CUANDO EL RIO SUENA...
Cuando el río suena piedras lleva. O se ahogó un músico. O se acerca la temida censura de los medios de comunicación por parte del gobierno.
Y el río, efectivamente, viene sonando con insistencia por los predios del ministerio de Comunicaciones y de Gobierno. Casi no pasa un día sin que algun Ministro o funcionario de alto rango recuerde que la prensa es libre pero responsable, y a renglón seguido insinúe que tal responsabilidad se ha visto pisoteada en varias ocasiones durante los últimos días por el llamado síndrome de la chiva, o por un tráfico mercantilista de la noticia: vender o no vender, he ahí el dilema.
En el problema de la responsabilidad parece estar la esencia del asunto. No existiendo un código de ética periodística, el alcance de tal responsabilidad se convierte en materia debatible, y se presta para que entidades bien intencionadas como Andiarios produzcan adefecios semejantes a un seudo-código de ética que le impone a los periodistas derroteros del siguiente calibre: "Tratar de presentar un equilibrio noticioso optimista" (como si la misión del periodista consistiera en echarle prismacolor a la realidad); "utilizar los calificativos adecuados para no crear distorsiones en la información"; (¿adecuados según quién? ¿La Academia de la Lengua o la Sociedad Protectora de Animales?) y, "no servir a los propósitos de los grupos subversivos" (con lo que se dejan por fuera otros grupos de presión más peligrosos, por ejemplo el económico).
Mientras a la responsabilidad que se exige a los medios de comunicación no le pongamos los mismos periodistas, a traves de un código ético, pies sobre la tierra, el derecho a la información que tiene la opinión pública seguirá utilizándose como pretexto para que se desconozcan los límites hasta los que debe llegar la labor de informar.
Uno de los factores que más ha contribuido a desdibujar dicho límite, es la facilidad con la que los periodistas nos hemos dejado seducir por la lagartería de la que vienen haciendo últimamente gala algunos guerrilleros. Por culpa de ello muchas de las informaciones que trajinan los medios de comunicación han dejado de ser importantes por su contenido y lo han pasado a ser por las personas que las generan. Y la cosa ha llegado hasta tal punto que hoy, en Colombia, el acceso a los medios de comunicación lo tiene garantizado cualquier individuo que llene tres requisitos: vivir en la clandestinidad, tener agallas para matar un soldado y tener a flor de labio una frase contra el sistema.
Menos peligrosas, aunque igualmente improductivas, eran las épocas en las que los lagartos políticos reinaban sobre los medios de comunicación. Ellos, al igual que los lagartos guerrilleros, hablaban mucho y no decían nada, pero en lugar de asaltar trenes se dejaban condecorar, permitían que les organizaran homenajes y echaban unos inofensivos y aburridos discursos de posesión, y de manera muy humana aspiraban a que todo ello quedara consignado en letras de molde.
Otros que parecen gozar de lugar privilegiado en los medios de comunicación son los cómplices del asesinato del Ministro Lara, con el lleno de un sólo requisito: no haber sido capturados aún, para que la información pueda ponerlos sobre aviso de que han sido identificados por las autoridades y tengan tiempo de escapar. Esto, más que constituir un desconocimiento de la responsabilidad que le cabe a los medios de comunicación en su labor de informar, constituye un acto de la más pura imbecilidad. ¿Acaso darle un compás de espera a los resultados de la investigación riñe con el sagrado derecho que tiene la opinión pública de saber quién mató al Ministro Lara?.
Aunque los primeros que se ahogarían en el río que viene haciendo sonar con tanta insistencia el gobierno serían los periodistas de radio y de televisión -por la obvia razón de que ambos medios son propiedad del Estado-, quienes elaboramos la prensa escrita vamos montados, con los anteriores, en el mismo tren. Si logramos eludir los asaltos del M-19, tendremos tiempo para descubrir que la responsabilidad que le sirve de mancorna a la actividad de informar puede ser interpretada de varias maneras, pero que la más sencilla de todas es la de entenderla coma sinónimo de madurez.
Y eso significa, simplemente, que los periodistas seguiremos siendo libres en la medida en que superemos nuestra periódica vocación por la estupidez.