en una operación de rescate por la fuerza. Ni la retoma de la embajada del Japón en el Perú, en el gobierno de Fujimori, contradice esta afirmación, ni mucho menos la Operación Jaque que fue una negociación económica  disfrazada, ejecutada con audacia y con perfidia. Es una realidad que las operaciones militares de rescate – por la fuerza y mediante las armas – no son el mejor camino para solucionar el problema de secuestro que tan solo es síntoma de un mal mayor; sin embargo, los gobiernos prefieren negar su disposición al diálogo e incurrir en franca incoherencia e hipocresía.

Uno de los gobiernos menos incoherente fue el de Rodríguez Zapatero, quien justamente tuvo que afrontar difíciles y repetidas situaciones de secuestro de ciudadanos españoles en el exterior, varios cometidos por piratas somalíes que se tomaron los barcos pesqueros “Playa del Bakio” y “El Alakrana” en el Océano Índico, en los años 2008 y 2009 respectivamente, y otros secuestros ejecutados por el renombrado grupo “Al Qaeda del Magreb Islámico”. 

El fenómeno de la piratería en el Índico ha desestabilizado el comercio y la seguridad internacionales. La Unión Europea determinó el funcionamiento de unas fuerzas militares coordinadas que monitorean la situación y en algo han ayudado a disminuir las cifras de secuestro de barcos. No obstante, cuando estos se concretan la solución siempre ha sido la negociación con el consecuente pago de extraordinarias sumas de dinero que han ido a parar a bancos suizos y londinenses, a oficinas de abogados y a fortalecer la logística de los piratas que hoy día cuentan con modernos barcos invisibles a los radares e inversiones financieras internacionales. 

Aún cuando la negociación con secuestradores pareciera incrementar el círculo vicioso del negocio del secuestro, la experiencia demuestra que no hay alternativa eficaz diferente. Además, hay que tener en cuenta que detrás de estas situaciones hay  antecedentes y una larga historia de abusos y violaciones. Es bien sabido que la realidad de abandono, guerra y miseria de Somalia, que es un Estado fallido, fue aprovechada por diversas empresas extranjeras que no sólo se adueñaron de su riqueza pesquera, sino que vertieron desechos tóxicos, radioactivos y nucleares en sus mares, causando todo tipo de estragos y enfermedades en la población. Ésta en un primer momento reaccionó con medidas defensivas artesanales, pero al cabo del tiempo encontró que secuestrar barcos era un negocio lucrativo,  que luego terminó siendo aprovechado por los señores de la guerra en beneficio del tráfico de narcóticos y armas.

Para la liberación de los mencionados barcos pesqueros, el gobierno español pagó millones de euros. Esto nunca lo reconoció públicamente – pero tampoco lo negó- y siempre contestó a la prensa y a la oposición del Partido Popular, diciendo que lo importante era preservar la vida de los rehenes. Quien le dio solución a este problema fue el entonces embajador de España en Kenia, hoy día embajador en Colombia: Nicolás Martín Cinto. Al diplomático le tocó asumir la negociación con los piratas, viajar a recónditos y desérticos lugares y enfrentar con valentía semejante reto. Ojalá muchos embajadores fueran como él y en vez de andar en cocteles, restaurantes y museos, se “pusieran las botas” para salir en defensa de los derechos de los ciudadanos lo que es – o debería ser- la esencia de la diplomacia. 

En noviembre de 2009, el mismo grupo que hoy aparece como responsable del secuestro en la planta de Argelia, Al Qaeda del Magreg Islámico, secuestró en Mauritania a tres cooperantes de una ONG catalana que hacían labores humanitarias en la zona. En esta oportunidad también resultaron involucrados Francia, Malí y Argelia. Los dos primeros, porque el mismo grupo secuestró a un ciudadano francés en Malí y al tiempo exigió para su liberación la excarcelación de varios militantes presos en ese país.  El Gobierno de Malí accedió a la petición de Sarkozy – y obviamente de los islamistas- y excarceló a los personajes. Argelia y Mauritania criticaron esta acción y protestaron. Tanto en los casos de secuestro por piratas somalíes como por islamistas de Al Qaeda hubo excarcelación de presos y pago de rescates económicos para lograr la libertad de los rehenes.

Al igual que en Somalia, detrás del “síntoma del secuestro” en Argelia, está toda una historia de pobreza, abuso, abandono, señores de la guerra, intereses económicos (petróleo, uranio, oro), que ahora se nos muestra con el único y simplista calificativo de “terrorismo”. Obviamente cada caso tiene su contexto y circunstancias, todas muy complejas. Pero lo cierto es que fue con armas heredadas de la guerra en Libia con las que se llevó a cabo el secuestro; así como fue con armas con que Francia intervino en Malí (no propiamente para apoyar le democracia sino a un gobierno de facto instaurado por un golpe militar), lo que desencadenó la toma en Argelia; y armas fueron las que segaron la vida de decenas de rehenes quienes sólo encontraron una alternativa armada– de libertad letal-.