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CUENTO DE NAVIDAD

"La descripción del pesebre de los niños no era más que el reflejo de los días sangrientos que acabábamos de vivir"

Semana
12 de enero de 1987

Estaba en casa de una amiga cuando escuchamos que su hijo de siete años le decía al mío, de tres: "Ven y jugamos al pesebre. Este es el niño Dios, que acaba de nacer, cuando los Reyes Magos lo secuestran. Y estos son los ángeles, que son los guardaespaldas de San José, que le disparan a los Reyes Magos". Y mi hijo respondió: "Bueno. Y esta oveja es un `transformer' (1), que se vuelve un robot malísimo, y que también le dispara a los Reyes Magos".
Llegué esa noche a mi casa muy preocupada con lo que había oído. La descripción del pesebre de los niños no era más, pensé, que el reflejo de los días tremendamente sangrientos que acabábamos de vivir.
Ni siquiera mi hijo de tres años pudo escampar a la soberbia exhibición de violencia que Campo Elías Delgado, el asesino del Pozzetto, le dio al país. Fue imposible que algún colombiano evitara, así lo hubiera querido, que lo salpicara la sangre del cubrimiento periodístico de la masacre, un absoluto bombardeo de brutalidad, salvajismo y odio.
Pero no fue sino hasta que el "abogado Benares" repitió la hazaña de Campo Elías la semana siguiente en "Los cuervos" (que por desgracia mi hijo vio segundo a segundo con los ojos, como dos platillos, aplastados contra la televisión), cuando comencé a preocuparme por lo que la violencia del ambiente pudiera estarle comunicando a un niño de su edad.
De inmediato salí a comprarle cinco películas de Walt Disney, con el firme propósito de limpiarle las vivencias de las últimas semanas.
La primera que nos sentamos juntos a mirar fue "Cenicienta". Es la historia de una niña huérfana a quien su madrastra y hermanastras convierten en una mendiga en su propia casa. Y cuando ella cose su vestido para asistir al baile del príncipe, ellas se lo rompen a jalones, la enclerran en una torre sin agua ni alimento alguno, y allí habría podido morirse de no ser por el buen corazón del señor Disney, que a última hora se apiada de ella y permite que un ratoncito le abra la puerta.
Para iniciar la jornada de no violencia con mi hijo no parecía ser "Cenicienta", en ningún caso, la lección apropiada. Pusimos entonces la película de "Blanca Nieves", la historia de otra niña a la que su madrastra decide mandar a matar por la envidia que le produce su extraordinaria belleza. Y como en esa época no había asesinos de la moto, recurre al jardinero real, para que lleve a Blanca Nieves al bosque, la mate, y le traiga su corázón. Este le perdona la vida, y la doncella cae en manos de unos bondadosos enanos. Pero hasta allí llegará dos veces la madrastra para intentar matarla, la primera con una manzana envenenada, la segunda con un cinturón con el que trata de asfixiarla.
Pero la "Bella Durmiente" tampoco nos deparaba mejor suerte. A esta joven sí la quieren sus padres, pero una bruja ("malísima", como mi hijo exclamó con la voz emocionada cuando la vio aparecer), resuelve matarla con un huso envenenado el día en el que cumple 18 años.
Desilusionada por el poco pacifismo que contenían las historias de estas doncellas, recurrí, entonces, al inmortal "Pinocho". Un muñeco de madera que una bondadosa hada protectora vuelve un; niño de carne y hueso, no sin antes haber probado su valor en una tremenda aventura al lado de unos ladrones de niños, y después en la barriga de una gigantesca ballena.
La última alternativa de mi campaña pacifista era una película que yo había visto de niña y que me causó un gran impacto: "La noche de las narices frias", la historia de 101 perritos dálmatas que una horrenda dama se roba para despellejarlos, y con sus pequeñas pielecitas hacer un elegante abrigo manchado.
Recurrí entonces a la cartelera de cine, con la esperanza de encontrar algo apropiado para mi hijo. Pero tampoco. Los títulos hablan por sí solos: "Si quieres vivir, dispara". "Ojo por ojo, diente por diente". "Mercenarios implacables". "Peor que los buitres". "La ley de la violencia". "La revancha de Porky".
Esa noche fuimos al circo. Pero en la primera escena, los payasos salían dándose garrote en la cabeza y en el trasero. No nos esperamos al siguiente acto.
Al otro día volví donde mi amiga, a contarle los infructuosos resultados de mi campaña pacificadora. Y escuchamos entonces a su hijo y el mío, nuevamente al lado del pesebre, discutiendo las posibilidades que tenía el epílogo de la aventura que dos semanas atrás se había iniciado con el secuestro del niño Dios.
"Que lo mataban", decía el hijo de mí amiga.
"Que llegaban más `transformers', decía el mío.
"Que los ángeles trataban de rescatarlo, pero los Reyes Magos tenían rayos,láser y no dejaban", decía el de mi amiga.
Y cuando presentí que aquello estaba a punto de convertirse en una batalla campal, tomé la decisión de intervenir. "Esta aventura termina así", les dije. "Cuando San José va a pagar el rescate, llega el coronel Maza Márquez, que estaba disfrazado de pastorcito y captura a los Reyes Magos.
Y así el niño Dios puede volver a su pesebre, a esperar tranquilamente la Navidad".
A los niños no les pareció mal ese final. Y yo había resuelto mi problema. Si la violencia tenía necesariamente que existir, entonces jugaríamos a que ganaran los buenos.

(1) "Transformer": el juego infantil de moda, que convierte un reloj de pulsera en un avión de guerra, o un inofensivo carrito de carreras en un horrible monstruo espacial.--

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