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Petro

Fiel a su postura de izquierda, el programa de Petro presenta novedosas alternativas que se deben examinar con seriedad y controvertir con respeto.

Jorge Humberto Botero, Jorge Humberto Botero
10 de mayo de 2018

Me parece conveniente señalar que la campaña electoral ha tenido un nivel intelectual adecuado; los contendientes a la presidencia son personas honorables; hasta ahora el juego ha sido limpio; al contrario de lo que pasó en elecciones recientes, no se han presentado escándalos de corrupción; el nivel de gasto de las distintas campañas permite creer que, esta vez, no hay dineros sucios. A lo dicho se añade que tenemos candidatos de todas las vertientes ideológicas. Carecemos, por estos motivos, de excusas para no votar.

Con la excepción de Petro, los aspirantes a la Presidencia prometen mantener el modelo político y social, aunque, como es indispensable que suceda, realizando reformas para mejorar las instituciones, avanzar en la disminución de  la pobreza, ampliar la cobertura y calidad de los sistemas de salud y educación y reducir la informalidad, entre otros loables objetivos.

El candidato de la Colombia Humana se mueve en una dirección distinta. Se lee en su programa que “La única riqueza válida es aquella que nace del trabajo”. La teoría económica que goza de general aceptación considera que el crecimiento económico es función de la cantidad del trabajo y de capital disponibles, y de la interacción entre ambos factores, es decir, de la productividad. Si solo las rentas de trabajo son legítimas, como el capital es indispensable, la consecuencia inexorable consistiría en asumir que debe ser propiedad del Estado. Y como el capital se materializa también en los ahorros que tenemos en el sistema financiero, es pertinente preguntar si esos recursos, personales y familiares, serían también estatizados.

El modelo económico que la Constitución contempla se fundamenta en el díptico que conforman el Estado y el mercado, y este, a su vez, supone capital en manos de los actores privados. Si no fuere así sería tanto como tener unas tijeras que carecen del remache que mantiene unidas sus dos hojas…

Es importante advertir que si Petro llegara al poder se renegociarían los tratados de comercio “sobre todo, las cláusulas de protección de la inversión que implican renuncia a nuestra soberanía”. Resulta incomprensible la razón que se expone para adelantar esa estrategia: cualquier contrato implica una restricción a la libertad de las partes en recíproco beneficio. Con esa lógica tendría que ser adversario, y no lo es, del acuerdo con las Farc, el cual, así se le considere el mejor del mundo, implicó las mayores restricciones que el Estado colombiano haya aceptado en su historia.

Parece que el motivo es otro: una visión negativa de la inversión extranjera. Sin embargo, se pasa por alto que, desde hace muchos años, la inversión interna supera, en magnitudes importantes, el ahorro doméstico. Por lo tanto, si rechazamos la inversión foránea, que cierra esa brecha, le generaríamos a la economía una severa restricción a su crecimiento. Sería como tener sed y carecer de agua para saciarla.

Ha escrito el candidato que “En la Colombia Humana no se expropiarán empresas, ni negocios, ni viviendas ni tierra productiva”. No tiene sentido, por lo tanto, atacarlo por lo que no ha dicho. Sin embargo, su publicitada oferta de comprar unas tierras destinadas al cultivo de caña, las cuales, como él mismo lo reconoce, son explotadas de manera eficiente, da lugar a que preguntemos si esa propuesta se formularía a todos los empresarios del agro por una razón simple: las políticas suelen ser de alcance general. Al margen de si el Estado tiene o no los recursos indispensables para una mega operación de esa naturaleza, surge la duda de si, en realidad, el candidato considera que toda la actividad agropecuaria debería realizarse en pequeñas parcelas. Nadie niega las bondades de la economía campesina, que es muy eficiente en la producción de hortalizas, tubérculos y, bajo ciertas circunstancias, café. Pero que no es adecuada para producir caña, flores, banano y aceite de palma: o el desarrollo de la avicultura y la ganadería tecnificadas. Las economías de escala cuentan.

Al igual que sus competidores, Petro se ocupa de la ineludible necesidad de una reforma pensional. Al respecto plantea que “toda persona cuyos ingresos sean superiores a cuatro salarios mínimos cotizará de manera obligatoria a un fondo público o privado de pensiones”. Por debajo de ese límite, en el cual se encuentran más del 90 por ciento de los afiliados al sistema pensional, se cotizaría a un sistema monopólico de reparto.

Esa fórmula supone transferir a las generaciones futuras la carga de pagar las pensiones exigibles hoy. El flujo mayor de ingresos que recibiría el Estado tendría un efecto positivo inmediato en sus finanzas; no tendría que pagar buena parte de las pensiones vigentes del sistema de reparto, a cambio de asumir una carga mucho mayor en el futuro. Es como si para no ahogarnos en un río nos paráramos encima de nuestros hijos. En el mundo entero la demografía ha derrotado el sistema de reparto: cada día que pasa hay menos trabajadores por pensionado.  Piensen que diez amigos están subiendo una nevera a un piso alto y ocho de ellos abandonan la tarea. Los dos restantes no serán capaces de culminarla.

Preocupa también el modelo político del candidato.  Su programa nos informa que irá más allá de la democracia “participativa”; por ello se procuraría gobernar a partir de las demandas de unas “constituyentes territorializadas”, que la Constitución no contempla. Luego de escucharlo discurrir al respecto, concluyo que serían unos estamentos políticos conformados para presionar por una constituyente revolucionaria, si el Congreso no acogiere las propuestas de reforma que el eventual presidente le someta. Este riesgo sería alto. El petrismo es una exigua minoría en el nuevo parlamento. De modo implícito, se plantea una revocatoria del Congreso.

Briznas poéticas. Desde mi juventud ida me llega Meira del Mar, la gran poetisa de Barranquilla: “¿Dónde…? ¿Dónde…?/ ¡Allí! Detrás del viento…/Donde pierde sus trémulos cristales el paso de la voz./ Más allá de la espina y de la rosa./ Más allá -¡mucho más!- de la emoción…/ Allí, el amor”.

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