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Oteando el horizonte

El segundo centenario de la República no puede agotarse en la conmemoración de una batalla. Debería servirnos para pensar en el futuro de Colombia.

Jorge Humberto Botero, Jorge Humberto Botero
29 de agosto de 2019

Antes de intentar un pequeño ejercicio prospectivo creo útil referirme al célebre ensayo “La personalidad histórica de Colombia”, escrito en 1966 por Jaime Jaramillo Uribe, quien a la sazón era uno de nuestros más reconocidos historiadores. Al culminarlo, y a modo de síntesis, el Profesor Jaramillo anota: “Discreta la contribución indígena a la población, mano de obra y técnicas; mediana y de difícil logro la riqueza y medianas las formaciones sociales de clases y grupos; con numerosos núcleos urbanos que hasta hoy han evitado el gigantesco urbanístico; Colombia bien puede ser llamado el país americano del término medio, de la aurea mediocritas”.

Acertado, en parte. La población indígena, que era escasa en el momento de la llegada de los españoles, ha seguido declinando; según el censo del 2005 era del 3.5% de la población total. La cifra posiblemente continuará cayendo como consecuencia de sus bajas tasas de natalidad y sus vínculos sexuales endogámicos. Cierto es que hasta la mitad del pasado siglo crecíamos poco y la pobreza era generalizada, factores que en los años posteriores tuvieron una notable reversión.

No advirtió el ilustre profesor que, como consecuencia del acelerado auge de la población que ya venía dándose desde años atrás, y de los procesos migratorios desde el campo a la ciudad, los centros urbanos tendrían un crecimiento exponencial. No obstante, Colombia es un país de muchas ciudades, no de una; la población de la capital pesa menos, como proporción de la nacional, que lo que ocurre en la generalidad de los países de la región.

Entre los componentes de esa virtuosa medianía, Jaramillo mencionó también, en un continente asolado por dictaduras, la fortaleza de los procesos electorales, el talante civilista de los militares, un proceso espontáneo de mestizaje y la paulatina integración de las regiones, que venía sucediendo a pesar del carácter abrupto de la geografía patria. Todo esto es cierto, aunque diez años después de publicado su ensayo el autor reconocía su carácter provisional e hipotético; un tanto rosa cabría decir, así solo fuera porque omitió referirse al aciago periodo de la violencia partidista que había culminado en 1957, pocos años antes de la publicación inicial del ensayo. Ninguno de los países latinoamericanos había padecido por una catástrofe semejante. Algo tendría que haber dicho para explicar un fenómeno que, todavía, no comprendemos bien.

¿Cuáles de los problemas actuales de Colombia podrían resolverse en el corto plazo, y cuáles seguirán requiriendo atención en un horizonte de quince años o más? Para comenzar con lo más fácil, que es la proyección demográfica, sabemos con casi absoluta certeza que el crecimiento poblacional será reducido y que, en cuestión de pocas décadas, quizás hacia el 2050, llegaremos a un crecimiento poblacional nulo, a menos que se presente una nueva e improbable ola migratoria. La combinación de bajas tasas de natalidad y mejoras en las expectativas de vida, harán de Colombia un país de gente anciana que demandará pensiones de retiro, acompañamiento remunerado en la senectud y acceso a coberturas de salud costosas y prolongadas. En general, los ciudadanos rechazan que las pensiones estatales no superen el 50% del ingreso al momento de retiro, tal como sucede en casi todas partes del mundo; y que incluso para lograr esos beneficios acotados será necesario cotizar durante mucho más tiempo. Este asunto es de enorme complejidad política y factor de turbulencia en las finanzas públicas en los próximos años.

La migración venezolana, que ya supera 1.2 millones de personas, jóvenes en su mayoría, ha alterado de manera irreversible el paisaje colombiano. Muchos de ellos no retornarán nunca a su país. El reto que nos plantean es doble: satisfacer sus necesidades básicas, lo cual estamos haciendo con eficiencia y generosidad; e insertarlos productivamente a la economía, tarea en la que poco se ha avanzado.

Vale la pena preguntarnos si la grieta social creada por el acuerdo de paz con la guerrilla fariana se cerrará pronto. Hay indicios positivos: los intentos de derogar las instituciones creadas en virtud de ese pacto no cuentan con mayorías parlamentarias; la antigua dirigencia subversiva se ha integrado con naturalidad a la actividad política inerme; en medio de las restricciones fiscales existentes, los programas de reinserción avanzan; no se produjo, como se había anticipado, un gran auge del llamado castrochavismo. Sin embargo, existen riesgos derivados de las decisiones que la JEP habrá de tomar, tanto con relación a dirigentes emblemáticos de la guerrilla, como del estamento castrense. Puede que a muchos estas determinaciones, sean ellas cuales fueren, les parezcan injustas o desequilibradas. A su vez, el informe que produzca la Comisión de la Verdad puede ser causa de muy dañinas confrontaciones.

Anhelo que esa arraigada tendencia nuestra hacia el término medio nos permitirá sortear situaciones que pueden ser difíciles, posición que no modifico como consecuencia del video divulgado esta semana por unos antiguos guerrilleros, hoy meros delincuentes. Encomiable, en ese sentido, la postura de los dirigentes del partido Farc que, de nuevo, reafirman su compromiso con la paz.

En la época del historiador Jaramillo, y desde los albores de la República, teníamos una democracia representativa; hoy la situación es más complicada: el derecho de participación ciudadana, la proliferación de comunidades, el creciente poder de los indígenas, la multiplicación de las redes sociales, las numerosas instancias de consulta convertidas en poder de veto, el activismo judicial, complican la tarea de gobernar bajo los principios democráticos y liberales que la Carta Política contempla, especialmente en contextos de bajo crecimiento y altas expectativas sociales. De otro lado, la amenaza populista se expande como una mancha de aceite por el mundo entero. No vislumbro el riesgo inminente de un Trump, un Bolsonaro o un López Obrador en nuestro suelo. Ojalá acierte.

Briznas poéticas. Mario Rivero, que fue boxeador y poeta, formula esta petición que hago mía: “A la hora de la partida / llevadme fuera, / para que sienta, / las mañanas de seda / y las noches de terciopelo”.

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