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Cuando Duque toma decisiones

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
21 de marzo de 2020

Es de noche y en Palacio convocan una reunión de crisis para tomar medidas contra el coronavirus. Llegan los primeros asesores, algunos ministros. El presidente hace su entrada triunfal, pero se tropieza enseguida con la mesa de centro, que, como van las cosas en su mandato, es lo único que le queda de centro:

–¿Con qué me di? –pregunta.

–Con la mesita, presidente, pero, con su perdón: ¿por qué lleva el antifaz?

–¿Quién habló?

–Soy yo, el ministro de Comercio.

–¿Y quién es el ministro

de Comercio?

–Me llamo José Manuel Restrepo.

–Encantado.

La secretaria privada interviene. Toma del brazo al presidente y lo guía a la silla de la cabecera.

–Esta –explica el presidente– es una responsabilidad de todos: cada uno debe ponerse su propio antifaz para no propagar la bacteria…

El ministro de salud le explica entonces que acaso quiso decir tapabocas.

–Eso sucede en el Ensayo de la ceguera, presidente –termina de aclarar la ministra de Cultura–: la novela de Saramago.

–Extraordinaria autora –responde el presidente.

Al presidente le resulta liberador entonces bajarse el viejo antifaz de Avianca que obtuvo de aquella vez que lo ascendieron a primera clase, cuando era apenas un joven tecnócrata que aspiraba a ser ministro de Cultura de Santos y no el hombre en cuyas manos, acaso untadas de Nutella, reposa el destino de millones de compatriotas.

Se baja, pues, el antifaz a la altura de los labios, para convertirlo en tapabocas, y da inicio a la reunión.

–Lo primero que debemos tener en cuenta es proteger al presidente –pide con vehemencia.

–Él ya está en el Ubérrimo, presidente –le informa su ministra del Interior.

–Muy bien, y lo segundo es cuidarme a mí: ¿algunas ideas?

–Es clave el autoaislamiento –le advierte el ministro de Defensa–: de hecho, esta reunión hemos debido hacerla por Skype…

–¿El autoaislamiento?

–Significa que debes aislarte tú solito –aclara, de nuevo con paciencia, la ministra Arango.

–¡Vaya! –exclama– así es como me he sentido desde el 7 de agosto…

Y dice bien: si hay alguien pionero en aislarse por su propia voluntad, ese es el doctor Iván Duque, que ahora se recuesta en el espaldar de la silla máxima mientras la historia le pesa en los hombros y destapa unos Doritos, los dos sucesos a la vez.

–Presidente –se atreve la doctora Cabello, mientras se peina el ídem– tomemos medidas: si seguimos demorándonos, los alcaldes y gobernadores las tomarán por nosotros… ¿Qué vamos a hacer con el aeropuerto, por ejemplo?

–Por ahora, viajes no –ordena el mandatario con la misma decisión de sus alocuciones presidenciales–: acabo de llegar de Nueva York…

–Me refiero a si lo vamos a cerrar…

El presidente duda. Se pone de pie. Camina. Observa por la ventana. Sopesa por dentro el destino de la patria. Y se mete un Dorito a la boca.

–¿Qué opina la canciller? –pregunta.

–Está aislada, presidente: nosotros mismos pedimos aislar a los mayores de 70 años…

–Tocaría abordarla cuando salga a hacer vueltas de banco, o al mercado, o a pagar servicios, porque la medida les permite hacer eso –aclara el ministro de Vivienda.

–Aunque podemos llamarla por teléfono: me dijo que iba a estar despierta estudiando en qué parte del mapamundi queda exactamente Coronavirus –agrega el viceministro de la Creatividad, citado a última hora.

El presidente no se rinde:

–Que opine mi amigo Guillermo Botero –ordena.

–Él también es mayor de 70, presidente; y además ya no es ministro –le informa su secretaria privada, con suavidad, para que no se sienta mal.

El presidente regresa al asiento presidencial, no sin antes aprovisionarse del maní con pasas que han puesto en la mesa.

–¿Cómo va la ministra de la Ciencia con su menjurje para atacar al virus? –indaga.

–Dice que todavía se demora.

El presidente suspira.

–¿Alguna idea? –ruega con la mirada.

–Pasemos al ataque: ya busco qué tenemos de ese virus en el pasado para sacárselo en cara –sugiere Hassan Nassar.

–Tranquilicemos a los bancos ofreciéndoles exenciones –propone el ministro Carrasquilla.

–Anticipemos la Copa América para abril –lanza el ministro de Deporte.

–Acá me dice la canciller que le pidamos a Guaidó que cierre la frontera –dice, con el teléfono en mano, el viceministro de la Creatividad.

Todos hablan a la vez. El barullo se eleva como el precio del dólar, hasta que el mismo presidente pide silencio.

–¡Orden –grita–, orden! No hablemos todos a la vez.

Es entonces cuando una bruma de luz invade el salón y la virgen de Chiquinquirá en persona se hace presente. Su primera t data de 1562: más de seis veces la edad en que un ciudadano no debería salir a la calle, pero hay excepciones. Conmovido, el presidente la nombra en el acto como alta consejera para el manejo la salud pública. Los presentes lo celebran con un aplauso, pero se escandalizan al escuchar como respuesta la emisión de una tos seca. Cunde el pánico, y asesores y ministros tratan de huir despavoridos, incluyendo la señora Sara Mago. Suena el himno nacional.