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¿CUAL AJEDRECISTA?

Giberto Rodriguez Orejuela tiene una última oportunidad para demostrar que el apodo no le queda grande

Semana
17 de julio de 1995

'JAQUE MATE' FUE EL TITULAR MAS GENEralizado en la prensa colombiana para registrar la captura de Gilberto Rodríguez Orejuela, en referencia a su apodo de 'El Ajedrecista'. Sin embargo, todo el proceso que culminó con su captura está acompañado de elementos que retratan a Rodríguez como un hombre más bien poco cerebral.
La leyenda alrededor del jefe del cartel de Cali tuvo mucho que ver con sus diferencias con Pablo Escobar. Mientras éste era un hombre sanguinario que veía en la violencia la única forma de abrirse trocha en una sociedad que a sus ojos le era hostil, Rodríguez Orejuela abría el mismo camino con dinero, halagos y buenas maneras.
Pero si se trata de hacer una comparación fría de los dos narcotraficantes, detrás de la falta de corazón que había en la decisión de Escobar de poner bombas y ordenar millares de asesinatos, se escondía un cerebro mucho más agudo, analítico y frío que el de Rodríguez Orejuela. Si se tiene en cuenta que el ajedrez consiste en derrocar al rey después de haber acabado con todas sus huestes, hay que reconocer que Escobar, un auténtico estratega militar, es lo más parecido a un ajedrecista, entre todo lo que hemos visto en la delincuencia doméstica.
No cabe duda, en todo caso, de que Gilberto Rodríguez es un hombre inteligente. Su forma eficiente de mimetización social, la estructura gerencial de su imperio y su poderoso sistema de información demuestran el tamaño de su ingenio. Pero el último año de su carrera revela también que está muy lejos de ser un hombre tan brillante como lo pintan. Veamos.
Desde finales del gobierno pasado, y gracias a las gestiones de la Fiscalía de entonces, era un hecho de dominio público que se estaba gestionando la entrega a la justicia de Rodríguez Orejuela. Se decía, incluso, que era posible que de su mano se entregaran también los grandes capos de la federación heterogénea que se conoce como cartel de Cali.
Pero la postura de Rodríguez fue miope, por no decir ciega. Pretendía él entregarse sin confesar nada ni delatar a nadie, y además que le dieran la casa por cárcel mientras se adelantaba el proceso judicial. Su error consistió en sobrevalorar sus fuerzas y pensar que podía doblegar al Estado debido a la falta de pruebas en su contra, y en suponer que nunca habría pruebas sólidas que lo pudieran vencer judicialmente.
Aunque aún está por verse si la justicia colombiana lo puede condenar, lo cierto es que entre el momento en que Rodríguez Orejuela pensaba eso y el día de hoy (menos de seis meses), hay por lo menos cuatro procesos en su contra por igual número de delitos, y desde ya se anuncian varios mas.
Si se hubiera entregado en ese entonces sin esas condiciones -a todas luces inaceptables-, es posible que encontrara a la justicia con los calzones abajo, pues era un hecho que en ese momento no había procesos en su contra, como lo dijo varias veces el fiscal de entonces, Gustavo de Greiff. Pero resulta una ingenuidad poco digna de un ajedrecista pensar que eso se iba a prolongar eternamente, después de haberse logrado el consenso universal acerca de que él era el narcotraficante más importante del planeta.
Cuando se dio cuenta de lo anterior, ya era muy tarde. A pesar de que ablandó un poco su postura, se presentó la circunstancia de que el nuevo Fiscal era mucho más duro que el anterior. Por eso, mientras sus representantes estaban todavía poniendo condiciones de reclusión y de duración pactada de la pena, la Policía lo sorprendió acurrucado en un hueco abierto en la pared de una casa en el barrio Santa Mónica de Cali.
Pero a pesar de los titulares del 'Jaque Mate', la partida aún no ha terminado, y de las instrucciones que les dé Gilberto Rodríguez Orejuela a las personas que hace un semestre decía influenciar, dependen, en buena medida, su suerte y la del país. Una orden de entrega a quienes le obedezcan sería la más aconsejable. Que opongan resistencia, la menos afortunada. Y le queda esa única oportunidad para demostrar que el apodo de 'El Ajedrecista' no le queda grande.